Ha vuelto. Sin capa roja ni gayumbos por encima del pantalón marcando sus armas, pero con los superpoderes lavados con Ariel. Nuestro hombre de acero no es Superman aunque, como él, tiene la voluntad de hacer el bien y librar a la humanidad de los Lex Luthor de todo a cien que están convirtiendo nuestra existencia en un imposible.
Me refiero, por supuesto, a ese superhéroe coronado llamado Juan Carlos I, que después de su sonoro arrepentimiento (el ya mítico "Lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir", que lo mismo sirve para dejar a una novia que para devolver un peine) ha decidido cruzar mares y sobrevolar naciones por el bien de esta su ¡España! Con 74 primaveras cumplidas en enero, nuestro monarca parece dispuesto a demostrarnos que sin él no somos nadie. Y a lo mejor tiene razón, porque ha empezado a ocupar el sito que Rajoy I El Tímido rechaza de continuo con gran éxito de público, pero también de crítica.
En muy pocos días le hemos visto cruzando el charco para ver si podemos hacernos amigos de los chicos del Cono Sur (a Argentina ni mentarla porque hace pupa) y les plantamos algunos de esos negocios que proveen de retiros millonarios a quienes los manejan. Poco después lo teníamos ya en Algeciras, dando al pésame a los pescadores gaditanos y recalcándoles que, si los ingleses les tocan las pescadillas, pidan ayudan a la Guardia Civil, que para eso les pagamos. Acto seguido, se fue volando a Arabia Saudí, con el fin de dar el pésame a la familia real tras la reciente muerte del heredero. Nobleza obliga, porque además de entenderse muy bien en esto de las riquezas y los millones con la Casa Real, los árabes siempre parecen prestarse voluntarios para hacer negocio de nuestra maleada Costa del Sol y llevárselo calentito.
Lo más divertido de todo es que Don Juan Carlos se largo a darles golpecitos en la espalda a los pescadores andaluces vestido de capitán general, lo que da así como mucha autoridad. En su pueblo, me refiero. Un gesto de confianza sin parangón. Y que, yéndose a Arabia Saudí, se libró de coincidir con ese tal Dívar, el hasta hace poco presidente del Supremo y del Poder Judicial, en el ojo del huracán por haber costeado con dinero público vacaciones de lujo en compañía del hombre que ponía luz a sus noches. Penalty y expulsión.
Al monarca las cosas le están saliendo mejor que bien. Se le ve al hombre con ganas de recuperar terreno perdido, aunque sin mucho mérito por su parte. Quiero decir que ahora que ha mandado a la que dicen es su amante alemana castigada al rincón, el rey tiene mucho tiempo libre para dedicarlo a sus tareas, entre ellas salvar a España. Primero de lo que tenemos dentro y, si eso, después, de lo que tenemos fuera.
Un hombre que no tiene pareja a la que arrimarse entregándole sus días y sus noches cuenta con un montón de minutos vacíos para dedicárselos a sus amigos. Pero como resulta que la mayor parte de la pandilla juancarlista la forman un puñado de vagos y maleantes (por no decir delincuentes) me imagino a su majestad pensando en qué invertir las horas de asueto. Descartado ver Sálvame para no llorar ante las imágenes de la amante perdida o repasar los partidos de España en la Eurocopa a cámara lenta, solo queda hacer lo que mejor sabe: tomarse un cafelito con los mandatarios del mundo mientras discuten de sus dineros.
Y, como ya he dicho, la heroicidad del héroe viene precisamente de que nos hace mucha falta alguien así. Con Rajoy desaparecido en combate y/o predicando el aburrimiento y la duda allende nuestras fronteras, necesitamos a alguien que cubra agujeros y ocupe el puesto vacante de líder para el pueblo llano. Nunca se las habían puesto tan bien a Don Juan Carlos. Ahora puede ser el auténtico ídolo de la ciudadanía, aquel que se aviene a escuchar nuestras penas y contriciones, dándonos palabras de ánimo y vistiéndose de general cuando hay que recordarnos que, en la guerra, él siempre estará a pie de despacho para pegarle un buen meneo a la patria.
Después de que Zapatero dejara heridas de muerte nuestras relaciones exteriores y Rajoy no sepa ni tan siquiera cómo ponerse en la foto al lado de Merkel, el rey parece, hoy por hoy, la única autoridad moral capaz de salir al mundo y no causar risa ni sonrojo. Incluso, llegado el caso, infundir respeto. Al final todos vamos a tener que estarle agradecidos y declararle nuestro amor con un "Lo sentimos majestad. Nos hemos equivocado. No volverá a ocurrir". Al tiempo.
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