domingo, 22 de julio de 2012

Muy personal

Todos conocemos personas de ésas que piensan que todas las canciones hablan de ellas, todas las películas se basan en su vida y todos los libros cuentan su historia. Es el yoísmo de andar por casa, el sentir que necesitas ser el centro de atención, que los focos del escenario te iluminen aunque estés sentado en el patio de butacas. Tal vez porque no crees recibir todo el escrutinio público que mereces o quizás porque, efectivamente, eres lo más. O eso opinas.
Hay gente a la que todo lo que ocurre a a su alrededor le parece una conspiración de la que ella es el único objetivo posible y visible ("todo el mundo me odia"). Esta situación, de "el mundo entero está en mi contra" es propio de personalidades obsesivas, posesivas en el amor (que nadie ose acercarse a quien pretenden que sea su pareja o ya lo es) y tremendamente yoístas en cualquier ambiente, a quienes la pena negra les sobreviene en cuanto otro ocupa el papel protagonista que ellos creen merecer, ya sea desde el punto de vista profesional o en los afectos de alguien.
El personalismo tiene que ver mucho con el individualismo, en el sentido de que esos seres humanos que, en el fondo (nunca en la superficie), solo piensan en sí mismos y en sus mecanismos, en realidad viven por y para su propio bienestar, no aceptando o llevando fatal las derrotas y los traspiés. En política, y volvemos a uno de mis temas favoritos, la figura del líder es necesaria (incluso para el 15M, por mucho que a algunos les haga cosquillas el tema), pero una cosa es el líder integrador y otra muy distinta el líder personalista. El primero sería aquel que escucha, reflexiona, decide y emplea su carisma para ser escuchado por la masa; el segundo, quien articula todo el poder y las decisiones en torno a su persona (no quiero decir que no escuche, pero las disensiones se le atragantan) y se siente tremendamente incómodo asumiendo sus errores; de hecho, lo normal es que se los achaque a otros.
En este país tenemos varios ejemplos de liderazgo débil (el mismo Rajoy, cuyo carisma no es precisamente un ejemplo para las nuevas generaciones) y alguno de liderazgo fuerte, como fue el caso de Aznar y, salvando las distancias, lo es ahora el de Rosa Díez, la, en mi opinión, gran beneficiada de esta hecatombe política que vivimos. Ambos serían, además, líderes personalistas, aquellos que articulan la existencia de un partido en torno a su figura, lo cual, en el caso de Aznar, sin carisma aparente y con tantos militantes a los que convencer, tiene su mérito.
En mi humilde opinión, Rosa Díez es una mujer  con muy mal perder pero a la que las circunstancias, paradójicamente, le han dado la razón. A lo mejor es que tiene información privilegiada o una intuición a prueba de bombas, aunque lo que pasó con Zapatero, modestia aparte, lo intuí hasta yo en cuanto ganó las primeras elecciones. La mayoría de las líneas maestras de UPyD, el partido que encabeza, resultan, además, imposibles de rechazar, porque son de sentido común. Para más inri, no sé en qué momento han hecho suyas propuestas del 15M e Izquierda Unida con las que la población está extraordinariamente sensibilizada y concienciada. Punto para ellos.
¿Cuál es el problema de UPyD entonces? El primero, que se han subido a su carro personas que hasta ese momento habían ido dando bandazos de una a otra formación sin un ideario propio, lo que les quita rédito político. Tenemos episodios como el de su único diputado en el parlamento asturiano que, según cuentan, dispone de hasta seis asesores para él solito. Desconozco si se trata de una verdad verdadera o una mentira indecente. En el caso de que fuera cierto, habría que exigirle que, al menos, se lo pensara o estudiara ciertos manuales de ciencia política para conocer el oficio; si se trata de una falacia, indica que UPyD empieza a dar miedito, lo que supondría otro punto para ellos. Pero el principal problema que tiene UPyD es Rosa Díez, cuya persona concentra gran apoyo pero también enorme rechazo, fundamentalmente el de aquellos que hemos visto su actuación antes, durante y después de disputarle a Zapatero el liderazgo del Partido Socialista. Su imagen era entonces la de una mujer autoritaria, rencorosa, en permanente cabreo y enfadada con el mundo que no le daba la atención que creía merecer. Personalismo en estado puro. No dudábamos entonces de que, en cuanto pudiera, iba a ir a su bola, como así ha sido. Y tampoco ha ayudado el hecho de que, tan pronto como la dejan sola, hace unas declaraciones partidistas y ofensivas que ni Esperanza Aguirre delante de sus mejores micrófonos. Ahí es donde más se le ve el plumero o, mejor, la apisonadora que lleva dentro.
El personalísimo construye fantásticas coartadas hasta que empiezas a bajar la guardia o hasta que el rechazo que despiertas comienza a ser mayor que la aceptación. Probablemente, aquel que lo sufre o lo disfruta, tiene una enorme capacidad de trabajo y unos ideales que cree muy nobles, pero es incapaz de encauzarlos bien, hasta tal punto que, en algunos casos, carece de reparos a la hora de practicar el todo vale para conseguir el fin. Y no, no tienen razón y es un pecado dársela, porque jugar con los lego está bien y es muy educativo, pero jugar con la gente y utilizarla únicamente para aplicar la volubilidad del ego o saciar los delirios de grandeza son ya palabras mayores.
Todo este asunto siempre me recuerda a aquel verso que nos enseñaron de pequeños de "Sangre, sudor y lágrimas, el Cid cabalga". Destrucción y horror pero, claro, se trataba de El Cid, el héroe, y no había que cuestionarse nada. Ahora, hasta el mejor de los hombres tendría que dar explicaciones. Y la mejor de las mujeres, también.

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