viernes, 20 de julio de 2012

Sin excusas

Me molesta mucho que me pongan excusas. De hecho, en una época de mi vida me pusieron tantas que, a día de hoy, me da un pudor tremendo hacer lo mismo. Porque excusarte con alguien puede obedecer a razones de peso o o a un birlibirloque urdido para intentar evitar a dicho sujeto o sujeta. Quiero decir que no es lo mismo soltar un "he quedado con los extraterrestres que me abdujeron el otro día para enseñarles a jugar al cinquillo", así, sin más remilgos, que un "he quedado con los extraterrestres que me abdujeron el otro día para enseñarles a jugar al cinquillo, ¿te parece que mejor nos veamos mañana?". En el primero de los casos existe la voluntad manifiesta de quitarse de encima el tremendo marrón que resulta que eres tú; en el segundo, aunque el motivo parezca muy peregrino, el mensaje no lo es tanto: "lo siento, hoy no puedo, pero me encanta pasar tiempo contigo así que haré lo posible para arreglarlo". La diferencia es, por lo tanto, evidente y manifiesta.
Luego están aquellos que inventan excusas para, simplemente, ocultar la fea verdad. Porque el "no te he llamado porque mi madre está enferma", merece una respuesta con un nivel de encriptación similar a la ridiculez extrema de su planteamiento: "siento mucho lo de tu madre, pero lleva un mes enferma. ¿Me quieres decir que en todo este tiempo no te han sobrado dos minutos para hablar con clientes/amigos/familiares/ligues? Porque si has tenido ese tiempo para ellos, ¿cómo es que no ha sido así conmigo, cuando me insististe tanto en que me ibas a llamar y/o verme un ratito?". A veces no necesitamos ni siquiera hacer acopio de gestos para desvelar la verdad que nos pasa por dentro; nuestras palabras o la ausencia de ellas descubren lo más profundo de nuestros sentimientos aún mejor que si las hubiéramos ensayado. Y lo más sorprendente de todo es que ni siquiera nos damos cuenta de hasta qué punto metemos la pata. Bueno, nosotros no, pero el que está enfrente, poniendo su mejor cara de póquer, seguro que sí.
Ayer mismo, con motivo de la manifestación contra los recortes, el gobierno y un porrón de cosas más, apoyada por CC.OO, UGT, USO, 15M, funcionarios etc, alguien me dijo aquello de "yo no voy a ir porque esta concentración la han organizado los sindicatos". Olé tus partes bajas. Pues sí, los sindicatos están detrás, al igual que otros grupos, y, como ya he dicho en anteriores ocasiones, en casos de flagrante injusticia no importa tanto el agente como el bien común. Entiendo que no vayas a un acto de CC.OO porque no comulgas con sus principios, igual que a mí no se me ocurriría ir a otro del PP en el que me sentiría tremendamente incómoda, pero utilizar a las organizaciones sindicales como excusa para no salir a la calle a reivindicar lo que es tuyo resulta absurdo. Me parece mucho más legítimo y honrado decir "no me apetece", "es que yo me acuesto temprano, "prefiero tomarme unas cañas", "tengo un montón de trabajo que hacer", "creo que salir a la calle no sirve para nada"... cualquier cosa que sea, simplemente, la verdad, por muy poco glamurosa que parezca. Las coartadas improvisadas y absurdas es lo que tienen, que no se sostienen, y cuando las utilizamos para intentar salvar los muebles, en vez de quedar bien, quedamos, como mínimo, regular.
Nuestro querido gobierno que tanto nos ama nos ha utilizado como rehenes de sus recortes y coartada de sus desatinos al decir que la culpa de la negra pena que nos asola es nuestra ya que "vivíamos por encima de nuestras posibilidades". Habla quien tuvo (y tiene), porque lo que es yo, durante los pasados años de supuesta bonanza, ni me he comprado un chalet en la playa, ni un coche de gran cilindrada, ni he contratado servicio doméstico, ni he adquirido acciones, algo que, a lo mejor, muchos de esos políticos que nos han condenado a la miseria no pueden decir alegremente. Y sí, tal vez haya tenido la indecencia de permitirme ciertos lujos, como comprar una vivienda más o menos digna, pero, a lo mejor, lo hice porque los bancos me incitaron a ello, ofreciéndome el oro y el moro si dejaba mi pírrica nómina en sus cajas. Si ellos hubieran tenido la decencia de contarme lo trucos de magia que llevaban a cabo con mi sueldo mensual, lo mismo ni siquiera había osado costearme un techo. Porque lo que se pretendía, desde los sectores más altos y fanfarrones de la sociedad, era que los de abajo consumiéramos para seguir haciendo rodar esa rueda de la fortuna que solo se ha parado en las casillas de unos pocos. Entonces, les recuerdo, era nuestro deber adquirir un coche nuevo cada x años, cambiar los electrodomésticos por otros que ahorraran energía y gastar lo que no teníamos en segundas viviendas para darle salida a toda esa construcción que esquilmaba nuestras playas. Ahora nos utilizan como excusa con el fin de justificar el supuesto derroche al que ellos mismos nos abocaron. Insisto: si nos hubieran dicho la verdad acerca de sus inmensos e indecentes chanchullos, lo mismo ahora tendríamos el dinero guardado en la pared, tras el sufrido tapiz de ciervos. Ah, ¿qué eso tampoco vale? Mil perdones por respirar, entonces.
En fin... Muchas veces, quien pone excusas sin alternativas lo hace simplemente porque le importas una real y señora mierda. Te lo está diciendo a la cara. Y si no nos queremos dar por aludidos es nuestra culpa y nuestra responsabilidad, porque algunas coartadas se derrumban con solo soplar. En fin, allá cada uno con sus verdades a medias y sus medias mentiras; otros vendrán que buenos nos harán.

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