domingo, 15 de julio de 2012

Media naranja

El hombre (y la mujer, tal vez en mayor medida) se encuentra en perpetua búsqueda de su Santo Grial de andar por casa. Solo que, en vez de venir en copón de plata, llega en forma de fruta más bien rústica. Y ni siquiera entera, como si la parte que falta se la hubiera comido otro.
Esta labor ingente de búsqueda es algo que tenemos asumido y creemos que controlado, aunque no diría yo que del todo. Si pensamos en la ley de probabilidades, es muy difícil que, teniendo en cuenta los millones de habitantes de nuestro planeta, nos topemos en algún momento con nuestro complementario. Y en caso de que así fuera y los hados se conjuraran para lograrlo, estamos tan a gustito mirándonos el ombligo e intentando convertir a nuestro medio limón en una dulce media naranja, que ni siquiera nos daríamos cuenta.
Porque muchas veces las cosas no pueden ser, no porque no nos las hayan puesto a huevo, sino porque nosotros no queremos que sea. Aun sabiendo que preferimos la tarta de chocolate a la de fresa, nos quedamos con esta última porque la tenemos en la nevera mientras que la otra hay que salir a buscarla. Uff, con la que está cayendo....
Creo que sí existen personas que nos complementan. Pero la misma palabra lo dice: si algo te complementa es porque tiene lo que a ti te falta y tú cuentas con aquello de lo que ella carece. Normalmente, elegimos a los amigos por sus similitudes con nosotros (de ahí esa frase de uno se retrata según los amigos que elige, con la que no puedo estar más de acuerdo) mientras una pareja te acompaña en el camino de descubrimiento, te ayuda a ver el mundo desde otra perspectiva y te acerca a cosas y a personas a las que, de otra forma, nunca te habrías aproximado.
A la media naranja hay que exprimirle el zumo. Al principio ácido, pero seguro que va madurando y haciéndose más dulce (a pesar de que todos nos encontremos pepitas en el camino). Aunque suene como una guarrada, a lo mejor porque lo es, se trata de mezclar zumos hasta conseguir un sabor único y diferente. Es cierto que para encontrar la naranja perfecta hay que cosechar muchas; pero el problema viene cuando la buena ya está en la cesta y nos empeñamos en seguir ahí, subiendo y bajando del árbol como primates que somos.
Por eso, no creo tanto en este esfuerzo sobrehumano de ir por la vida a la caza de tu otra mitad y sí en la inteligencia de tener los ojos bien abiertos y saber reconocerla. O, por lo menos, aquella que sea más parecida a la fruta de tu vida y no a una bebida gaseosa, chispeante, divertida y deliciosa en cuanto la catas pero que, en el fondo, esconde la realidad pura y dura: solo un 2% de producto natural. Se encienden las luces y ahí está, vacía e inútil, como nunca querríamos haberla visto.
Conozco a gente que ha dejado pasar oportunidades fantásticas ante el terror de que aquello fuera, precisamente, lo que parecía: una oportunidad fantástica. La mediocridad tiene eso, que se te pega como un chicle en la zapatilla y no hay forma de sacártela de encima. Y cuando nos empeñamos en que algo no puede ser, no va a ser. Creemos que así ejercemos de rebeldes, aunque la verdadera rebeldía sería echarle un par de bemoles y pensar que sí se puede. Y lo dice alguien a la que las historias de amor le suenan a cuento, pero que pasa bastante tiempo observando las actitudes y las decisiones del personal circundante.
El problema de buscar el complementario denodadamente es que, de existir, tal vez viva en el otro extremo del mundo e, incluso, sea del sexo que menos te conviene. O, como ya he dicho, lo conozcas pero te niegues a asumir que sí, que está ahí y que lleva ahí mucho tiempo esperándote. Pero, bueno, esto entra dentro de las cruzadas personales de cada uno, y ya sabemos que muchos caballeros volvieron se su aventura sin Santo Grial y hasta sin caballo. La historia más grande está hecha de grandes fracasos. Una pena que la historia personal, a veces, también.

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