Congratulémonos. Todos aquellos a los que nos gusta el hombre, hombre, como diría Gallardón, ése con pelo en pecho y personalidad en vena, estamos de enhorabuena. Entre tanta mala noticia que nos acosa, la vuelta del retrosexual ha sido como ver el arco iris y vislumbrar allá, al fondo, la olla llena de monedas de oro.
Porque si hacemos caso a la información aparecida este fin de semana, dejamos atrás al metrosexual, al ñoñosexual y al asexual para dar la bienvenida al hombre de las cavernas, con aspecto así, como de muy macho, pero bien dotado... de cultura y carácter, me refiero. Un tipo duro en la superficie, aunque con un gran corazón en el fondo, algo que gusta a las mujeres desde antes incluso de que espachurraran la manzana y aprendieran a hacer sidra.
Como ejemplo de semejante diagnóstico, se citan dos nombres, el de Sébastian Chabal, jugador francés de rugby (quien aun no lo conozca que pregunte al sr. Google, porque el tipo no tiene desperdicio) y a Jason Momoa, el actor hawaiano que interpreta a Khal Drogo en Juego de tronos y que, si en la serie está estupendo, así, con vaqueros y camiseta está como para morir por él. A semejante par de ases añadiría un tercer hombre barbado, Christian Göran, el modelo que salía en el anuncio de Trivago y que, por más que le miro y le remiro, no le veo ningún pero. Seguro que necesito mirarle otro poco...
En fin, que una se alegra de que florezcan las melenas, las largas barbas y los machotes de manual, porque desde pequeña me han atraído ese tipo de hombres a pesar de que, en los cuentos, el príncipe azul siempre se aparecía atildado y barbilampiño. Será por eso que no simpatizo demasiado con la monarquía y soy más de Callejeros que de Corazón de verano, invierno o primavera. Para mí, hasta los menos agraciados ganan empaque en cuanto se dejan barba de dos días y amañan un aire descuidado, como de cantautor pasado de rosca. No sé de dónde me vienen semejantes gustos, aunque imagino que del mismo lugar que me lleva a aborrecer profundamente los uniformes, desde el traje de marinero al chándal olímpico. Sobre todo el chándal olímpico.
Y, sin embargo, aunque mis días y noches se hayan llenado de felicidad viendo a estos hombres desfilar por nuestro imaginario, me temo que su reino no es de este mundo y, como tal, pronto volverán a las cavernas de las que han salido para mayor gloria de quienes tenemos ese concepto "desviado" de la belleza. Y lo digo con conocimiento de causa, porque en un mundo mercantilista como el que vivimos, un hombre al que no se le pueden vender cuchillas de afeitar, cremas depilatorias, sérums antiarrugas, trajes de marca, bolsos de ídem o bonos para spas no tiene sitio en la tierra prometida. El metrosexual fue un invento maravilloso, que después de agenciarse un par de abanderados, creó un imperio y, de paso, individuos que tardaban más en arreglarse que una top model antes de una sesión de portada. Nadie va a renunciar ahora a esa parte del pastel y dejar de lado las cremas para concentrarse en el champú de caballo y el jabón Lagarto.
Estos hombretones fugaces ni se pintan las uñas ni maldita la falta que les hace. Y, sin embargo, no creo que ninguno descuide su físico, porque, de una forma u otra, todos viven de él. No obstante, es la imagen que proyectan lo que hace pupa al mercado, que si ya viene enfermo de serie, no va ahora a enaltecer la cana pudiendo honrar a la mecha.
Así que mucho me temo que la gente rara como yo, a quienes los cambios de look de David Beckham o Justin Bieber les traen a la fresca, va a disfrutar muy poco de su momento de pasión. El tiempo que Chabal tarde en hacerse un par de carreras y Momoa en asaetar unos cuantos enemigos, que para eso les pagan. Y en cuanto veamos sus barbas pelar, que los machos del mundo pongan las suyas a remojar... con champú y acondicionador, por supuesto. Y que, por favor, nunca se olviden del sagrado mantra: "donde hay pelo hay alegría".
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