sábado, 26 de noviembre de 2011

Probando, probando

El otro día, viendo Hair, me di cuenta de la temática tan compleja que encierra hora y media de hilo musical. Se habla, obviamente, del movimiento hippy, pero también de pacifismo, intervencionismo, guerras, relaciones paterno-filiales, sexo, sectas, racismo.... y droga, mucha droga.
Es cierto que, allá por finales de los 60 y principios de los 70, maría, que no era santa ni tampoco virgen, pasó del ostracismo y las fiestas a media luz, al fervor popular y la condescendencia pública. Se puso de moda como símbolo incluso de autoafirmación de una parte de la sociedad empeñada en ir a contracorriente de quienes les gobernaban. Aquello dotó de un significado casi heróico a la hierba, impronta que la ha marcado hasta nuestros días. Confieso que me voy a meter en un jardín (repleto de verdes plantas, lógicamente) del que a lo mejor no sé salir, pero una siempre está presta a enlodarse hasta el fondo.
En la división establecida entre drogas blandas y drogas duras, entendiendo por las primeras las vegetales y por las segundas las procesadas químicamente, yo soy más del equipo blando. Siempre con matices, porque ningún abuso ni obsesión me parece pertinente (me he encontrado con varios fumadores, y no precisamente de tabaco, con serias dependencias psicológicas). Partiendo de la base de que cada cual hace con su vida lo que le da la gana, puedo llegar a entender el empleo de las primeras con fines terapéuticos, divertimento social o remedio antiestrés. Por no mencionar el interés antropológico que despiertan las mismas, algo digno de estudio para quienes amamos esta disciplina de las ciencias sociales.
Conozco a bastantes usuarios de drogas blandas, algunos de los cuales expresan su rechazo a lo sintético por no estar seguros de saber controlar sus efectos ni, llegado el caso, una adicción. Y también conozco a gente que, igual que te digo una cosa, te digo a la otra; amigos de lo blando que han pensado que aquello de cambiar de bando tampoco está mal. Total, solo se vive una vez. Un caso así obedece, y en esto no hay que ser especialmente avispado, a la disciplina de grupo. El sujeto A cree que el conjunto B mola que te cagas: su estilo de vida, su música, el ambientazo en el que se mueven... Si el conjunto B o alguno de sus miembros más selectos va puesto de, por ejemplo, metanfetaminas, el sujeto A se plantea que por qué no probarlas, ya que el selecto es una persona normal. A, no solo se mete lo que el resto de la banda, sino también la objetividad por el ojete y es incapaz de detectar que selecto, y probablemente el resto de la manada, destacan precisamente por sus anormalidades. Probablemente, con el transcurrir del tiempo, A se de cuenta de que lo que el conjunto a quien veía como una pandilla de colegas entregados a la amistad verdadera y la lealtad incondicional, incapaces de hacer el mal y dignos de su rendida admiración, en realidad no es ya un conjunto vacío, sino una grotesca rotonda sembrada de horrorosos y relucientes mojones.
De todas las formas de entrar en el mundo de las drogas, tal vez ésta sea la más estúpida de todas. Más que nada porque denota pusilanimidad, poca personalidad y un cerebro en cuarentena. Puedo entender que uno pase por una mala racha, que se mueva en ambientes insanos... pero hacer las cosas solo para que el grupo vea cuánto molas me parece de auténticos niñatos. De hecho, los traumas de la disciplina grupal se desarrollan en la escuela y en el instituto. Más tarde, el hecho de ser diferente, de demostrar ideas propias, de significarse, de dar la cara, es lo que verdaderamente se valora y lo que te convierte en digno de aprecio y respeto. ¿Para qué entonces seguir a líderes de almas raídas? ¿Por qué entonar ante ellos el sí, bwana e imaginarte que, haciéndolo, vas a contracorriente de la sociedad? No es eso, amigo, no es eso. Más bien todo lo contrario.
Creo que, precisamente por lo que acabo de escribir, deberíamos insistirles a las nuevas generaciones en asuntos tan aparentemente banales como que el grupo también se equivoca; que todos somos miembros de un colectivo, pero antes que eso y por encima de eso, ejercemos de individuos con conciencia propia, con necesidades individuales y metas únicas, tres factores que nos conviene desarrollar si no queremos abrazar causas que, de merecer algo, merecen una patada en el culo.
Volviendo al tema de Hair, he de decir que resulta casi imposible no sentirse atraído por una época donde los sentimientos eran libres y las personas adoptaban estilos de vida diferentes a los marcados por papá Estado. Sin miedo y sin pudor. Obviamente, todas las tendencias, modas y corrientes, tienen un principio, un apogeo y una decadencia, pero no es menos cierto que la historia es cíclica y determinados acontecimientos se repiten de contínuo aunque con diferentes actores. Quizás nos toque a nosotros vivir nuestra propia revolución histórica, aunque muy probablemente no sea de amor.
Por cierto, el que se ha tenido que tomar algo (además de Yannick Noah y su empeño en que a los españoles nos echan testosterona en el cola cao del desayuno porque ya no nos parecemos a Alfredo Landa) es Zapatero. Indultar a ese tal Sáenz, condenado por el Tribunal Supremo y de profesión banquero es de traca. Un fin de fiesta memorable. Muy agarrado por los huevos tienen que tener a nuestro presidente para que, en uno de sus últimos estertores, nos escupa la dignidad socialista a la cara. Solo le falta que, en una burda imitación de la escena de El exorcista, diga aquello de "mirad qué sabe hacer vuestro presidente" y nos vomite en toda la sotana. Aún le quedan días para pensárselo.

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