viernes, 30 de septiembre de 2011

Invisibles

Dice un periódico sensacionalista que Demi Moore y su chico Ashton se separan. ¿La razón? Lógicamente, ella es bastante mayor que él quien, después de varios años de arrobamiento tras haberse ligado al mito erótico que protagonizaba sus sueños húmedos, ha decidido pastar en campos más verdes. Es curioso que a nadie se le haya ocurrido buscar otros supuestos motivos tales como -un suponer- que la mujer era una maniática de la limpieza o que él estaba hasta las narices de madrugar los domingos para pasar el cortacesped. Desconozco por dónde pueden ir los vaivenes de esta pareja (aunque las malas lenguas aseguran que él mete algo más que miedo), pero me resulta muy limitado achacar un fracaso, en caso de que lo hubiera, a la diferencia de edad y no a la razón más esgrimida en caso de divorcio: incompatibilidad de caracteres.
Tras lo leído en la prensa, daría la impresión de que Demi, por circunstancias achacables a los años, no tiene la capacidad de atraer y retener a un hombre en lo mejor de la vida, ya no digamos del sexo. Y esto es así por la sencilla razón de que las mujeres, cumplidas ciertas edades, nos volvemos invisibles al ojo público. En cuanto peinamos canas se presupone que no ligamos nada salvo salsas.
Es un hecho indiscutible, y ya lo he comentado en anteriores ocasiones, que, alcanzados los taytantos, el personal no te mira por la calle con lascivia como cuando rondabas los 20. De hecho, con tantas veinteañeras cuya principal misión en la vida es estar lozanas y fermosas, complicado resulta que alguien repare en lo intersante/guapa/simpática/inteligente que eres por mucha verdad que encierren estas palabras. Es ley de vida y hay que asumirlo y no cortarse las venas por ello; a lo sumo, hacerles la permanente. Me imagino que el secreto está en redescubrirse una misma, aprender a quererse, darse la importancia que merece y, sobre todo, perdonarse los errores pasados y pensar que hay un futuro ahí y que si ningún hombre está preparado para compartirlo pues, bueno, él se lo pierde. Ya, vale, resulta fácil de decir y difícil de llevar a la práctica, pero llega un momento en la vida en que cada piropo es un regalo y como tal necesitamos atesorarlo. Creámonos por una vez que somos dignas de él.
Hay una película suiza, La desaparición de Julia, cuya fecha de estreno estaba prevista para este año pero de la que nadie sabe ni contesta. El eje central del film cuenta la historia de la Julia del título que, el día de su 50 cumpleaños, sintiéndose invisble al resto de los mortales, decide no acudir a la fiesta que otros le habían preparado y en la que, impepinablemente, se harán comentarios tan bellos como "qué bien te conservas" y "por ti no pasan los años". Más de lo mismo. Pero la susodicha Julia, en un alarde de cordura, se suelta la melena, se va de compras, conoce a alguien y decide pasarse la fiesta por donde todos sabemos. Total, solo se vive una vez y es legítimo aprovechar cada momento.
Desconozco cómo evoluciona el argumento, pero tiene toda la pinta de ser una película de mujeres y para mujeres de todas las edades. Porque, inevitablemente, el tiempo pasa para cualquiera y, las que hoy tienen 18, dentro de dos décadas frisarán los 40 y comenzarán a mantener una relación de amor odio con sus mentes y sus cuerpos. Tan seguro como que mañana sale el sol
Siempre he dicho que la alternativa a cumplir años es muy triste, y que, cuando desde fuera nos rechazan, lo único que nos queda es no rechazarnos a nosotras mismas. No nos lo merecemos. Flaco favor nos hacen esas historietas de hombres que van de sobrados, repartiendo su lujuria sin reparar en la que tienen enfrente, y que te cambiarían por dos de veinte en lo que dura un anuncio de compresas. A lo mejor no despertamos pasiones externas, pero la pasión la llevamos dentro y debemos sacarle su jugo sin caer en la trampa del desprecio masculino. Después de todo, nosotras acarreamos el machismo de la edad con más pena que gloria en la mayoría de los casos, de acuerdo, pero ellos tampoco cantan mal las rancheras. Basta recordar aquel viejo dicho sobre los poderes del hombre: de los 20 a los 35 el poder sexual, de los 35 a los 55 el poder económico, y de los 55 en adelante, el poder mear. Pues eso.

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