domingo, 14 de abril de 2013

Los amigos de mis amigos

Además de mis precarios conocimientos sobre gestión, mi poca vocación y mi falta de carisma (aunque esto, visto lo visto, es subsanable) hay motivos aún más vulgares por los que jamás podría dedicarme a la política. Y no hablo de que, a diferencia de muchos, no me postularía pensando que la política está ahí para ejercerla pensando que voy a sacar rédito de ella, sino creyendo que toda la ciudadanía puede obtener beneficios de mi gestión. No. Me refiero a cosas muy de andar por casa.
Por ejemplo, y creo que lo he repetido más de una vez, admiro muchísimo a las personas que hacen lo que dicen van a hacer. De hecho, intento cumplir también yo con esta máxima y, precisamente porque lo intento, soy capaz de entender que, en el camino, a veces surgen imponderables que te impiden acceder al objetivo marcado. Pero una cosa son los imponderables y, otras, las excusas baratas. Sea como fuere, creo que todos merecemos una explicación coherente por el no cumplimiento de lo acordado o definido, algo que casa muy mal con la gestión política a la que nos han acostumbrado, prácticamente, a golpes.
Otro factor, no menos desdeñable pero sí bastante más personal, es mi tendencia incontrolable a confiar durante los momentos de crisis en personas que no merecen tal confianza. No tienen que ser necesariamente tiempos de absoluta debacle personal, que también los hay, sino momentos de tensión o de excesiva responsabilidad los que me llevan a empatizar con gente con la que, en circunstancias normales, no lo haría. Esta habilidad mía llega hasta el extremo de caer en el complejo "mierda en el zapato", es decir, frecuentar a personas para las que, se nota, se siente, soy un incordio, pero a quienes les cuesta deshacerse de mí por motivos muy variopintos (pena, miedo a quedar mal etc) aunque yo siempre sepa que, en el fondo y aunque ni ellos mismo se lo reconozcan a sí mismos, lo están deseando. Al final el complejo se resuelve siempre de idéntica manera: el dueño del zapato deja traslucir su crueldad y aprovecha cualquier motivo o supuesta afrenta para limpiar la mierda con un chorro bien frío y tirarla a la trituradora de basuras; o el acomplejado se harta de sentirse un cagarro, el último mono en las prioridades del otro, y abre los ojos cuando se da cuenta que no tiene el apoyo ajeno sino todo lo contrario, así que solo le queda diluirse, convertirse en abono y dejar que del trozo de mantillo nazca algo bonito.
Todo esto para decir que si a esta menda le otorgaran un cargo público por vez primera, estoy convencida de que la tensión, las ganas de cumplir, las presiones etc., mandarían mi sexto sentido de vacaciones al Caribe y me volverían muy laxa a la hora de formar equipo, manteniendo siempre la gatera abierta para que se colaran todo tipo de alimañas. Así soy y así me reconozco. Por ello, entiendo que, en la alta política, haya muchas garrapatas deseosas de anclarse al poder y perpetuarse en él. Pero una cosa es que uno atienda a referencias externas y no se de cuenta de verdad del pelaje de alguien y otra que sepa y consienta.
La mayoría recordamos (al menos yo sí) lo que ocurrió con el candidato Josep Borrell en las primeras primarias del PSOE. Vaya por delante que, a pesar de que hay muchos en las filas de la izquierda que no comulgan en absoluto con Borrell, para mí fue, es y será por muchísimos motivos, un político muy digno. Tan digno que dimitió y se bajó de la carrera a candidato a la presidencia porque dos ex colaboradores suyos de cuando era ministro estaban siendo investigados por presunto delito fiscal. Una tiende a pensar que probablemente hubo marejadilla de fondo y que a Borrell lo apreciaban sus compañeros más o menos lo que los niños adoran a las acelgas, pero en este asunto, y más después de la dimisión y posterior exilio de Borrell en el Parlamento Europeo, quiero empatizar con el ex candidato y creer que no tuvo conocimiento o, en todo caso, jamás consintió el delito que cometieron dos colaboradores abducidos por el lado oscuro del trinque político.
Sin embargo, mi concepción de las debilidades humanas no es tan abierta ni estupenda como para entender qué hacía Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, paseándose con un narco y aprovechándose de su dinero y sus contactos para disfrutar de vacaciones de ensueño mientras gran parte de los gallegos y gallegas estaban sumidos en la pesadilla de la droga. El comentario aquel de "solo son unas fotos" que pronunció hace unos días sin que se le empañaran las gafas es para darle un guantazo o dos en todo el morro. Lo mismo podríamos decir de las imágenes de los niños muertos en algún bombardeo sirio o del escenario del crimen que la banda de Charles Mason cometió en casa de la actriz Sharon Tate: "solo son unas fotos".
Pues no, señor Feijóo. Son más que unas fotos. En ellas se le ve a usted, un político ya con padrinos, cargos y aspiraciones, pasándoselo teta con un señor que acababa de licenciarse como contrabandista y estaba en pleno doctorado para hacerse narcotraficante. Todo el mundo en Galicia sabía y conocía a qué se dedicaba el tal Dorado, pero como usted entonces era uno más de los principitos que rodeaban a Fraga, tampoco nos importó su actitud chulesca. Lo que ocurre es que el tiempo pasa y, en ocasiones, hasta perpetra extrañas justicias, y ahí lo tenemos a usted, con el bronceador a medio poner, riéndole las gracias a un tipo del que no me cabe duda que conoce perfectamente la calaña.
Los caminos que sigue el PP pra justificar sus bravuconadas son inescrutables. Y patéticos. Más aún cuando, en su día, montó la de Dios en el pórtico de la gloria porque el entonces líder del BNG, Anxo Quintana, se paseó en el yate de un empresario que no frecuentaba el mundo de la droga ni se le esperaba. O como cuando ahora comparan el escrache con el nazismo (como bien recordaban muchos ayer, la victoria de Hitler se gestó en un entorno democrático y evolucionó hasta un engendro que veía enemigos en todos los que no pensaban igual) cuando ellos mismos justificaron, por ejemplo, aquel intento de agresión por parte de dos miembros del PP del que fue víctima el socialista José Bono hace unos años. Hay que joderse.
A lo mejor los populares, en lugar de mantener y pagar sueldos millonarios a presuntos delincuentes como Bárcenas o el ex marido de Ana Mato (¿alguien me podría explicar qué asesinato tiene que cometer esa mujer para que le quiten por fin la cartera de ministra?), deberían destinar el dinero a un departamento encargado de la búsqueda de excusas coherentes y, sobre todo, convincentes. Seguirán haciendo lo contrario a lo que dicen pero, quizás, de esa manera, se nos quite ese horrible complejo de mierda en el zapato que nos ha dejado cornudos y continuamente apaleados.


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