Reconozco que me fascina sobremanera esa forma que tienen muchos estadounidenses de tomar la ficción como una prolongación de la realidad. Estoy plenamente convencida de que, entre ellos, hay quien cree que la bomba en el autobús de Speed se puede dar todos los días o que La jungla de cristal es, además de verdad verdadera, una gran lección de vida.
Si no, no me explico cómo ese tipo grandullón, que se dedica a arrear mamporros en las películas y atiende por el nombre de Steven Seagal, haya sido contratado para entrenar a patrullas ciudadanas. El objetivo de estos vecinos armados y peligrosos sería -oh sorpresa- defender los centros escolares y a las criaturas que en ellos pululan de posibles agresiones externas. Por agresiones externas se entiende desde el clásico hombre armado hasta el clásico extraterrestre verde.
El ser humano que ha parido semejante ocurrencia y que ha decidido sacar a Seagal de las filas del INEM norteamericano no es otro que Joe Arpaio, shérif del Condado de Maricopa (bonito nombre, por cierto) en Arizona, un servidor de la ley que lo mismo se pone chulo que racista, es decir, que el día que se levanta de buen humor se dedica a repartir somantas de hostias a los detenidos y la mañana que se despierta torcido se entrega a la noble tarea de perseguir inmigrantes y defecar en su árbol genealógico delante de las cámaras. Lo que viene siendo un tipo duro.
Y como siempre tiene que haber un ojal para un botón, Joe decidió que el hombre de su vida era Seagal, ese individuo que, en su día, fue acusado de hacerle una cara a nueva a su pareja, Kelly LeBrock, la inolvidable Mujer de Rojo protagonista de las fantasías de los adolescentes ochenteros. Pero si por separado estos dos componen la guinda de toda reyerta, juntos son la leche (o las leches): hace unos días trascendía la noticia de que un hispano acusó a ambos de detención ilegal hace cosa de dos años. Según el testimonio de este hombre, al que todavía no le llega la sangre al bigote, una noche estaba tranquilamente en su casa y a sus cosas, cuando Arpaio y su panda de colegas entraron a la fuerza y se lo llevaron arrastras vaya usted a saber por qué. Lo más bonito de esta historia vino después, cuando el ofendido se dio cuenta de que su ofensor solo estaba participando en un reality de Steven Seagal, quien necesitaba un episodio ejecutado con nocturnidad y alevosía para elevar los índices de audiencia. Esto si es amor y lo demás, sexo.
En mi intrínseca nobleza y bondad sin tacha, no puede dejar de pensar en esas criaturas, obligadas a hacer simulacros de atentados muy gordos un día sí y otro también. Entre tener al matón de Seagal rondándote cada mañana con cara de haberle sentado mal los kellogg's del desayuno, y a tu padre presumiendo ante sus amigos de quién la tiene más larga (la pistola, me refiero) es lógico que crezcas convencido no solo de que te van a matar y hasta el oso Yogui es un terrorista afgano si no de que lo mejor es disparar primero y, si se ponen muy pesados, preguntar después. Se ve que a Arpaio no le basta con proyectar las películas de arte y ensayo de Steven Seagal en los cines al aire libre con el fin de impartir lecciones de moralidad y arengar a la tropa: tiene que traer al interfecto para que te meta el rifle por el culo en cuanto se te ocurra tararear Imagine por lo bajines. Con Blowing in the Wind pueden llover bombas racimo.
Gracias a ejemplos tan ilustres como estos dos grandes profesionales de lo suyo, el condado de Maricopa se va a transformar en Maripupa. O en Maricón (el último). Supongo que tanto Arpaio como Seagal estarán orgullosísimos el día que cualquier vecino le vuele los sesos al médico por recetarle unos supositorios o las criaturas de la comunidad se dediquen a perseguir hispanos como si fueran marcianos llegados para conquistar la tierra y lavar cerebros a base de retorcidos movimientos de cadera, seriales infumables y chiles muy picantes. Un hermoso ejemplo para la humanidad, las generaciones venideras y el presidente iraní.
Por último, no quiero plegar velas sin dar un último y revelador dato: Steven Seagal es budista desde los 7 años. No solo eso, si no que en su día, un monje con un ojo de lince similar al de Stevie Wonder se empeñó en que aquel pedazo de bestia era la reencarnación de un lama. En fin… me voy a meditar.
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