Imposible abstenerme de hablar del que ha sido el tema estrella de los últimos dos días con permiso de recortes y mineros. Todos queremos dar nuestra opinión sobre las tres palabras que han puesto a Twitter en pie de guerra y, aunque la inmensa mayoría estemos de acuerdo en el fondo, tal vez no todos lleguemos a perder tanto las formas como esta señora tan aseñorada llamada Andrea Fabra.
Como decía Warhol, todos tenemos derecho a nuestro minuto de fama. Según esta teoría (o deseo), Andrea estaría a punto de salir de cuentas. Después de semejante soflama popular, solo le queda rendirse o seguir ahí, al pie del cañón, para servir de toro mecánico a quienes se quieran dar un rodeo.
Supongo que nadie es ajeno a la inmensa actuación de la enorme Andrea Fabra: mientras Rajoy estaba enunciando esos recortes que nos acabarán convirtiendo en atenienses, la chica Fabra se desgañitaba con un "¡Muy bien! ¡Muy bien!" como, si en vez del señor de las barbas, estuviera viendo a Justin Bieber recitando la tabla del cinco (sí, ésa de "por el culo te la hinco"). Pero como se ve que esta mujer las cosas las vive intensamente, no le bastó con los aplausos y, cuando su jefe nos acuchillaba lentamente con aquello de que nos va a bajar la prestación por desempleo, Andrea se vino arriba y entonó un sonoro "¡Que se jodan!", tan alto como contundente.
Vamos a ver, querida amiga: viene usted de una famila que no es precisamente del todo ejemplar, hija de un imputado, especialista en ganar a la lotería hasta 9 veces sin quitarse las gafas, y esposa de un señor llamado Güemes al que me cuesta trabajo calificar porque todo en él me da mal rollo. Sí, el mismo que en su día formó un dúo cómico con otra gran reina de la escena de nuestro país, Esperanza Aguirre. Rodeada de semejante clan, le juro que nadie espera de usted que sea un dechado de inteligencia, bondad, educación y saber estar; nos conformamos con que lleve las mechas arregladas y luzca un bonito bolso de marca en honor a Rita Barberá, otra mujer inmensa a la que usted bien conoce. Pero, como ha sido elegida por los españoles, esos mismos bobos que le estamos costeando sueldos, dietas y caprichos cada mes, es lógico que sienta la tentación de significarse en el Parlamento para que nadie la confunda con un jarrón chino. Pero así no, Andrea. Así... no.
Insinuando que los parados se merecen serlo y, no solo eso, sino que son una panda de vagos y maleantes, lo peorcito de la sociedad, vamos, está descubriéndonos que no solo no sabe nada de política ni de caridad cristiana, sino que tiene el alma más sucia que las uñas de la Bruja Avería. Una diputada y un partido que aplauden la toma de medidas insensatas, capaces de venirse arriba mientras condenan a gran parte del país a una vida de miseria, no es que sea ya criticable, es que tendría que estar penado con cárcel. Y si toda esta panda, con la señora Fabra a la cabeza, no tiene la conciencia de pedir perdón primero y dimitir después, es que, definitivamente, estamos representados por delincuentes de la peor calaña, capaces de cometer delitos mucho más sancionables que el robo, la evasión o la falsificación.
Dice Andrea, para sacarse el marrón de encima, que sus bonitas palabras iban dirigidas a la bancada socialista. ¿Qué se jodan? ¿Por qué? Ellos también contribuyeron lo suyo a que estemos como estamos y no creo que los recortes les quiten su condición de diputados. Aquí, los únicos jodidos somos los de a pie y, según su opinión, todavía no nos han dado por culo bastante, que todavía tenemos sitio para más. Lo dicho: la categoría moral y política de esta mujer es aterradora, aunque, claro, a lo mejor la pobre no tiene la culpa; es que en su casa la han hecho así.
Si Rajoy tuviera, no ya un mínimo de decencia, sino un poquito de sentido común, instaría a la rubia a que entregara su acta de diputada. Pero imagino que papá Fabra les tiene a todos bien agarrados por la corbata y que hay cosas, simplemente, que el PP no puede hacer para no ofender y sí defender. Con un presidente cobarde, unos diputados a quienes la supervivencia de los españoles les importa como a mí los roneos de los jugadores del Madrid en los reservados de las discotecas, gentes que ocupan su lugar en el parlamento solo por chupar del bote (nos lo demuestran cada día, que conste), a una le entran ganas de lanzarse a la lucha antisistema o, en un alarde de locura, afiliarme y tirarme de cabeza al ruedo político. Seguro que, a pesar de mis numerosas limitaciones, lo haría mejor que muchos. Menos mal que todavía me queda un mínimo de sensatez y reconozco que es mejor para el mundo que me siga dedicando a mis cosas, ésas que a muy pocos importan. Y, por favor, que alguien le diga a Andrea Fabra que se dedique a las suyas, que imagino tan apasionantes, comprometidas y reivindicativas como las de Pocoyó, la criatura que está dando de comer a su señor marido. Mientras tanto y, por si acaso, nuestros más sentidas palabras para toda esta tropa que tanto nos quiere: "¡Que os jodan!".
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