sábado, 24 de septiembre de 2011

¡Guapo!

La autoestima es necesaria. El ego exagerado, vacuo y estúpido. Cuando uno se marca un Ronaldo, es decir, identifica cualquier mínima crítica hacia su persona con una manifestación de envidia dirigida a su belleza simpar, lo único que consigue es hacer el ridículo. Porque todos nosotros podemos considerarnos la última Coca-Cola en el desierto, pero son los ojos de los demás quienes nos juzgan cada mañana. Y su campo de visión, desafortunadamente para algunos, abarca mucho más que ese rostro cincelado que nos devuelve el espejo.
Las mujeres, en este asunto, estamos muy bien educadas. Somos conscientes de que, hagamos lo que hagamos, en cualquier lugar siempre habrá alguna otra más guapa, más alta, más delgada y más más que tú. Imposible luchar contra la evidencia, nos guste o no. Precisamente por ello, lo que buscamos en un hombre es que, aun siendo consciente de que el mundo está lleno de féminas maravillosas, nos haga sentir que, para él, no existe nadie igual. Su empeño y tesón en demostrarte que eres el ser más especial del universo es uno de los actos más generosos y entregados del amor.
Los hombres, en cambio, asumen que la competitividad es un deber. Se trata de algo atávico, íntimamente relacionado con los tiempos de las cavernas, donde el macho que hacía alarde de su poderío se llevaba la caza y la hembra: el pack completo que honraba su masculinidad. Eso de a ver quién la tiene más larga o quién mea más lejos es una realidad cotidiana. Nuestros hombres se enfrentan continuamente a batallas dialécticas y a comparaciones físicas para experimentar la superioridad física y moral pero, sobre todo, social. Y si la competición se desarrolla ante un público femenino, aquello puede convertirse en una pelea de gallos, con mucha cresta y batir de alas, pero muy poca técnica.
La experiencia me dice que la imagen que tú quieres proyectar a los demás depende de ti mismo.... siempre que no abuses a la hora de verbalizarla. Me explico: puedes creer que eres el más guapo y pintón de la historia de la humanidad, y hacérselo así entender a la audiencia mediante gestos, acciones y una buena publicidad subliminal de ti mismo. Pero si insistes en remarcar tu belleza en cuanto alguien te deja abrir la boca, pasas de Adonis a Filemón en un microsegundo. Impepinable.
Las absurdas demostraciones de orgullo varonil o presunción femenina se convierten, más veces de las que quisiéramos, en alardes innecesarios que aportan imbecilidad y restan clase. Está bien, muy bien, que nos sintamos estupendos, pero el truco reside en proyectar esa virtud en los demás y no obligarles a reconocer algo que, a lo mejor, ni siquiera ven. Porque la belleza es una cualidad muy subjetiva que va bastante más allá de un rostro agraciado. De hecho, todos hemos conocido a personas que, a pesar de no ser las más perfectas, para nosotros encerraban un encanto fuera de toda duda producto del roce y el cariño. Igualmente, nos hemos topado con personajes de físicos prodigiosos que no nos han aguantado ni medio asalto.
Dicho lo cual, esos seres superiores que van por la vida insitiendo en lo guapos, modernos, ricos, simpáticos o ligones que son me producen cierto ascazo. Como ya dije una vez, es la gente normal la que encierra vidas, emociones e historias apasionantes. Solo hay que querer buscarlas.... y dejar que otros encuentren en nosotros lo mucho y bueno que podemos aportarles.

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