viernes, 19 de agosto de 2011

Ética

Yo soy de las que estudió religión en el colegio. Y cuando digo estudiar me refiero a abrir un libro, colocar los codos sobre la mesa e intentar meter en el cerebro todo lo que en él se contaba. Aprendí lo aprendible sobre la vida de Jesús, sus apóstoles y el pueblo judío. Pero además me empollé las bases de las principales religiones conocidas. Todo ello me dotó de cierto criterio que, con el tiempo, me ha llevado a mantener una actitud bastante escéptica con el catolicismo y otras versiones de Dios.
A ello añado que jamás pude optar por ética en lugar de religión. Lo que sé de la ética es lo que he visto, lo que me han contado, lo que he deducido y lo que he leído, todo ello jalonado por algunas pinceladas de conocimiento obtenidas en clase de Filosofía. Más o menos lo que el común de los mortales, supongo. En mi opinión, hay una ética sociocultural, que trasciende al individuo para pasar a regir la actuación de una comunidad, y unos principios individuales que todos llevamos a gala. La ética, con mayúsculas, permanece inalterable al contener mandamientos, no solo cristianos, del tipo de no clavarle un sable japonés al vecino si se empeña en machacarte con el Danza Kuduro hasta las seis de la mañana y, en su lugar, invocar a los poderes públicos para que le echen la consabida reprimenda. Por contra, los principios mudan con el tiempo y necesitan una puesta a punto de vez en cuando. Quiero decir que esos principios que rigen tu existencia con 16 no son lo mismos que con 36, porque, si lo fueran, aviados iríamos. El analizarlos y cambiarlos es un proceso intrínseco de la madurez y de la adaptación a oportunidades o dilemas en los que nos pone la vida. No podemos flagelarnos por traicionar ciertos principios sino alegrarnos al ser capaces de darnos cuenta de que existen ciertas reglas morales que no funcionan y necesitan una readaptación a las personas en que nos hemos convertido.
Una vez resuelto el tema "principial", con la ética hemos topado. Si hay guardianes de la ética en este mundo que nos ha tocado vivir, que me perdonen, pero lo están haciendo muy mal. Hablan de "ética del trabajo" los empresarios, y se llenan la boca con palabras sobre moralidad cuando, en la ampulosidad de sus despachos, se dedican a cocinar EREs y suspensiones de pagos sin pudor. Hablan de ética los bancos, mientras reparten indecentes beneficios entre los suyos, ganan dinero a expuertas y estrangulan al trabajador y a las pequeñas empresas con un placer muy parecido al sadomasoquismo.
Pero lo que en estos últimos días vacacionales me desconcierta es esa actitud de la cúpula eclesiástica reunida en Madrid por mentar la ética más que a Dios. Sobre todo como parte de esa ecuación infalible de ética más juventud igual a paraíso. Habría que recuperar aquello de "consejos doy que para mí no tengo". Recordemos que los mismos que nos insisten en que abracemos el buen camino son aquellos que, durante muchísimo tiempo y aún ahora, encubrieron casos de pederastias destrozando la vida de un montón de esos jóvenes a los que se dirigen con gran alegría y colegueo. Aquellos maestros de la fe que insisten en criticar a la ciencia por su empeño tonto en investigar, basándose en unas leyes arcaicas que ni siquiera están escritas. Esos individuos capaces de decirte lo que tienes que hacer en tu casa y, sobre todo, entre las cuatro paredes de tu dormitorio sin que se les mueva el tupé, algo que no se lo permitiríamos ni a nuestros mejores amigos. Esa panda, en fin, que necesita controlar cuántas parejas e hijos vamos a tener, que sabe muy bien que muchos de nuestros valores de ética laica se basan en proclamas religiosas, de lo cual se aprovechan, y que no dudan en machacarnos cada año para que parte de nuestro dinero, el mismo que nos ayuda apenas a llenar el fondo del carrito de la compra con marcas blanca, vaya a parar a sus arcas. Miremos a nuestro alrededor y preguntémenos cuántas tierras y propiedades pertenecen a la Iglesia Católica. Y cuestionémonos por qué, en tiempos cómo los que corren, no tienen la decencia de deshacerse de algunas de ellas para abastecer comedores sociales o paliar la hambruna africana, situaciones ambas que tanto les/nos preocupa, pero que debemos solventar a pachas entre el Estado y los ciudadanos. Manda huevos.
Es muy fácil hablar de ética desde un púlpito. De hecho, todos podríamos hacerlo. El problema es cuando bajamos y nos convertimos en personas vulgares con problemas tan vulgares como el paro, la recesión o la enfermedad. Es en ese momento cuando deberíamos volver a subir y gritarles a unos cuantos aquello de "Pásense su ética por donde les plazca y déjenme con mis principios, que ya toca revisión".


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