sábado, 17 de septiembre de 2011

Toma y daca

Estoy convencida de que una relación, sea del tipo que sea, está abocada al fracaso cuando una de las partes se limita a dar y la otra a recibir. Ambas pueden cohabitar estupendamente mientras se mimeticen con el papel que les toca desempeñar, pero cuando los vientos cambian y las circunstancias son otras, transformando de paso el precario equilibrio del dúo, es el comienzo del fin.
Es muy posible, y entra dentro de lo esperado, que llegue el día en el que el dador sea incapaz de sacar la generosidad a paseo. A lo mejor es porque se harta, pero también cabe la opción de que no pueda. Es entonces cuando quien recibe, huérfano de regalos, ya sean emocionales o pecuniarios, se siente perdido, defraudado y corre a buscar pastos más verdes o colchones más mullidos. El que da se queda frustrado, solo, desencajado, pensando qué ha hecho él, que lo ha dado todo por la otra persona, para que ésta salga por patas en cero coma cuando las provisiones se agotan. Pues precisamente eso, muchacho, precisamente eso.
Desempeñando el puesto de dador piensas tener al otro siempre a tu lado, dependiente de tu generosidad y buen corazón. Y seguramente te entregarás porque eres así, porque no concibes una relación egoísta y avara. Lo que en un principio no entiendes es que las relaciones se basan en la interacción y el intercambio de afectos o lo que sea de ambos sujetos. Pero, en este caso, el que comparte, valga la redundacia, es solo una parte. Además, una actitud así solo fomenta el egoísmo en la otra persona, que, probablemente, se rendirá a la evidencia de que las leyes ya están impuestas, que ha topado con un ser humano excepcional que disfruta regalándoselo todo, y acabará aceptando el status quo sin cuestionarlo. Pero el hábito nocivo en el que ha caído le volverá, poco a poco, ciego a las necesidades del otro, incapaz de regalarle el apoyo que se busca pero no se pide, la palmadita en la espalda que todos aguardamos aunque no reclamemos para no molestar.
Y, claro, ante tanta falta de reacción por la parte más agasajada, el dador se frustra, se da cuenta de que no se trata de un estado de iguales y exige mayor implicación y respuesta que el otro, instaurado en su cómoda poltrona, ya no está dispuesto a dar. A lo mejor, porque no sabe cómo hacerlo.
Es complicado que una relación así funcione, sobre todo porque se parece demasiado a la de los niños con sus padres, algo que dos adultos no deberían reproducir. Si las partes se reencuentran y el proceso de maduración no ha sido completado, ambos tenderán a repetir papeles. Pero lo peor es que, aun cuando no vuelvan a coincidir, buscarán sujetos que sigan dándoles la réplica en este teatro del absurdo en el que se han metido.
Lo normal es que todos, en algún momento de la vida, nos hayamos puesto en la piel de las dos partes. En el trabajo (aunque las relaciones laborales, en su conjunto, me siguen pareciendo más de sometimiento y violencia si tenemos en cuenta que uno de los actores intenta controlar y decidir sobre el otro), en la familia, en nuestro círculo de amigos e, incluso, en la pareja. Pero creo que es de persona de bien darse cuenta de ello y, si uno cree que vale la pena, tratar de modificar las reglas. Cuando te encuentres con alguien dispuesto a dártelo todo, haz un esfuerzo e intenta corresponderle o tomar alguna vez la iniciativa. Del mismo modo, si te topas con quien solo busca compensaciones por tu compañía, no acudas presto a resolver hasta sus necesidades más absurdas. Déjale que se saque las castañas del fuego solito. El proceso de maduración es también entender que la vida no nos exige representar un papel, sino ser nosotros mismos, potenciar nuestras virtudes y aceptar (y tratar de cambiar) nuestros defectos.

P.D.: Lo tengo que decier, aunque sea metiéndolo de rondón: me declaro fan de las intervenciones de David Bravo. Ese tío es un crack. Hala, ya lo he soltado. A seguir bien...

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