viernes, 11 de noviembre de 2011

Cuñao

No estoy descubriendo la pólvora si digo que esta España de nuestras entretelas es muy dada al amiguismo. Tanto o más que al chanchullo fácil. Aquí las cosas se arreglan y desarreglan continuamente tirando de colegas y parientes, una costumbre que, seguramente, trasladamos allende los mares cuando a Colón se le ocurrió la idea de darse un paseo por el mundo.
Este universo chanchullero tiene la virtud de ser también discreto. La publicidad arruina negocios y acobarda voluntades, con lo que mejor hacerlo todo bajo cuerda y sin levantar demasiado la voz salvo para decir, normalmente a toro pasado, aquello de: "mi tío el alcalde me consiguió un puestazo en la administración pública" o "el hermano de mi novia metió mano en tal o cual oposición". Uno no puede saber hasta qué punto estas historias son fabulación o cruda realidad, pero lo que sí poseen es el denominador común de engrandecer a quien las cuenta y, sobre todo, a quien dice vivirlas. Porque sí, señores y señoras, a todos nos encantaría ser trileros. Nos gusta una trampa más que el comer y admiramos las maniobras arteras de quien la mete doblada y sale de rositas o, mejor aún, con un clavel reventón en todos los morros.
A la sombra de estas premisas, todos hemos contemplado con una media sonrisa el supuesto desvío de fondos del yernísimo, Iñaki Urdangarín, que se venía insinuando desde hace unos meses pero que ha estallado esta semana, vaya usted a saber si como oportuna maniobra de distracción con respecto a esa prima, la de riesgo, que ha vuelto a aguarnos la fiesta. No voy a entrar en detalles pero, siempre presuntamente, el marido de la infanta Cristina habría desviado fondos públicos, apropiándose de unos cuantos milloncejos de euros a través de una sociedad sin ánimo de lucro llamada Instituto Nóos. La cosa consistía básicamente en cobrar por organizar eventos que nunca se celebraban y llevárselo calentito. La trama ha sido desentrañada, paso a paso, por todos los medios, pero, de momento, el fiscal ha renunciado a pedir la imputación del duque de Palma, no entendemos muy bien por qué. Él sabrá.
Lógicamente, la calle ya lo ha juzgado, acusándole de trepa y ladrón por citar los dos términos más suaves. Flaco favor le hace el cuñado de Felipe a la monarquía y grande a Marichalar, que de paria pasa a ser el ex yerno bueno. Si Su Majestad ya había mosqueado al populacho con amistades de dudosa calaña (Mario Conde sin ir más lejos), sus allegados parecen haber tomado ejemplo afanándose en el arte del chachullo como si el clan estuviera por encima del bien y del mal (al fin y al cabo han sido señalados por el dedo de Dios, ¿no?). Pues va a ser que no. De momento, la Casa del Rey ha dicho que el asunto no va con ellos. ¡Ja! Desde el momento en que un Borbón, lo sea de nacimiento o adopción, se dedica, siempre presuntamente, a tangar al erario público -sí, ése que paga el sueldo de la familia real- el asunto es suyo y también nuestro. Tan nuestro, al menos, como aquel contrato fantasma del arquitecto Calatrava, al que Camps, digno prócer valenciano, untó con 15 millones (¡de euros!) por prepararle una maqueta. Y ahí se quedó la cosa, porque la faraónica obra que iba a ejecutar el reputado profesional jamás se llevó a cabo. Eso sí, el dinero sigue en los bolsillos de Calatrava mientras el juez ha decidido mirar para otro lado, por mucho que a los valencianos de bien se les hayan subido los colores.
Mal momento éste que vivimos para que la justicia se vuelva ciega y sorda de repente. Si alguien comete un delito hay que juzgarle. Y estamos hablando de un delito contra todos nosotros. Presunto, insisto. Hace meses, concretamente en enero, estuve a punto de demandar a dos personas por insultos y calumnias hacia mi persona. De hecho, mi círculo más cercano me aconsejó que lo hiciera. Con el devenir de los meses, allá por abril o mayo, me enteré de que un par de mujeres, tan jóvenes como espantadas por lo que les tocó ver y oír, habían sido testigos en el pasado de palabra aún más denunciables dirigidas por las mismas fuentes hacia mí y otra persona, parte también importante de este embrollo, pero a día de hoy ajena al tipo de calumnias vertidas sobre ella. Insistieron mucho en que estaban dispuestas a declararlo donde fuera y delante de quien procediera. A pesar de su insistencia lo obvié, porque hay momentos en los que solo quieres seguir hacia delante. Ahora me arrepiento de no haber hecho nada. Recibí muy buenos consejos y los desoí. Hoy creo que cualquier agresión, verbal o física, cualquier robo o asalto, merecen ser denunciados e investigados. Y cuando nos afectan a todos, con más razón.
Quien no haya hecho trampas alguna vez, que tire la primera piedra. Es cierto. Pero no estamos hablando de circunstancias como copiar en un examen, hacerle la pelota al jefe, conseguir que tu suegro te haga un sitio en su empresa de transportes o, puestos a enredar, casarse por interés. En los últimos años, en España se derrochó dinero a espuertas y hubo muchas comisiones y comisionados que se hicieron ricos a base de lo que ahora es nuestro dolor. Llovía el dinero, pero mientras unos se empapaban, a los otros nos aconsejaban que abriéramos el paraguas. Y ya es hora de que ese paraguas se sacuda sobre las testas de quienes nos agraviaron si de verdad lo hicieron, sean coronadas o no. No solo por justicia, también por humanidad.

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