sábado, 9 de febrero de 2013

Una proposición indecente

Confieso que no sigo mucho el tema (es verdad, lo juro por los juanetes de mi padre) pero estos días he oído, así como de refilón, que a varias de las jamelgas que pueblan ese programa para superdotados llamado Mujeres y hombres y viceversa y a otras tantas que van a Gran Hermano en busca de un puesto en la Real Academia de la Lengua, les han llegado a ofrecer cantidades desorbitadas de dinero por una cena y cifras vergonzosas por un rapidito (en inglés, quickly).
Entre el mareo de números que he llegado a ver o a oír se barajan 10.000 euretes por una cena. Y no lo entiendo. Porque estoy convencida de que ni las unas ni las otras reúnen la conversación y el interés suficiente para mantener una charla apasionante sin que te entren deseos de ahorcarte con la servilleta a los diez minutos de llegar o clavarte el tenedor en la yugular aun antes del segundo plato. Si una servidora que, al parecer, es muy ingenua, tuviera el dinero suficiente como para pagar semejante pastizal a un convidado (menú aparte) lo menos que haría sería invitar a Fidel Castro, en primer lugar para resolver una de las grandes dudas existenciales de mi vida, que es saber qué carajo pasó realmente con Camilo Cienfuegos y, en segundo lugar, porque con Castro tendría al menos garantizado un bis o varios, con lo que el dinero lo mismo quedaba amortizado. Por lo tanto, insisto que no comprendo qué puede tener de maravilloso, ejemplarizante y singular invitar a cenar a una chica que sale en alguno de estos programas salvo el pasarte la velada babeando mientras le miras las tetas. Y, sinceramente, no creo que el calentón valga los 10.000 euros estipulados en la tarifa.
El polvo se cotiza más. Según las informaciones vomitadas estos días, a razón de 100.000 euros el apretón. Ojito con la cifra porque tiene cola, literal y metafóricamente hablando. Con ese dinero, por ejemplo, cualquiera de nosotros se podía comprar hasta tres BMW rancheras y optar por un apartamento más que decente en la playa (hasta sobraría pasta gansa para amueblarlo). ¿Alguien me puede explicar por qué un polvo con alguien que sale en la tele luciendo pechuga y cacha vale semejante derroche? Y lo peor es que las interfectas se hacen las muy dignas nombrando al ofrecimiento y no al ofrecido. Hasta yo, que me considero capaz de mantener el tipo en una cena con ese dechado de intelectualidad que es Jesulín de Ubrique, me lo pensaría si alguien  me presenta un cheque en blanco repleto de ceros hasta en el membrete; así que no me vaya ninguna de estas maridignas diciéndome que le han ofrecido el oro y el moro y que ellas no han aceptado pasar por el aro. Del moro vale; del oro, jamás. Por ello, quizás las razones de confesar ser víctima de una proposición indecente esconden otras motivaciones bastante más amorales que las pretendidas.
Que nadie piense que estoy aquí haciendo un panegírico de la prostitución de lujo. Más que nada porque cada uno hace con su cuerpo lo que le sale del higo. Lo que entiendo, después de observar petrificada el mareo de dinero y de pechugas que pasean sus bondades a partes iguales en la televisión durante estos días, es que la cosa no es para tanto. Ni por un lado ni por el otro.
Si tú estás diciendo que alguien sería capaz de pagar 10.000, 12.000, 20.000 eurazos por compartir cena contigo, postres aparte, estás dando a entender que tú vales eso. Gustas tanto, eres tan especial y atesoras semejante morbo que no solo los camioneros se las prometen felices a tu costa, si no que eres la presa codiciada para compartir mesa y mantel con grandes potentados y, luego, si se tercia, hacer la cucharilla. Que sea enhorabuena. Otra cosa es que yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos nos creamos la fábula de que hay alguien tan rematadamente tonto del haba como para pagar tal derroche de billetes  (menos no lo dudo) solo por aliviarse un rato con una rubia de bote que cree que Platón es un planeta de un sistema solar allá, por la galaxia de Star Trek. Es cierto que siempre existe un roto para un descosido y, sí, quizás respiremos el mismo aire que un ser lo bastante estúpido y pueril como para ponerle un piso a una pava solo por una noche de sexo y mentiras, pero a mí, esta gente que generaliza y se cotiza tan alto a primeras dadas me huele a tinte quemado.
De todas formas, habló quien pudo, porque estoy segura de que nadie daría ni un caramelo mordido por  cenar conmigo a solas, pero, desde mi atalaya, entiendo que si tú vas a la tele a lucir tu físico y nada más que tu físico, lo lógico es no te escandalices si luego te llega un cheque al portador a cambio de una noche de compañía. Nadie, en su sano juicio, imaginaría que semejante invitación sería para discutir en grupo las psicopatologías de La Regenta. Aceptar determinadas ofertas o rechazarlas está en la conciencia y en las necesidades de cada uno: alardear de ellas cuando ya a nadie le importa tu cara es, simplemente una hipocresía. Y poner un precio a tu persona. Que encuentres comprador, es otra cosa.



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