He creído entender, por los zappings televisivos, que la showwoman que más nos merecemos, Belén Esteban, se separa de su marido. Mi más sentido pésame. Luego, meditando sobre tan sesudo tema camino del baño, me he dado cuenta de que esta noticia huele un pelín a rancio. Que yo sepa ya surgió antes como serpiente de verano, de invierno, de otoño y de primavera. Varias veces. Lo cual me lleva a pensar que, a lo mejor, a esta señorita la separan de su santo cada vez que el hombre sale a comprar el pan y se retrasa un poquito porque se ha quedado de charleta con los colegas. Tiene narices la cosa (o no).
No consigo entender del todo que alguien sobreviva mejor que bien con nada que contarle al mundo salvo su vida privada. Seguro que la Esteban tendrá su criterio propio sobre muchas cosas, pero lo curioso aquí es que no nos interesa saberlo. Lo que atrapa a la gente es ella en su mismidad: su formas bruscas, el presumir de ignorancia, el tono de voz gritón y faltón... En modas y modismos, Belén, sin desprenderle la pátina de buena persona que le adjudican, vendría a ser la Mourinho de los programas del corazón.
Al parecer, alguien con mucho tiempo libre y pocas ganas de currar se dedicó a hacer estudios sobre el por qué de la influencia de Belén Esteban en la cultura popular española. Como si hiciera falta. Después de, supongo, varios complicados logaritmos y engorrosos estudios de mercado, llegó a la conclusión de que el pueblo adora a Belén porque se siente identificado con ella. Aviados vamos. Si la mayoría de nosotros consideramos un plus presumir de ignorancia, alardear de nuestra vida privada ante desconocidos como si no hubieran nada ni nadie más importante y lanzar un bufido en lugar de un buenos días cuando ves a un compañero de la prensa merodeando por tus pagos, no me extraña que estemos como estamos. Dicen que la Esteban enamora porque es capaz de decir/escupir las verdades a la cara. A mi pacato modo de ver, la sutilidad y la sensibilidad, en ciertos momentos, son virtudes muy codiciadas. Seguramente estaré equivocada.
Me molesta enormemente la cortesía que se mantiene en este país hacia el que más grita y más se queja. Es como si todos los valores que sustentan nuestrta educación (la corrección en las formas, el respeto hacia los demás, la generosidad, la amabilidad incluso con uno mismo...) se hayan ido por el retrete. La persona discreta, dialogante y leal cotiza a la baja. Preferimos al broncas y al protestón porque, al parecer, nos hace pasar momentos inolvidables y divertidísimos. La puñalada por la espalda de después va en el lote.
A mí, la vida privada de la gente que no conozco me la trae al pairo. Por ello, me llama tanto la atención quienes utilizan lo propio para seguir en el "candelabro". Lógico pensar que, en realidad, eres el espectador pasmado en un teatro de barrio presenciando un mal vodevil. Entiendo -lo dije en su día- el punto de evasión que tienen ciertos programas de televisión, pero no alguno de quienes pululan por ellos, cuyo único valor añadido al cero es el de ponerte de los nervios. Y me siento verdaderamente imbécil cuando encuentro a alguien que me quiere vender la misma historia una y otra vez y, por uso y abuso de la empatía, logra que hasta me lo empiece a creer. En ese momento comprendo aquello que decían de "todos somos Belén Esteban". Unos menos que otros, espero...
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