Hubo un tiempo en que, para ir a un sex shop, había que vestirse como el inspector Gadget (gorro, gabardinas y gafas), no fuera a ser que te reconociera la vecina de enfrente mientras regaba los dos geranios de su balcón. Hoy, afortunadamente, entrar en una de estas tiendas no supone una amenaza para la reputación y la integridad personal. O sí.
Estos días leíamos en la prensa noticias íntimamente relacionadas con los nuevos usos y costumbres que damos a los objetos sexuales. En realidad, ya nos olíamos algo cuando comprobamos que las muñecas hinchables podían ejercer de sexy copilota para colarse en determinadas salidas de autovía sin que te multaran al ir un conduciendo solo. El ingenio del conductor de las grandes urbes no tiene límite. Y sus pasiones, tampoco.
Sin embargo, lo que acaba de llegar a nuestros oídos traspasa todos los límites conocidos y amplía muchísimo los horizontes, hasta el punto de empezar a pensar en maquinar interesantes tareas para lubricantes y buscar distintos agujeros en los que meter la fusta. Me refiero, obviamente, a dos noticias sin parangón: la de las prostitutas que lograron ahuyentar a un ladrón con vibradores y los consoladores-bomba enviados al arzobispo de Pamplona.
El primero de los sucesos tuvo lugar en Bélgica, en un prostíbulo propiedad de un tipo que solía facturarle señoritas de buen ver a Strauss-Kahn para que se entretuviera entre reunión y reunión. Al parecer, un ladrón entró en el burdel con ganas de meter… la mano en la caja, y se lió parda. En un principio, las meretrices se escondieron, pero luego decidieron que en tiempos de guerra todo agujero es trinchera y emplearon todas sus armas de mujer contra el atacante. Total, que a vibradorazo limpio consiguieron espantar al ratero, que imagino habrá sacado una fantástica lección del envite: con el sexo no se juega.
Otra cosa es el tema de los consoladores-bomba enviados al arzobispo de Pamplona, acción reivindicada por el muy anarquista y cachondo Grupo Anticlerical para el fomento del Juguete Sexual. Supongo que esta banda pensó que no había mejor forma de que un arzobispo llegue al éxtasis y viera a Dios. Cuidado con lo que deseas, porque te será concedido.
Resulta, además, que no es la primera vez que el alegre grupito hace de las suyas y ya intentó lo mismo con el director de un colegio de los Legionarios de Cristo. En este caso, el objeto explotó antes de tiempo, causando daños a la funcionaria de correos que lo manipulaba, lo cual, en mi mente sucia, no puede menos que despertar la alarma preguntándome qué hacía una sesuda trabajadora de Correos manipulando un consolador-bomba. Ahí lo dejo...
Ahora toca preguntarse por qué, después de tantos años de menear los gadgets sexuales y echar mano de risa tonta durante las reuniones de tuppersex, no se nos había ocurrido aún darles otros usos que no fueran los obvios. Pienso y no paro en la capacidad de acción y ejecución de unas bolas chinas, un masturbador anal, la barra de Pole Dance o el polonio aplicado a la lencería comestible. Y no sé en qué demonios andan americanos, iraquíes y coreanos, dotando de tecnología punta a las muy dotadas bombas de destrucción masiva cuando las armas de verdad, las que hacen daño y mucha pupa, están en los domicilios particulares, escondidas en el cajón de la lencería íntima, al fondo y a la derecha.
Pero no todas van a ser preguntas lanzadas al aire e inquietudes sin respuesta: al fin he conseguido entender por qué tantas mujeres cargan el mamotreto de 50 Sombras de Grey durante los viajes en metro. Una cosa es el placer de la lectura y otra muy distinta saber que si le arreas con él a un depravado le dejas tonto. ¿Para qué queremos aprender kung fu teniendo ya no un dildo, sino las andanzas por capítulos de Christian Grey? Chúpate ésa, pequeño saltamontes.
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