El desánimo es una emoción que se contagia y se extiende a la velocidad del virus más peligroso. Cada mañana, los españoles nos despertamos con una sensación de vacío infinito, caminando a paso firme hasta el precipicio al borde del acantilado. Todos vivimos en un ay, preocupados por el futuro y mirando hacia un pasado que tal vez no fuera mejor, pero que desde donde estamos sí nos lo parece. Y gracias a los fueres y haberes del Ministro de Justicia, las mujeres de este país nos sentimos más traicionadas y apaleadas cada día que pasa, como si el hacha de la violencia justiciera nos fuera cercenando poco a poco.
Cuando tenemos que soportar y enfrentar la violencia doméstica y sus consecuencias en las generaciones que conviven con ella; cuando nos vemos obligadas a mirar hacia otro lado cuando un hombre cobra más por el mismo puesto; si somos amargamente conscientes de que el desempleo nos sacude en lo más profundo de la línea de flotación; cuando la depresión nos acosa y la hartura nos amarga... va el sr. Gallardón y comienza una cruzada muy particular contra nosotras, que espero y deseo le lleve a las cotas más altas de la ignominia.
Mientras este hombre fue alcalde de Madrid, corrieron muchos rumores acerca de su intensa vida privada y muchas verdades sobre sus desbarres en la gestión del ayuntamiento. Por lo que yo recuerdo, Gallardón se sentía muy a gusto entre mujeres y la cosa era mutua. Supongo que, o detrás de las cejas escondía a una bestia machista e intolerante, acostumbrada a destrozar por donde pisa, o nos considera a las mujeres meros adornos para decorar el otro lado de la cama, o ha sido víctima de la tiranía de alguna fémina desbocada. El caso es que don Alberto ha empezado, poco a poco, su misión redentora al frente del Ministerio de Justicia volviendo a los tiempos de Franco, tratando de convertir el aborto en delito y quién sabe si el divorcio también. Imagino que, para el señor ministro, el deber de una mujer es apretar los dientes y aguantar todo lo que le echen, recuperando aquellos preceptos tan adorados por las feministas de principios de siglo (quien no lo crea que repase los anales), cuando la mujer era, incluso para ellas y por encima de todo, madre y esposa.
No sé por qué la ha tomado Gallardón con el derecho al aborto bailándoles el agua a los movimientos pro-vida de signo ultra, pero este último conejo que se ha sacado de la chistera y, gracias al cual, la mujer no podrá abortar a un feto con malformaciones, amenaza con acabar destrozando a madres y a familias enteras. Vuelven los tiempos en que debíamos acudir a curanderas para llevar a término un embarazo no deseado o pagarnos un costoso viaje a clínicas del extranjero con el mismo fin. Si esto no es un regreso al pasado, que venga el Caudillo y lo vea.
En los últimos años de la República, las mujeres, sobre todo las diputadas en las Cortes, lograron importantes avances a favor del aborto y el divorcio. Muchas de ellas defendían esos derechos aun cuando estaban en contra del sufragio universal, al considerar que las de su género se hallaban supeditadas a la ideología del marido y votaban conforme a deseos ajenos. Se daba la paradoja así de que varias de las más nombradas luchadoras de aquella época ponían por delante el divorcio y el aborto antes que, por ejemplo, el derecho al voto. Imagínese usted, señor Gallardón, lo importante que es para las mujeres, ya no poder abortar o divorciarnos, sino tener la capacidad de elegir si lo hacemos o no.
Tras el estallido de la guerra civil y la posterior victoria franquista, estos avances se perdieron en el olvido, y tuvieron que pasar muchos años, muchas luchas y mucho sufrimiento, para volver a disponer de ellos. Ahora, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que todos estamos a nuestras recesiones, Gallardón, que siempre ha ido de moderno, progre y tolerante, nos escupe en las femeninas caras para, poco a poco, ir reconduciéndonos hasta donde siempre debimos estar: atadas a la pata de la cama.
La misoginia de algunos de los miembros de nuestro gobierno es de libro y da entre rabia y pena. Pero más rabia y pena nos producen sus compañeras de escaño, incapaces de levantarse y dejar a don Alberto con los improperios en la boca en cuanto les falta al respeto como mujeres, pero también como personas. Porque lo que está haciendo este hombre, aparte de constituir una valiosa cortina de humo ante primas e intervenciones, es una vergüenza nacional y también propia. Lástima que Gallardón, endiosado tras dejar Madrid empobrecida y rancia, no sea capaz de ver las bajezas que perpetra. Al final vamos a tener que darle la razón a Esperanza Aguirre en el entretenido enfrentamiento que los desunió, hace ya lo que parecen siglos.
Estas gentes que nos gobiernan pueden vanagloriarse de una cosa: dentro de unos años, si el pueblo no lo impide y se dan las circunstancias generales para la revolución como diría Lenin (gracias, Alfonso), los turistas se confesarán incapaces de reconocer la España que un día disfrutaron. La nueva será en blanco y negro, con coches destartalados paseándose por las carreteras comarcales, autopistas vacías, hambruna en las ciudades y, eso sí, toros gratis. Porque para el PP puede decaer todo, pero la fiesta y las costumbres decentes, ¡nunca!
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