Anda nuestro gobierno preocupado por la imagen de vagos y maleantes que los españoles proyectamos allende nuestras fronteras. Parece que volvemos al estereotipo del paisano siestero y vago, más dado a la juerga y a vivir del cuento que a la responsabilidad y al trabajo duro. Ayer, todos éramos Javier Bardem y Penélope Cruz; hoy, somos José Luis López Vázquez y Gracita Morales.
Como siempre, la culpa es de los de a pie, que no sabemos manejar bien la situación y damos una imagen penosa a las visitas: la de un atajo de quejicas que solo sabe protestar. No digo yo que no nos guste pegar cuatro gritos de vez en cuando, pero lo cierto es que nuestros gobiernos (me refiero a todos los que hemos tenido desde la transición) son muy de ver la paja en el ojo ajeno mientras presumen de viga descomunal en el propio. En esto de la política exterior nos pasa como con el festival de Eurovisión, que siempre mandamos a alguien para salir del paso y cubrir el expediente. No se nos ocurre hacer estudios de mercado, vigilar amaños si los hubiera y sorprenderles con el mejor candidato posible, ése que se saca los twelve points con solo agarrar al micro y abrir la boca. Nuestra historia reciente nos cuenta que solemos presumir de presidentes que se mueven tímidos y cohibidos en ambientes ajenos, y que cuando les sacas de su terruño se sienten desamparados, como si les cortaran las alas o les faltara una mano. Tal vez haya germinado en ellos el complejo de paleto que sacudió a la generación de nuestros padres y abuelos cuando se les ocurrió anidar en otros climas, pero lo cierto es que da penica ver a estos sesudos señores hacer tan mediocres papeles en reuniones tan levadas.
Quizás lo que les ocurre es que no saben idiomas y, claro, se pierden de la misa la media. Porque un traductor podrá ser todo lo eficaz que uno quiera, pero diluye mucho la complicidad del momento. No digo yo que, aun sabiendo inglés o francés, Rajoy fuera a hacer manitas con Sarkozy (no por culpa del primero que a lo mejor hasta estaba por la labor, sino del segundo), pero sí que facilitaría el buen rollo de copa y puro que suele darse tras las -imagino- divertidísimas reuniones que animan las cumbres frecuentadas por semejantes próceres.
A los españoles nos falla la cosa externa. Siempre hemos tenido el complejo de hermano pobre, a lo que nuestros líderes añaden el imaginar que cualquier presidente de cualquier otro país tiene más carisma que el propio. Mirémonos sino en el espejo de Zapatero, a quienes sus voluntariosas medidas, concebidas de cara a la galería, sembraron el mundo de enormes expectativas hacia su progresista persona. Las mismas que se vinieron abajo cuando el hombre empezó a pasearse por otros despachos oficiales con una media sonrisa que más que decir aquello de "me siento como en casa" gritaba lo de "quiero irme a mi casa, ¡ya!". Una lástima.
Para consuelo de tontos dicen por estos lares que tenemos un rey que sí nos representa y hace el trabajo externo que nuestros presidentes y ministros de Asuntos Exteriores no son capaces de ejercer con el debido respeto. Hablan de ese estupendo monarca al que la prensa extranjera anda poniendo de vuelta y media por su manía de cazar paquidermos y a quien los medios propios empiezan a acusar de estar conchabado con su yerno para esquilmar las cuentas públicas. Por si fuera poco, ahora le sale una amante de buen ver, aunque esto último no diría yo que le daña sino que le engrandece, porque a sus años, mantener la talla con una jamelga de este tipo requiere su esfuerzo. No me extraña que necesite una cadera de titanio. Una cadera y algo más, diría yo.
En fin, que ningún individuo conseguirá el respeto ajeno si considera siempre que todos son más listos, más altos y más guapos que él. Esa sensación de que cada vez que enviamos una delegación al exterior mandamos un equipo de tercera regional nos abochorna. En mi modesta opinión, no solo vale con que haya una buena y curtida pandilla dispuesta a asesorar al líder, sino que éste se deje y se crea preparado para brillar. Y, sinceramente, pienso que nuestros gobernantes se ven a sí mismos demasiado pueblerinos como para efectuar una digna representación de España. Si esa imagen es la que creen proyectar, acabarán proyectándola, porque si uno solo se ve sus defectos, a poco que se empeñe, conseguirá que los demás se percaten únicamente de lo mismo. Claro que luego dirán que somos nosotros los que les metemos en líos y los que fomentamos la mala prensa, poniéndoles en tremendos bretes. Tremendos rostros de cemento armado es lo que tienen.
Una idea tonta: a lo mejor, y aunque parezca exagerado, deberíamos convencernos de que podemos ser de nuevo un imperio. O al menos, aventajados alumnos de la escuela mundana. Cualquier cosa que nos sirva para salir de casa con la cabeza bien alta, la investigación bien hecha, el discurso bien aprendido y los propósitos firmes. Eso y aprender idiomas, que ya toca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario