lunes, 15 de agosto de 2011

Septiembre

Mi cumpleaños es en Septiembre. Esto, ya de por sí, hace que le tenga un cariño especial a ese mes. Cuando era pequeña lo asociaba a fiesta: volvía al colegio, a ver a la tropa, y además tenía algo que celebrar. Con el tiempo, el subidón ha menguado colocando las cosas en su lugar. A ello ha ayudado mucho la cruda realidad, que se empeña en convertir Septiembre en un mes amargo, calificativo que le sienta como un traje mal cortado: le tira de las sisas y le sobra de cintura.
Todos los meses que conllevan un cambio de estación tienen algo de mágico. Y el paso del verano al otoño, la transformación de la luz y los colores en la naturaleza, es espectacular. Lo dice alguien a quien el otoño le suena a chusco por lo que tiene de decadencia. No disfruto especialmente con la caída de las hojas ni con los árboles desprovistos de sus ropajes, pero reconozco que, como muchas veces pasa en la vida, las cosas tienen que morir y reposar un tiempo para renacer con más fuerza. De ahí la magia de los meses venideros.
El problema de Septiembre es que la burocracia le ha dotado de una pátina de agresividad y mal rollo que lo convierte en el primo feo del calendario. En los países septentrionales, llegamos al día 1 con los bolsillos vacíos tras gastar lo que no teníamos en hacer de nuestras vacaciones la más locas, reto que intentamos superar año tras año. Y nos encontramos con todos los desembolsos domésticos que implica el comienzo de curso laboral, escolar y administrativo. Este año, además, como vamos sobrados, le hemos añadido especias al guiso otoñal y nos encontraremos con lo mejorcito de cada casa: la deuda, la prima de riesgo y la madre que las parió, la campaña preelectoral que nos dará a todos dolor de cabeza y malestar estomacal, la reunificación del 15M tras verse desperdigados por playas y humedales (esto no tiene por qué ser necesariamente malo para los ciudadanos, pero sí para los lumbreras que nos gobiernan), el recrudecimiento de los conflictos internacionales (aquí he sacado mis superpoderes de visionaria y he decidido que sí, que habrá lío) y, por si no tuviéramos suficiente con tanta plaga divina, van los futbolistas y convocan huelga para las dos primeras jornadas de liga. Vale, ya sé que el jolgorio empieza en agosto, pero como los chavales se pongan borricos nos plantamos en septiembre con el mono de balón a cuestas. Nos quitan el pan y ahora quieren eliminar también el circo. No hay derecho, hombre.
Imagino que el conflicto se arreglará, porque dinero para comer no habrá, pero para estampitas nos sobra. Ya imagino a los mandamases de los bancos, tirados en sus tumbonas playeras y renegociando la deuda de los clubes a toda pastilla. Podremos quedarnos sin casa y sin trabajo (¡incluso sin toros!), pero sin fútbol nunca. Aquí el que no corre detrás de una pelota es porque está tullido.
Septiembre viene hecho un Terminator, así que habrá que alimentar nuestra despensa y encerrarnos en el búnker hasta que la cosa amaine. Yo, como me encanta llevar la contraria, haré el petate y me largaré a Argentina, país que que no conozo. A ver qué pasa. Sé que celebra sus presidenciales en octubre, así que me tocará empaparme un poco de campaña electoral, aunque de otra forma, porque al no conocer a nadie, los asuntos de la Casa Rosada me tocan de refilón. Una aventura que me apetece muchísimo.
Todavía faltan semanas, pero en mi ausencia, por favor, no maltratéis a nuestro amigo Septiembre, siempre víctima de los matones de la clase. En el fondo, es un buen chico. Lo digo yo, que lo conozco bien...




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