Ayer estaba toda Europa con los huevos comprimidos ante la supuesta gran amenaza griega. Andábamos barruntando qué pasaría si a los helenos, metidos en faena electoral, les daba por otorgar el poder a esos maleantes izquierdosos de Syriza o, lo que es casi peor, concederle alas a la pandilla basura de Amanecer Dorado. Pues ni una cosa ni la otra; para mayor regusto de Angela Merkel, que seguro hoy ha ido a la peluquería a hacerse mechas, los vecinos mediterráneos han decidido darle mayor poder a Nueva Democracia, ese partido conservador que tiene a Alemania como Dios Padre y al euro de Espíritu Santo.
Y es que, seamos claros, a los germanos no les gustaba un pelo que la izquierda de Syriza ganara los comicios. La campaña contra ellos ha sido muy injusta, por decirlo suavemente, acusándolos de ser instigadores de la salida del euro cuando en ningún lugar he oído declaraciones de alguno de sus miembros aseverando la mayor. Pero, obviamente, los amos conservadores de nuestra Europa andan temerosos de que una ola de rojos se extienda por Europa y acabe restregándoles su cartilla de recortes por el ojete. Así que tonto el último.
No sé cómo se ha vivido esta presión mediática en Grecia y si los ciudadanos tienen consciencia de hasta qué punto se ha mediatizado su voto desde el espacio exterior, que viene a coincidir con el centroeuropeo. Imagino a los helenos acongojados, queriendo votar a la izquierda por convicción e inclinándose hacia la derecha por imposición. No todos, probablemente, pero seguramente son muchos los fustigados.
Ayer mismo, veía en la televisión un documento muy claro sobre la situación en el país y el cúmulo de desgracias que han sufrido en los últimos años. No digo yo que el gobierno y los gestores de la nación no hayan cometido dislates, pero sí es cierto que su sometimiento a los grandes popes europeos está formando un ejército de desarrapados que, si los viera Víctor Hugo, escribía enseguida el guión de Los Miserables 2, con Will Smith en el papel de Jean Valjean. Es precisamente esta gente, a la que se le han arrebatado las razones de vivir aun en vida, quien, con sus actos desesperados, nos está avisando a los demás de que esto es solo el principio. Uno de los últimos suicidas griegos, el que se tiró al vacío con su madre, enferma de alzheimer, advertía en su nota final de que, queramos o no, estamos sufriendo la tercera guerra mundial, con unos poderes económicos y políticos enfrentados a cara de perro con un pueblo sin armamento y al que no le queda más remedio que enarbolar su maltrecha dignidad.
Quizás sea así. Quizás esto sea la tercera guerra mundial y todavía no nos hayamos dado cuenta del todo de que nos encontramos en medio del campo de batalla, desvalidos frente a un enemigo que tiene toda la tecnología armamentística a su alcance. No nos hemos percatado de que contamos con superioridad numérica y que bastaría con hacer virar el sesgo decididamente conservador de esta Unión Europea para que los mercados y sus matones pusieran las barbas a remojar. Pero salvo los franceses, que a revolucionarios no les gana nadie, el resto estamos a verlas venir, así, al estilo griego, esperando que nos den bien por el sur después de haber perdido el norte.
Lo bueno de esta estupenda clase de griego es que el partido nazi llamado Amanecer Dorado no ha subido votos. Lo malo es que tampoco los ha bajado. Una formación que, dicho sea de paso, solo sabe de odio y mala educación, porque no creo que ninguno de sus integrantes sea consciente de cómo y en qué condiciones nació el nazismo. Lo mismo, de saberlo, les daba un tabardillo o algo. Pero el odio vende (no, no voy a volver a escribir la frase de Yoda porque me quedo sola), une y crea afición. Aunque, claro, quien piense que con modales de gañán y chulo de playa va a gobernar el mundo, lo lleva claro... y que me perdone Berlusconi, a quien el señor juez tenga en su banquillo.
En fin, que al final han ganado los que querían los ricos y aquí seguimos igual que ayer, o sea, mal. Tranquilos, mañana será aún peor.
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