De todos los personajes surgido en el universo televisivo, uno de mis preferidos (con permiso del inimitable Barney de Cómo conocí a vuestra madre) es Sheldon Cooper. Sí, ese tipo tan raro que protagoniza la serie The Big Bang Theory.
Para empezar, Sheldon es un friky (voy a aprovechar que la Academia que limpia, brilla y da esplendor ha autorizado el palabro para soltarlo con alegría). Aun carente de las emociones que a todos nos embargan, resulta entrañable precisamente por eso, por lo raro y nerd que se manifiesta. Es maniático y tiene una tremenda inteligencia teórica que, al parecer, no le ha dejado espacio útil para desarrollar una mínima inteligencia emocional capaz de conseguir integrarle en este planeta. La exageración de todas sus extravangancia ha sido llevada al límite por los guionistas y, sin embargo, nos engancha con sus guiños y porque, en el fondo, todos querríamos poder ser él durante unas horas y decir solo lo que pensamos (cada uno que reflexione sobre la burrada que más le traumatice) sin que los demás nos lo tengan en cuenta ni nos guarden rencor.
Sheldon domina el idioma Klingon, que no sirve absolutamente para nada, pero queda pintón en las convenciones trekkies y en las páginas de Google. Tiene su sitio preferido del sofá, no por motivos sentimentales, sino porque ha estudiado las combinaciones físicas que lo convierten en el lugar perfecto donde asentar posedares durante el verano, el invierno y una reunión de amigos. Le gusta Star Wars y aborrece Babylon 5 (al igual que una servidora; muy majo el chaval) y, cuando está enfadado con alguien, se pone el casco de Darth Vader e intenta estrangularle con la Fuerza. Mira, eso no lo he probado; lo del casco, digo, porque lo de intentar estrangular a alguien con la Fuerza galáctica juro que no da resultado. A lo mejor es porque me acompaña poco.
Sheldon odia a Apple, posicionándose en contra de todos aquellos que consideran a Windows y, por ende a Bill Gates, la encarnación del anticristo. No le importa ir a destiempo porque los tiempos que rigen las emociones humanas se la traen, directamente, al pairo. Para él la única verdad verdadera se esconde en la ciencia y la psicología constituye una falacia patrimonio de los débiles, argumento éste que compartiría una parte nada desdeñable de la población.
Sheldon es una especie de robot muy animado que viene con trastorno obsesivo-compulsivo de serie. Si no fuera por ello y por el tufo a Síndrome de Asperger que siempre la acompaña, sería un tipo magnífico, incapaz de perderse en vericuetos sentimentales a sabiendas de que su razón le dicta siempre la última palabra. Aunque nunca la que los demás esperan oír. El mundo sería más fácil sin que el corazón se batiera en duelo con la cabeza, aunque, claro, también bastante más tedioso...
Sheldon no entiende el sarcasmo... y gran parte de la "gente normal" tampoco. De hecho, alguien decía que la inteligencia de un individuo se mide por su capacidad para practicar y captar la ironía y el sarcasmo. Sin embargo, Sheldon posee un cociente intelectual de 187 y dos doctorados pero, claro, hablamos de un personaje de ficción que, a pesar de sus talentos, sería incapaz de enfrentarse a los piratas que surcan nuestras mareas económicas.
Sheldon quiere a su modo, pero también odia a su manera. Va apuntando las decepciones de la gente y, cuando llegan al tope, los elimina de su lista de afines. Luego les obliga a pasar una prueba para enmendarse. Grandísima idea, por cierto. Todos desearíamos mandar a tomar viento a algún que otro indivdiuo y exigirle luego que pasara una reválida para demostrar que lo suyo es manifiestamente mejorable. Mmmm.... Voy a darle unas vueltas.
En el fondo, Sheldon es un tipo al que envidiar, porque no se complica la vida, no se pierde en decepciones sentimentales, discrimina la realidad y pasa de las variables emocionales que condicionan la existencia de cualquiera de nosotros. Lástima que lo mismo que le enaltece le convierte en un tipo aburrido y hasta odioso, al que ninguno soportaríamos como compañero de trabajo ni, mucho menos, amigo. Nuestros más cercanos son siempre espejos en los que mirarnos, que nos devuelven la mejor o peor imágen de nostros mismos. Comparado con ellos Sheldon sería, directamente, un cuadro de Picasso pasado por la Termomix. Pero, claro, se trata de un invento televisivo que queda muy bien en la pantalla y que jamás va a salir de la ídem para fastidarnos la vida y recortarnos la dignidad. No como otros que, aun siendo también bastante raros de forma natural, a veces se cubren con una pátina de normalidad dando ruedas de prensa y desgañitándose en los palcos de los estadios cuando juega la selección.
Sheldon nos atrae porque es insufrible y esperpéntico, pero no nos hace pupa. Igual que Darth Vader. Tal vez por eso a los dos les he cogido cariño. Voy a tener que hacérmelo mirar...
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