Albricias. Tele 5, esa cadena tan sesuda e intelectual, está a punto de obsequiarnos con un nuevo reality marca de la casa. El invento se llama Acorralados y su propósito es reunir a unos cuantos famosos de medio pelo en una destartalada y aislada granja asturiana para que se las apañen como puedan, o sea, sin luz, sin agua y sin butano. No sabemos si el fin último del show es sacar a relucir lo más primitivo de esta entretenida pandi y despertar en ellos conceptos tan atávicos como la caza con garrote y el arrastre de dama por los pelos, pero estoy segura de que a la cadena no le importaría rozar ciertos extremos. Todo por el pueblo pero sin el pueblo, en la línea del mejor despotismo televisivo.
No conozco con exactitud el cartel de tan filosófico programa, pero en las promos apuntan a un ex guardia civil reconvertido en tertuliano, una rubia capaz de encender bombillas con la vagina (algo imprescindible cuando se quiere tratar con gorrinos, gallinas y otras especies similares) y la inclasificable madre de la simpar Aída, esa mujer empeñada en hacernos la existencia un poco más coñazo cada vez que su imagen se posa en nuestras retinas.
Por lo que he podido intuir, ninguno de los concursantes llamados a capilla reúne méritos intelectuales y personales de altura que les garanticen el fervor popular. Sobra decir que ni uno solo de ellos aspira a ser Teresa de Calcuta ni Martin Luther King. Los favores que les adornan son otros, entre ellos, un máster en el arte de desvirgar señoritas (o señores, que seguro también hay) y la capacidad de soltar cinco tacos de peso cada tres palabras. Para las personas que nos pasamos la vida intentando no hacer daño al prójimo y procurando que nuestra calidad humana no merme sino todo lo contrario (el que lo consigamos es otra cosa), presenciar el triunfo de valores tan mustios es como una patada en las bajos. El mensaje viene a ser algo así como, sé malo y alcanzarás la gloria. Lo peor es que si se quedara en el mensaje tendría un pase, pero el asunto viene acompañado de ejemplos prácticos para curtir a las generaciones venideras en actos y pensamientos muy lúdicos, aunque poco o nada éticos.
Volviendo al tema reality, creo que Gran Hermano tiene su aquél y que no le falta razón a Mercedes Milá cuando lo tilda de "experimento sociológico". En determinados momentos puede ser fascinante (e hilarante, todo hay que decirlo) contemplar la estrategia de varios desconocidos encerrados en un mismo lugar y movidos por un único fin individual. Utilizar al grupo para lograr un objetivo en beneficio propio. Como la vida misma. Sin embargo, desconozco qué puede tener de interesante ver a una serie de personajes, que ya de por sí están hasta en la sopa, mantener largas y tediosas charlas a la luz de la luna y con el mugido de las vacas de fondo. Sin moderador y sin cotilleos que comentar, hablando del tiempo y desgranando su mala baba. A ver quién es más falso, más pendón y más desorejado.
El ensalzamiento de la nada nos conduce a ese país de nunca jamás en el que se está convirtiendo nuestra televisión. Y personalmente me molesta ver a pandillas como la de Aída y toda su familia llevándoselo calentito por el solo hecho de practicar y recrearse en el insulto. Pero más me molesta el hecho de que ser mala persona cotice al alza, que, en la ficción y la realidad, los crueles y despiadados partan y repartan la tarta y, encima, se lleven la única chocolatina del pastel que, mira por dónde, es justo la que a ti te apetece. No hay derecho. El único consuelo es que este tipo de situaciones, al final, tengan un The End como en las películas, se líe la mundial y el villano se quede sin balas, sin caballo y, sobre todo, sin whisky. Como una revisión del mejor O.K. Corral.
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