No hay como un viaje al exterior para darte cuenta de las cosas que pasan en el interior. La vida se crea con el movimiento, y está claro que la inactividad y la inacción no son buenos compañeros para la evolución y el progreso.
En estos días que he permanecido fuera, me he dado cuenta de muchas cosas, algunas íntimas, otras bastante fáciles de compartir. Por ejemplo, que ahora mismo el lujo se halla en la vuelta a los orígenes. Los hoteles y alojamientos que en este momento cuestan un ojo de la cara y otro del vecino se caracterizan por la ausencia total de conexión con el mundo exterior. Quiero decir que pagas un dineral por no tener internet a tu alcance, ergo prescindir de las redes sociales, y ni siquiera contar con un mísero aparato para ver la Eurocopa en blanco y negro o pixelada. Y se disfruta. Se disfruta porque a uno no le queda mayor remedio que entrar en comunión consigo mismo y la naturaleza o lanzarse a la aventura y recuperar el placer de charlar con otros seres humanos, desarrollar la empatía y poner a funcionar esa cosa tan anquilosada que, creo recordar, se llamaba comunicación.
No es mal asunto interesarse por los demás, intentar juzgar cómo les ha ido el día a través de la expresión de su rostro (y no por las frases vacuas que cuelgan en los muros o lees en los emails) y saber, de propia mano o de propia voz, qué bagaje arrastran. Me parece muy buena idea ésta de recuperar el calor, el color y el sabor de la gente, más aún cuando vivimos en un mundo en el que ves una foto del Himalaya, el culmen de las experiencias vitales, y aquello parece la entrada al metro en hora punto, con miles de escaladores haciendo fila india, como si se tratara de una manifestación de alpinistas por un mundo mejor. El colmo de las sensaciones auténticas, ya digo.
Así que ahí lanzo la idea: recuperar la casa de los bisabuelos en Carrascuelos de Abajo y montar un alojamiento deluxe sin una triste radio que llevarse a la oreja. Al principio la gente entrará con cara de cardo, pero al final saldrá más feliz que si se hubiera ido a una clínica de lujo de Marbella a quitarse los michelines. Doy fe.
Igual que doy fe de esa imagen de pobres y menesterosos que estamos proyectando en el exterior. Es salir de España y todo el mundo, sin importar el país de procedencia, se acerca a darte el pésame. Como si sufrieras una enfermedad terminal y te quedaran apenas días de vida. Y lo más pasmoso es que su contrición tiene argumento, porque resulta que allende nuestras fronteras se saben mejor el conflicto de Bankia que nosotros mismos, aunque siguen sin entender por qué no se castiga al ladrón. A ver cómo explicas que tú tampoco.
Recordaba las palabras de este nuestro gobierno, ta preocupado por la imagen de alborotadores y locas de los peines que estamos creando en los países de nuestro entorno. Pues bien, los habitantes de estas naciones tan cascarrabias empatizan con los ciudadanos y no son capaces de entender cómo hemos podido elegir un gobierno así de vergonzoso. Esa imagen por la que tanto se preocupan Rajoy y los suyos es la que ellos mismos proyectan: la de una panda de alborotadores de bar que pretenden arreglar el mundo jugándoselo al tute para luego acabar borrachos y cabreados durmiendo la mona encima de las mesas. Y no hay derecho. Sobre todo porque no creo que los de abajo nos la merezcamos.
Cuando estás en ninguna parte sin conexión sientes la tentación de permanecer así forever and ever. Ahora entiendo aún mejor por qué varios de mis mejores amigos pasan millas de este tema de la cibersocialización. Supongo que las personas a las que nos gusta decirnos las cosas a la cara nos buscamos mutuamente. Pero, sobre todo, comprendo que, a veces, es mejor aislarte un poquito para no saber lo que determinados individuos están haciendo con tu país y, en consecuencia, con tu vida. Ahorrarte disgustos, disfrutar de lo corpóreo y mantener al margen lo extracorpóreo. Turn off.
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