A ver, que nadie se lleve a engaño: el título del post no obedece a una necesidad mía. De hecho, yo voy bien servida con los amigos que tengo y, como se decía en aquella película, si alguien quiere entrar en el club, deberá esperar a que un socio pida la baja.
Ya he dicho en más de una ocasión que poseo un concepto de la amistad bastante elevado. Tal vez demasiado. Y que soy incapaz de colgarle un calificativo tan florido a conocidos y colegas. Para mí, amigo es la persona con la que compartes cosas, en la que inviertes tiempo que disfrutas enormemente, que da y recibe la confianza y lealtad más absolutas, que es incapaz de salir corriendo cuando pintan bastos. Una pesona, en fin, que te quiere y a quien quieres. Mucho. Lógicamente, ninguna amistad es un camino de rosas; habrá días malos y peores, pero el amigo no se achica ante esos momentos sino al contrario: se crece y te apoya aún más, porque sabe estar a tu lado incluso cuando menos lo mereces.
Entonado ya el bonito canto a la amistad, no dejo de darle vueltas a de qué manera se ha llegado a desvituar el término, convirtiéndose en un jarrón vacío en el que caben todas las piedras que hallas en el camino, incluso aquellas que, con el tiempo, demuestran ser solo una china en el zapato. Hoy en día, como la canción, todo el mundo tiene un millón de amigos... por lo menos. Y quien no, alguna tara ha de padecer el pobre.
Hace unas semanas asomó a mi pantalla de televisión la ínclita Paris Hilton, algo que no debería extrañar a nadie porque a esta rubia le apasiona acaparar cámara (conste que no he dicho chupar). Y en esta ocasión lo hizo desde ese programa cultural en el que se dedica a realizar castings buscando a su nueva mejor amiga. Se ve que la necesidad apremia. La promo del show ya me pone el hígado a la altura de las amígdalas, así que no me imagino cómo debe de ser armarse de santa paciencia, sentarse frente al televisor y contemplar las andanzas de la millonaria y sus clones chonis. Para cortarse las venas con el cepillo de dientes o algo.
El marketing y el vil parné son grandes anuladores de conciencias. Imagino que Paris estará encantada con la promoción universal de su caza de cortesanas (he creído entender que hay también una edición británica del invento). Y la imagino aún más contenta viendo a cientos de chicas tirándose de las mechas y tiñendo a sus caniches de rosa en un afán loco por imitar la superficialidad de su ídolo. Pues muy bien. La palabra amistad adquiere aquí su significado más vacuo y estúpido de todos los inventados.
Incidiendo en el tema de llamar amigo hasta al cobrador del gas, me sorprende que se tilde de tal al que no es más que un simple aliado. Hay determinados momentos de nuestras vidas en las que necesitamos que alguien nos acompañe durante una parte del camino, bien porque luchemos por objetivos comunes, bien porque los beneficios de la alianza satisfagan a las dos partes. Pero tal "arrejuntamiento" no deja de ser una unión por interés, lo que ya de por sí elimina el significado principal de la palabra amistad. Es una forma de revivir lo que hacíamos de canis, cuando íbamos a jugar, le decíamos al primer individuo que nos topábamos aquello de "¿quieres ser mi amigo?" y la unión duraba lo que tardaba en llegar la hora del bocadillo. Corta pero intensa.
Repito que me parece muy bien que la gente alardee de su pandilla de Facebook o de sus seguidores de Twitter. En mi caso carezco de los primeros y a los segundos -que no llegan a 20 ni falta que hace- los valoro un montón. Pero si de algo estoy segura es de que jamás me pelearé por acaparar gentes: lo paso tan mal cuando un amigo deja de serlo que prefiero reducir costes emocionales ya de entrada. O a lo mejor es que soy de las bobas que piensa que, en esto, también se cumple el famoso dicho de "no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita". Mis amigos son pocos, cierto, pero creo que ni Paris Hilton, con todo su dinero y gloria, podría encontrar gente más espcecial.
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