Francia vive su recta electoral final, un sufragio por etapas cuya culminación llegará el próximo 6 de mayo, fecha en la cual conoceremos el nombre del próximo presidente de la vecina república.
Dicho asunto no nos importaría lo más mínimo si no fuera porque a Sarkozy, este señor al que los españoles queremos tan poco, no hubiera hecho ímprobos esfuerzos últimamente por caernos aún peor. Imagino que a cualquiera de mis compatriotas, las salidas de pata de banco del vecino Nicolás, gritándoles a sus paisanos que si no le votan van a acabar como España, o sea fatal, les parecen un abuso y una ofensa fuera de lugar. Aun entendiendo que al hombre no le falta razón, no es lo mismo pensarlo que oírlo en boca del presidente de un país con el que siempre hemos mantenido una rivalidad de forma y de fondo.
Sin embargo, para cualquier politólogo que manifieste cierto interés por lo que está ocurriendo al otro lado de los Pirineos, la reacción del marido de la Bruni resulta lógica y esperada. Partimos de la base de que Francia es un país muy polarizado políticamente: o eres de derechas o eres de izquierdas; el resto de formaciones que no representan la moderna esencia de ambas tendencias no pasan de ser meros comparsas para mayor gloria de las revistas satíricas (véase si no el caso de Marine Le Pen). Lo más curioso es que, dentro de su dualidad, la nación vecina no abandona la progresía que la acompaña desde la revolución francesa. De hecho, si analizamos, por ejemplo, la época de la presidencia de Jacques Chirac, el españolito de a pie observará perplejo cómo el gobierno de centro-derecha era bastante más progresista que el de centro-izquierda británico, abanderado entonces por Tony Blair. Quiero decir con esto que, incluso en la concepción europeísta de lo que es izquierda y derecha hay matices y que hasta Sarkozy, escorado más hacia esta última, parece y es mucho más moderno y revolucionario que nuestro sinpar Rajoy, a quien solo le falta el baby de cuadros para encajar perfectamente en una foto de postguerra.
Este fin de semana, Sébastien Le Fol publicaba una columna en Le Figaro en la que encontraba parecidos entre la campaña presidencial francesa y las argucias bélicas de Napoleón, narradas en el libro Napoléon en campagne, de Jean-Baptiste Vachée. No voy a entrar en detalle de los aspectos de la crónica bélica que detalla Le Fol, pero sí en el final del escrito, que viene recoger unas palabras de Vachée, algo así como que el genio de Napoleón fue la causa de su victoria, pero también de su ruina. Se pregunta Le Fol a cuál de los dos candidatos (François Hollande por la izquierda y Nicolas Sarkozy por la derecha) le podremos adjudicar semejante sentencia. Yo pienso que ya viene adjudicada de serie y que la muñeca chochona se la ha llevado Sarkozy. Porque lo que estamos contemplando ahora mismo es la desesperación del hombre que se ha creído un genio de la política y ve cómo Hollande, cuyas miserias, sobre todo sentimentales, se escenificaron ya en la pasada campaña presidencial, convence y se lleva un 55% de la intención de voto aun cuando la indecisión siempre le ha acompañado.
El retrato que la sociedad francesa ha hecho de su presidente en los últimos años no ha sido del todo favorecedor. Tal y como refleja la película de Xavier Durringer, de Nicolas a Sarkozy, nuestros vecinos se han dado cuenta de que tienen al frente del gobierno a un hombre deseoso de poder cueste lo que cueste, acomplejado físicamente y traumatizado en su relación con las mujeres, tras haber perdido a quien consideraba su gran amor. No sé si lo fue o no, pero está claro que, a los varones, lo que les duele y les cuesta un mundo superar es que le arrebaten a alguien, da igual si la relación estaba o no predestinada al fracaso aun sin intervención externa. En fin, con la careta caída y los calzones quitados, Sarkozy se ha dedicado a dar golpes de ciego, intentando crear temor entre sus paisanos. Y ahí es donde intervenimos nosotros. Porque está demostrado que el miedo perpetúa el poder y, como no quedaría bonito echar mano de guerras absurdas, narcoterrorismos de tres al cuarto y contrabandos en las bahías, el horror y el pavor provienen de la crisis que aguarda, con las fauces bien abiertas, justo al ladito de la frontera. Tal vez no sea muy ético, pero sí muy legítimo. Imagino a una persona con semejante sed de poder como Sarkozy viendo las encuestas desfavorables, comprobando cómo un "mindundi" infiel, indeciso y torpe llamado Hollande le gana la partida sin ni siquiera sentarse a la mesa, y puedo entender su reacción de animal herido capaz de recurrir a lo más bajo para auparse a lo más alto (y no va con segundas, aunque podría).
Dicho lo cual, me encantaría observar y contemplar de cerca la desazón y el mal cuerpo de Rajoy mirando a la izquierda mandar en el país vecino. El masoquismo me puede, qué le vamos a hacer...
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