domingo, 17 de febrero de 2013

El cerebro femenino

Cuando yo era pequeña (precaución: historieta), quiero decir muy pequeña, en mi colegio de monjas y, por lo tanto, femenino hasta las cruces, nos impartían una clase que obedecía al pomposo nombre de pretecnología. Tras semejante sustantivo una puede pensar que lo que le van a enseñar es a tirar los cables para luego rematar la faena con un buen enchufe o aprender a detectar cobre para después robarlo. Pues no, damas y caballeros, pretecnología era la asignatura que te introducía en el cómo se hacen mis/nuestras/suyas/tuyas labores, principalmente las del hogar.
Durante aquellos años las monjas intentaron enseñarme a bordar, coser, hacer calceta y ganchillar. Digo intentaron porque, como mi habilidad no es precisamente legendaria, al final siempre acababa pidiéndole socorro a una parienta con tiempo libre para que me rematara la labor y así presentar algo decente en el examen, alejado de mis épicas obras de arte: un vestido con las mangas de muy distinto tamaño y un jersey que no pasó de bufanda. Ni la mismísima Blanca Cuesta, extraordinaria pintora, hubiera igualado mis hallazgos artísticos.
Imagino que sofocadas y pelín humilladas por tanto destrozo, y tras comprobar que el punto de cruz se parecía más a una punta de lanza o que el ganchillo tenía poco gancho y sí mucho hilo, las monjas abortaron la operación pretecnológica y se pararon ahí: no nos enseñaron a freír un triste huevo ni a usar el mocho, ergo no nos prepararon para la vida. De aquellos barros vienen estos lodos, y las niñas que fuimos hemos tenido que superar una gymkana de lucha y sufrimiento, llena de pruebas casi insuperables, como las de aprender a poner una lavadora diferenciando la ropa de color de la blanca (matemática pura) o hacer un cocido (esto ya es de nota). Menos mal que, solidarizándose con nuestro pesar, la Comunidad de Madrid está dispuesta a formar a las nuevas generaciones para un mundo mejor. Y es que nada menos que cinco centros de Formación Profesional de los madriles ofertan educación separada por sexos. Como debe ser, ¿verdad, señor Gallardón?
En su empeño de diferenciar el cerebro femenino del masculino siguiendo los preceptos más retorcidos del Opus Dei y los Legionarios de Cristo, las autoridades comunitarias sostienen con fondos públicos cinco centros donde los chicos solo pueden estudiar lo suyo (telecomunicaciones, gestión de empresa, informática, etc), mientras que las mujeres en edad de merecer pueden cultivarse aprendiendo cocina, secretariado y moda entre otras disciplinas igualmente rompedoras. Si las fundadoras de la Sección Femenina levantaran la cabeza... nos dejaban el lavabo lleno de pelos.
En resumen, que el gobierno que nosotros hemos elegido costea con el dinero que nos quita uno de los idearios más rancios que la historia ha parido, profundizando además en el sexismo y la diferencia de género, lo que nos obliga, no solo ir a remolque del resto de Europa sino de el resto del mundo civilizado. Obviamente, esto no es más que un paso adelante en el esfuerzo de Esperanza Aguirre y todos sus hijos putativos de donar tierras a los movimientos más ultraconservadores de la iglesia católica para que construyan colegios donde educar a sus huestes en el amor al prójimo y la castidad propia. Resulta rocambolesco que una mujer que ha llegado a presidenta aliente la educación por la diferencia donde todas las chicas tienen mucho que perder y solo un poco que ganar: a los hombres por el estómago.
Según los mandamientos de estos cinco epicentros de la recta moral, señoras como Ana Patricia Botín no tendrían cabida en nuestra sociedad, al igual que hombres como el cocinero Adriá o el diseñador Miguel Palacios, por poner tres ejemplos. Se les niega a las mujeres contar con una mente matemática (a pesar de que muchas amas de casa sin estudios podrían sacarse un doctorado en microeconomía) y a ellos la capacidad artística, a no ser por una disciplina incluida en el programa masculino y que no es otra que, tachán, tachán, el diseño editorial. Los pintores, músicos etc son unas nenazas y los diseñadores gráficos very machos. ¡Ja!
Yo no creo que se me de mal la cocina, pero tampoco la informática. Y conozco a hombres que son estupendos fotógrafos y, además, saben freír un huevo. Sinceramente, no pienso que yo tenga pinta de marimacho (vocación tal vez sí) ni que ellos estén ocupando la baja escala de la masculinidad. Ser hombre (y mujer) es otra cosa, una condición más íntima, una percepción social y un ejercicio de coherencia que no se mide en un instituto de FP que pretende salvaguardar a las mujeres en sus cosas e impedir, en la medida de lo posible, la proliferación de tocamientos. Es como el que nunca ha sido guapo: le encantaría que todos a su alrededor fueran feos. Lo mismo da que da lo mismo.
Pero, bueno, todo esto no sigue más que los preceptos de gente como el ministro Wert, aborrecido por casi toda España menos por los santos que pueblan iglesias y catedrales. Sí, ese individuo que dice que los estudiantes universitarios no deben estudiar lo que quieran, sino lo que más salidas tenga en el mercado. Así me gusta, educando a la gente en la frustración, para que sepan lo que vale un peine… y una peineta. El problema es que la frustración lleva al odio, el odio a la ira y la ira.... a un ministerio, a hacer sufrir a los demás. Como diría Tarantino: malditos bastardos.


2 comentarios:

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    1. Imprescindible para ellas: "Jaguars, criaturas que se reproducen en tu garaje. Aprende a amarlas". O "Firmar sin preguntar. Primer mandamiento de la esposa feliz". Para ellos: "Ingeniería de sobres". Incluye seminarios sobre uso y disfrute de bolsas de basura y administración de turismo de altura (Suiza mayormente)

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