viernes, 6 de julio de 2012

El canto de las sirenas

Ya sé que lo que voy a soltar a continuación dejará a muchos con las caras desencajadas y unas ganas tremendas de hacer un curso express de espeleología en el retrete de su casa, pero las sirenas no existen. Tal cual. Y no lo digo yo, sino que lo ha afirmado la muy sesuda Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, una agencia de los EE.UU que se dedica a vigilar las condiciones de los océanos y la atmósfera.
Todo porque la cadena Animal Planet, de Discovery Channel, emitió hace poco un documental del que se deducía que las sirenas surcaban los mares sin despeinarse, pero que su existencia se había mantenido oculta hasta que los realizadores de esta obra de arte y ensayo investigaron y llegaron a las profundidades (siempre marinas) del asunto. La teoría de la conspiración de nuevo. No sé en qué geriátrico almacenan los hombres de negro a tanta criatura mitológica como hay por ahí suelta, pero donde quiera que estén, un botellón improvisado entre el Yeti, el extraterrestre de Rosswell y el Chupacabras, amenizado por las melodías de Elvis Presley, debe de ser para verlo.
Desconozco cuál es el argumento del documental de marras, pero recuerdo que hace unos meses vi uno en la tele que, si no se trataba del mismo, era muy similar. De hecho, presentaba imágenes de seres con cola y hablaba de las sirenas como si fueran las vecinas del quinto que, de vez en cuando, llaman a la puerta para pedir sal. Al final hasta yo me quedé con la duda y unas ganas tremendas de zambullirme en el Cantábrico, a ver si, al menos, me topaba con una merluza que diera el pego. Menos mal que al día siguiente ya me había olvidado del asunto... hasta ayer mismo, cuando la agencia en cuestión dijo que no para luego soltar un a lo mejor, preguntándose por qué las sirenas, si no existen, ocupan el inconsciente colectivo de los pueblos marineros. Interroguen ustedes a Papá Noel, que de esto sabe un rato. O acérquense  a Altea, aquí mismito, y sondeen a los pescadores para que se echen unas risas, que falta les hace. O, si les viene mejor, váyanse a Palomares, y, ya de paso, limpien bien la zona de la mierda que soltaron en su día, que ya les toca.
A mí esto de las sirenas siempre me ha olido a cuerno quemado. O a cuernos. De pequeña, cuando oía la historia de Ulises, me parecía que el experto navegante se había inventado el asunto de las sirenas para irse de picos pardos sin que su santa lo sospechara. El pobre, engatusado por mujeres de mala vida que, encima, ni tan siquiera se abrían de piernas... Lamentable. Y la fiel Penélope, allí, erre que erre, zurciéndole los calzoncillos mientras aquí el héroe le narraba lo horrible que había sido que una panda de señoras, con las tetas al aire y el pelo en cascada, le susurraran guarradas al oído.
Mi idea siempre ha sido que, los antiguos, pasándose tanto tiempo en el mar, tenían que sacarse de la manga algo para no estar el día entero dándole al manubrio. Entiendo que uno llegaba a tierras lejanas, veía a hembras en pelotas y, claro, el palo mayor se le ponía contento. Normal que aquellos marineros pasaran meses y meses reconociendo nuevas tierras y plantando semillas. Lo que ya me parece de traca es que luego volvieran con el cuento de que habían visto sirenas. Y que sus mujeres creyeran sus historias de "yo no quería, pero...". Me pregunto qué habrían dicho ellos si sus señoras llegaran una noche a casa, alborotadas y sin bragas, diciendo que se habían ido a lavar la ropa y Neptuno les había dado jabón con tridente y todo. Creo que la historia de la humanidad hubiera dado un vuelco dramático.
Afortunadamente, las sirenas, tal y como las conocemos hoy en día (La Sirenita, Splash, H20...) nos muestran a criaturas más amables, monógamas en el fondo y en la superficie, y cuyo fin último es tener piernas para.... esto... correr. A los chicos les encantan y las chicas quieren ser como ellas. Perfecto. Un bonito cuento cuyo argumento no se debe debatir en el Congreso ni en ninguna organización estatal. Pero, claro, el ser humano quiere creer y, a pesar de los precedentes, continúa empeñado en que, si Disney ha hecho una película, es porque existe.
Recuerdo el caso de las hadas de Cottingley, cuando dos primas inglesas, a principios del siglo XX, se dedicaron a fotografiar hadas en su jardín, suceso que dejó a la comunidad científica tan descolocada como entusiasmada. El caso saltó a los periódicos y todo el mundo empezó a hacerse a la idea de que su patio trasero estaba repleto de seres alados. Hasta que las primas confesaron, ya en los años 80, que se trataba de una falsificación. Pero durante la mayor parte del siglo, fueron muchísimos los ingleses que juraron haber visto a Campanilla al lado mismo de la barbacoa.
Lo que más me llama la atención es que, cuando se avistan seres femeninos, son todos hermosos y encantadores (salvo "la monstrua" Nessie que, como mucho, es "simpática"), mientras que a los masculinos hay que echarles de comer aparte: duendes bajitos, gibosos y de orejas enormes, humanoides de dos metros gordos y peludos... Es lo que pasa por no haber salido a cazar ni pescar cuando tocaba y haberse quedado en casa tejiendo. Aunque a lo mejor, lo que con tanto esmero elaboraba Penélope era una soga para amarrar a su santo a la pata de la cama. O ponérsela al cuello en cuanto amenazara con largarse al bar a ver el partido. Nunca lo sabremos...

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