Ese señor llamado a Dukan, que hace un tiempo se empeñó en dejarnos en los huesos a base de sobrecarga de proteínas, acaba de publicar un nuevo libro. Y, oh sorpresa, este manual de usted mismo con su mecanismo viene a decir que es mejor ser una mujer con curvas. Incluso no está mal que sea usted gorda si lo que busca es la felicidad eterna y el orgasmo simultáneo.
Dice aquí el entendido, que tantos momentos de gloria ha dado a este blog, que la libido de un hombre se pone a mil ante una mujer con curvas, aquella cuyas redondeces se ven y se tocan. Según él, la virilidad se estimula mediante dichas redondeces, el amor es hijo del deseo y el lazo que une a una pareja es sexual, con lo que más vale mimar el estímulo visual de la otra parte llenando las alforjas donde más lo necesitan. No sé qué pensar, la verdad. Sinceramente, yo nunca he sido precisamente un insecto palo sino todo lo contrario y jamás, que yo sepa, he tenido ejércitos (ni tríos, ni dúos) de fornidos varones peleándose por mis chichas. Y si los he tenido ni me he enterado, lo que, a toro pasado, supone una faena de las gordas. Pero, consideraciones íntimas aparte, me choca bastante que un señor que predica la delgadez nos salga ahora con que hay que tener donde agarrar cueste lo que cueste y que el criar buenas tetas y mejor culo es una garantía, no de éxito, sino de feminidad y atractivo sexual sin parangón.
Dice Dukan que la delgadez fue medrando al calor del poder adquisitivo de la mujer. Según se deduce de su escrito, la consigna actual es dejar las curvas en el guardarropa para ir a trabajar y tener éxito laboral. Esta historia, además de machista, me recuerda bastante a las de ese otro intelectual de lo femenino llamado Alberto Ruiz Gallardón, que afirma que una es mujer, mujer, solo después de haber parido. O sea, que el mundo está lleno de mujeres a medias, incapaces de realizarse como personas a no ser que alguien tenga a bien fecundarlas. Bonita gilipollez viniendo de un hombre que, cada vez que habla, consigue que un hada pierde las alas.
Del mismo modo, Dukan nos insta a tener curvas, no porque la mujer mediterránea sea así de natural ni porque resulte sano acumular grasa corporal para los momentos difíciles, sino porque, según su parecer, es el único modo de atraer al macho y, claro, la especie debe perpetuarse. En un alarde de originalidad, el doctor echa la culpa de las desgarbadas formas modernas a los modistos gays (teoría innovadora donde las haya), que proyectan su competencia con la mujer real eligiendo modelos andróginas, y a las revistas femeninas, empeñadas en convertirnos a todas en juncos y elevar la celulitis al número uno de los pecados capitales. Seguramente no le faltará razón, pero no sé si estos medios justifican semejantes fines.
Dice Dukan que le da miedo la pérdida de las curvas "pues parece anunciar algo mucho más grave: la eliminación de la diferencia entre sexos y, a largo plazo, provoca un riesgo en la familia, que es ya frágil". Con la familia hemos topado... otra vez. Para que nos entendamos, solo luciendo curvas lograremos atrapar a un hombre, que éste nos eche un caliqueño con ganas, plante las semillitas allá donde se unen nuestros meandros y la especie perviva, lo que, como bien diría Gallardón, viene a ser el objetivo último de toda mujer de bien. El trabajo adelgaza y el pensar tampoco ayuda, ergo quedémonos en casa atiborrándonos de chocolate (ay no, que eso resulta que no engorda) y viendo telenovelas que perpetúen el rol de la mujer como fuente de satisfacción del varón. ¡Viva la igualad de sexos!
Para acabar con su bonito y muy contradictorio discurso, Dukan, bastante puesto de chopped del malo, nos alegra el día diciendo que las mujeres obesas tienen más orgasmos (al menos uno diario; olé sus michelines) y que, ojito, porque si una obesa se cruza en nuestro camino queriendo algo que nosotras tengamos podemos dar la batalla por perdida aun antes de empezar. Respecto a esto último, y hablo por mi experiencia estrictamente personal que seguro mis amigos entenderán, no puedo más que darle la razón. Del resto, pues nada, que el peso de los demás siga engrosando su sanísima cuenta corriente, señor Dukan. Pesado, que es usted un pesado.
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