domingo, 1 de julio de 2012

Rebelde sin causa

Ya expliqué en su día la diferencia entre ser un rebelde y ser un revolucionario. Los matices existen y en el mundo real es muy fácil descubrirlos pero, por suerte para muchos, tenemos a ese invento llamado Internet, capaz de diluir, disfrazar y deconstruir identidades y personalidades. Sencillo, barato y sumamente efectivo.
Si echas un vistazo rápido por foros y redes sociales te das cuenta de que, no solo la mayoría estamos dispuestos a cambiar el mundo sino que, si no nos hemos lanzado antes a las barricadas es porque nos ha entrado el hambre. O las ganas de dormir una siesta rapidita. Internet se llena de gentes con sed de justicia social, capaces de dejarse el teclado en las causas más variopintas (y muchas de ellas muy nobles) y que parecen dispuestísimas a decirle cuatro frescas en la cara del mismísimo demonio por el bien de la humanidad.
Es un fenómeno tan curioso como aquella figura de la señorita de Europa del Este con ganas de hombre, que mandaba una foto a lo Playboy para luego descubrir que estabas a punto de hacer manitas con un señor con bigote. O con la madre de dicho caballero, que no sé si será peor. De hecho, las fotos que solemos colgar de nosotros mismos en la red distan mucho de ser aquellas que duermen el sueño de los justos en el álbum familiar. Y si no, hagamos un acto de reflexión y pensemos a cuántos nos han dicho eso de "estás mucho mejor al natural" después de diseccionar las imágenes de Facebook y similares. Para eso, para engrandecer nuestro aura, planchar nuestro rostro y dar esbeltez a nuestro cuerpo, ya vienen cámaras y ordenadores modernos con retocador de serie. Nunca se lo agradeceremos lo suficiente.
Si la impostura de la imagen causa más pena que risa, la impostura de las emociones me da un poco de miedo. O, por lo menos, cierta aprensión. Porque son muchos los que llaman a la revolución desde esta nube virtual y luego no tienen reparo alguno en practicar la injusticia con el de al lado. Hay confianza, me diréis. No, lo que hay es una cara muy dura y una falta total de coherencia.
Personalmente, he tenido la suerte de conocer a gente que pelea dentro y fuera del ciber ring. Que, como decía el otro día, no solo dicen lo que piensan; también piensan lo que dicen. Pero también me he topado con muchos a los que se les va la fuerza por la boca, cuyos comentarios tras una pantalla vendrían a ser auténticas proclamas incendiarias pero que, a la hora de la verdad, se comportan como seres de plastilina, moldeables a voluntad de quien los maneje, incapaces de decir esas cosas tan bonitas y tan ciertas delante de los que abusan, acusan y acosan, pero prestos a venirse arriba cuando tienen a alguien más débil al lado. Ya sea por flaqueza circunstancial o natural, estos héroes con pies roñosos creen volverse fuertes cuando se trata de hacer pupa a quien ya lo está pasando mal. Supongo que para que lo pase peor, se quite de en medio y, de esta forma, ya no vean reflejados en los ojos del otro su propia cobardía y falsedad. Defienden las causas más nobles, siempre de boquilla, pero no tienen el más mínimo reparo en atacar y ofender a quienes menos lo merecen, más aún si hay cariño de por medio.
Los motivos de cada cual son indescifrables. Del mismo modo, las causas por las que se lucha, las verdades que se defienden, son algo íntimo producto de una reflexión interna y, en ocasiones, consecuencia de una acción pública. Cada cual hace lo que quiere con ello: las grita a los cuatro vientos o se las guarda para sí, permitiéndoles que rijan sus actos y guíen su camino sin estridencias pero sin pausa. Y, no obstante, sigo sin entender a estos luchadores de cómic, que están todo el día con la proclama en la boca y la espada en la mano, para luego clavársela a quien pilla de rondón y, seguramente, no ha hecho nada que le premie con semejante ataque a traición. ¿Es eso fuerza? ¿Carácter? ¿Personalidad? ¿Carisma? Yo le llamaría cobardía, pero a lo mejor es que tengo que repasar el diccionario.
Ojalá todos fuéramos un poco más coherentes con lo que decimos y lo que hacemos. Que apliquemos nuestros mandamientos públicos también a lo privado, para que nadie nos pudiera acusar nunca de ser injustos ni de ensañarnos con quien bien nos quiere. Pero si la vida te da una lección es la de que nunca acabas de aprender y, sobre todo, que la confianza hay que ganársela a pie de obra, no con bonitas palabras a merced del viento.
Toda rebeldía debería de ser una revolución: con una causa, unas acciones para conseguir un fin y el fin en sí mismo. El ser rebelde puede resultar muy peliculero pero, al margen de la causa, no hay acciones ni, por supuesto, un fin que justifique medios tan rastreros. Y si encima ni siquiera hay causa entendida y reflexionada como tal, lo que tenemos no es precisamente a un adalid de la paz y la concordia, sino a una bonita marioneta al que alguien maneja los hilos para que escupa e insulte al público que tanto le quiere mientras entona lemas de lucha social y bonhomía.
"Algunas personas son tan falsas que ya no son conscientes de que piensan justamente lo contrario de lo que dicen". Amén.

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