miércoles, 4 de julio de 2012

Reiclando

Kleenex, esa marca de pañuelos de papel, aboga ahora por el reciclaje, tal vez un acto de penitencia tras tantos árboles talados para mayor gloria de las penas de amor, los llantos de dolor o el resfriado común del común de los mortales. Muy loable. Pero lo curioso es la forma que ha elegido para abanderar su reciclaje de amplio espectro: reciclar tuits. Así, tal y como se lee.
En su afán de ahorrar energías y, de paso, alguna que otra idea creativa, se ha marcado un tanto inventado una obviedad llamada @tweetreciclable, que consiste, básicamente, en utilizar ocurrencias paridas por otros para no tener que echar mano de las propias. De esta forma, la marca buscará los tuits que más se acerquen a a su filosofía y les hará un retweet con el objetivo de continuar sorprendiendo a sus seguidores, a los que supongo legión.
Bueno, en realidad no es que hayan inventado nada nuevo. De hecho, yo soy la primera a la que le encanta hacer retweets porque, la mayoría de las veces, no tengo nada que decir y, si lo tengo, a lo mejor no lo contaría en Twitter. Es muchísimo más cómodo agarrar al vuelo los trinos de aquellos a quienes sigues, lanzarlos al ciberespacio y, así, de paso, el mundo se da cuenta de que te nutres de personas la mar de interesante, lo que te engrandece como colibrí de las redes.
Según esta nueva filosofía del reciclaje virtual, todos reciclamos. Tomamos "prestadas" noticias e informaciones para hacer nuestros blogs, ejercitamos la misma maniobra con las fotos e, incluso, hay bitácoras tan sospechosamente calcadas unas de otras que resulta casi imposible averiguar quién fue primero, si el huevo o la gallina. No le llamemos copiar; llamémosle reciclar. Si a uno se le ocurre algo que ya ha descubierto otro, ¿para qué gastar tiempo y energía dándole un nuevo enfoque? El copia y pega de los ordenadores está para algo y, quien lo inventó, seguro que no estaba pensando, precisamente, en la originalidad y creatividad a gran escala.
Este cómodo reciclaje se ha convertido en una constante en nuestra vida cotidiana. ¿Quién acometería la búsqueda de amigos nuevos (no virtuales, of course) cuando haciendo photoshop de los que tiene puede ir tirando? ¿Por qué molestarse en descubrir a una nueva pareja cuando podemos hacerle pequeños retoques a la que tenemos para que nos dure unos añitos más? El formateado, esa cosa tan antigua a la que antes llamábamos pasar página, se ha visto desbancado por los remiendos más económicos, la recogida de bajos y el pespunteado de sisas.
El reciclaje es una actividad necesaria para el bien del planeta y la sostenibilidad. No sé si el reciclaje emocional servirá para lo mismo; si acaso para hacernos más timoratos y mucho más acomodaticios. Nos resignamos a seguir con lo que tenemos aunque no nos guste, ante el temor de desperdiciar vida y energía en algo distinto que, tal vez, no nos satisfaga. Pues mire usted: si no lo probamos, nunca vamos a saberlo.
Reciclamos nuestras imágenes haciéndole creer al mundo que todavía somos aquellas Barbie y aquellos Ken de cuando teníamos 20 años; reciclamos la casa de nuestros padres para no tener que gastar en la nuestra y reciclamos hobbies en actividades profesionales o, con mayor probabilidad dado los tiempos que corren, actividades profesionales en hobbies.
En cambio, nos cuesta más abonarnos al reciclaje de moda, belleza y gadgets ultramodernos. A lo mejor porque, como dice el anuncio de una conocida tienda de electrónica "yo no soy tonto". O sí. Aunque nos creamos más listos a medida que hacemos acopio de cosas que no necesitamos, por reciclar, reciclamos una y otra vez la misma tontería y el mismo comportamiento. Cuanto más estúpido e inapropiado sea, mejor: más orgullosos nos sentimos de nosotros mismos.
Reciclar tiene mucho arte. El mismo que copiarnos a nosotros mismos y a los demás una y otra vez, imitando modismos que no nos pegan ni con superglue pero molan mogollón. Y no es fácil: uno tiene que saber qué cosas copiar y sobre todo a quién hacerlo. Ése es, según los más modernos, el camino del exceso que conduce al palacio de la sabiduría. Pues vale.

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