Aunque a este lado del mundo continuamos viviendo precariamente y al borde del susto o la muerte, al otro lado, entre México y Canadá, están ya jugándose los cuartos de la carrera electoral, la que va a decidir si Obama continúa en su puesto de mandamás universal (con permiso de los chinos) o sube Mitt Romney, el flamante candidato del partido republicano que, así, mirando muy de cerca la bola de cristal, tiene todas las de perder.
Mientras ambos se dedican a hacer promesas y declaraciones, a cada cual más peregrina, y Michelle Obama continúa declarando su amor por los deportes allá donde le lleve la delegación olímpica estadounidense, las empresas de encuestas y sondeos se tienen que ganar el pan, así que se han puesto a echar los restos como si se jugaran el oro. Gracias a semejante esfuerzo nos hemos enterado de que, preguntados los estadounidense en cuál de los dos candidatos confiaría si la nación llegara a ser víctima de un ataque extraterrestre, el pueblo se ha inclinado mayoritariamente por Obama, a quien se reconoce que le ven más arrestos a la hora de enfrentarse a hombres verdes. Eso o que le notan más en forma que a Romney, que seguro tiene un buen saque en bodas, bautizos y comuniones pero poco aguante corriendo los 1.500.
Lo extraño no es que Obama haya ganado la contienda por varios cuerpos de diferencia; lo verdaderamente extravagante es la pregunta en sí. No me imagino lo que pasaría si un español, paseando por la puerta del Sol, se topa con un señor con gafas que le pregunta quién cree que le salvaría más y mejor de una invasión alienígena, Rajoy o Rubalcaba. Probablemente diría que Jorge Javier Vázquez que, por los menos, los mantendría a todos entretenidos contándoles quién es quién en nuestro mundo del corazón mientras los demás corremos a apurar la última cerveza en un bareto de muerte. Diñarla con la españolidad puesta, que le dicen.
Pero se ve que los norteamericanos creen a pies juntillas que alguien vendrá que les aniquilará. Todas esas películas sobre invasiones extraterrestres con resultado de muerte han calado hondo en la imaginación popular. Estoy segura de que los ciudadanos del país de las barras y estrellas viven convencidos de que los marcianos están entre nosotros y, no me extraña, porque visto lo peculiares que pueden ser algunos de sus compatriotas (basta echar un vistazo a la televisión USA o mirarle a los ojos a Sarah Palin para darse cuenta), no seré yo quien les reproche creer que, cualquier día de estos, nos roza un meteorito tan cerca que nos deja el flequillo al bies y se lleva a Totó muy lejos de Kansas.
Personalmente, me resulta un poco desmedido pensar que, en algún lugar de ésta u otra galaxia, un grupo de desarrapados, tecnológicamente muy eficientes, está preparando un ataque contra la Tierra. Más que nada porque aquí no hay donde rascar. El mayor enemigo del planeta somos nosotros mismos, que cada hora que pasa esquilmamos más y mejor. No necesitamos que vengan platillos voladores a acabar con lo que tenemos; en menos tiempo somos capaces de destruirlo todo con la mayor eficacia posible. Por eso, el tema extraterrestre me parece una historieta muy bonita para meter miedo y otorgar la confianza a un salvador de la patria que, en caso de apariciones extraplanetarias, sabría perfectamente dónde está el botón rojo. Aunque mucho me temo que si algún marciano se acercara por aquí, simplemente para ojear el panorama y ligar en algún club de carretera, los que nos gobiernan serían los primeros en meterse en su búnker y abandonarnos a nuestra negra suerte.
No creo que nosotros lo veamos, pero se conoce que los americanos sí, y por eso han decidido confiar en Obama y mandar a Romney a hacer ejercicios espirituales. Yo de él me pondría desde ya a manejar pistolas de agua y entregar mi vida a un maestro del kung fu, porque si confía en las historias de Hollywood, le quedan dos telediarios. Y es que nos acaban de rebelar que ningún humano sobreviviría disparando las armas de los Hombres de Negro (no hace falta tener un enemigo en frente, darle al gatillo y soltar esas miríada de protones ya mata necesariamente) ni conservaría la vista tras manejar un sable de luz como el que esgrime Luke Skywalker en Star Wars. Así que, compañeros, solo nos quedan los elementos conocidos: tirachinas, sartenes y cuchillos jamoneros. Y si no, siempre podremos sacar de la chistera el plan B: matarlos de aburrimiento. Seguro que se nos da hasta bien.
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