miércoles, 9 de noviembre de 2011

Vuelven los 70

Si repasamos una revista de moda de esta temporada, la pasada o la anterior, me juego el rosario de mi madre a que, al menos un titular por barba, contiene estas tres benditas palabras: Vuelven los 70. Pues vale. Reconozco que yo era muy pequeña entonces y que mis recuerdos de la década se reducen al microcosmos que suponía mi casa y mi colegio. El mundo, por aquel entonces, se componía, única y exclusivamente, de lo tangible.
Ahora, visto desde la distancia, me parece perfecto que resuciten el estilo de Diane Keaton en Annie Hall, Aly MacGraw en Love Story (película ñoña donde las haya) o, tal vez mi favorita, Debbie Harry, la cantante de Blondie. Para los que no nos tocó vestirnos con esta especie de tendencia hippy-glam, todo es nuevo (mmm... a lo mejor de la temparada pasada, ¿o era la otra?). Y más ideal de la muerte me parece que, cada viernes o jueves por la noche, salgamos a la calle maqueados como para encontrarnos con Andy Warhol en Studio 54. Pop total.
Pero repasando el listado icónico de aquellos maravillosos años, me doy cuenta de que, mucho más interesante que entregarse a las mieles de la moda, es imaginarse cómo sería revisionar ciertos mitos que ilustraron la década. Aparte de acontecimientos políticos de altura (la toma de rehenes en la embajada de Estados Unidos en Irán, la caída del Sha o el fin del régimen somocista en Nicaragua), sociales (Nobel de la Paz para la madre Teresa de Calcuta), hay otros hechos culturales que merecerían un segundo vistazo.
No me quiero extender en ejemplos, pero no estaría mal rescatar a Curro Jiménez y mandar bien lejos al Capitán Trueno. No por nada, sino porque el primero tenía su gracia y la película del segundo, recién estrenada, maldita gracia que nos hace. Nunca he visto un capítulo del bandolero de Sierra Morena, pero, por lo que he podido deducir, es la quintaesencia del macho hispano y vino a representar para la televisión lo que la cabra de la legión para el desfile de la hispanidad: un fenómeno de culto, firmemente enraizado en el sentir patrio. El gallardo delicuente se llevaba por delante a los ricos (miedo da pensar lo que haría hoy con los bancos cabalgando la Castellana arriba y abajo) y a las tías más jamonas de la piel de toro. Y luego hablan de metrosexualidad y lecciones de seducción. ¡Pamplinas! Donde esté la chispa de Peret (canta y sé feliz, amigo) o la interesante barbita de Jaime de Mora, que se quiten los tatuajes de David Beckham.
Fue en los 70 cuando secuestraron a Patricia Hearst, José Luís López Vázquez se dejó secuestrar en La cabina y eurovisión secuestró la posibilidad de mandar un catalán al festival entonando en su lengua madre. Menudo mosqueo se agarró Serrat.
También en los 70, las amas de casa eran Rafaela Aparicio y sus santos soñaban con ser Ángel Nieto (personalmente me quedo con Mark Spitz, debilidades íntimas), mientras unos miraban extasiados cómo el coche de Carrero Blanco emprendía su primer y último vuelo por obra y gracia de ETA y otros, los más, descubrían qué era eso de la transexualidad (gracias, Bibi Andersen) o le veían -¡al fin!- las tetas a Pepa Flores, antaño angelical Marisol. Claro que, para tetas, las de Susana Estrada, ¿verdad, caballeros?
Sé que todo esto y más iluminó los 70 por encima de modas y modismos. España descubría la televisión y veía, casi en vivo y en directo, las revoluciones que se disparaban y disparaban en medio mundo. El cine volaba sobre el nido del cuco y José María Iñigo se empeñaba en que Uri Geller nos enseñara a doblar cucharas (se ve que nos sobraba cubertería). No obstante, para mí, aquellos años siguen formando parte de mi memoria a través de tres grandes acontecimientos: los payasos de la tele, La casa de la pradera y, sobre todo, y por encima de todo, Star Wars. En mi vida hay un antes y un después de Luke Skywalker. De hecho, mi biografía debería de empezar más o menos así: "lo primero que recuerdo es un sable de luz surcando el aire...". Sí, es cierto, todos tenemos nuestros mitos, y yo todavía estoy esperando entrar en un garito y encontrarme con la peña pendenciera de la cantina de Mos Eisley (creo que se llamaba así). Me sobra Han Solo, pero me quedo con Chewbacca. A lo mejor porque, puesta a elegir, prefiero los tipos de pelo en pecho. Sí, muy 70, qué se le va a hacer....


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