Yo soy una de esas personas que es capaz de tener un comportamiento social absolutamente normal, relacionarme como el que más y no resultar ni altiva ni engreída en el proceso. Solo que a veces no estoy dispuesta a mantener una conversación. La mayoría de las ocasiones porque no me da la gana. Y no me da la gana cuando los interlocutores no me aportan nada o cuando el tema me la bufa. No es que sea desagradable, es que tiendo a la introversión.
Ahora digo que tiendo, pero de pequeña era directamente una niña introvertida. Una de esas criaturas a la que no le importaba jugar sola, crear su propio mundo y disfrutar con lo que descubría en él. Muchos padres dirían que un hijo así es un niño tímido, pero no tienen razón. El introvertido, simplemente, no quiere relacionarse; el tímido quiere pero no puede. Si su timidez es patológica, vive aislado por el miedo a los demás, a las respuestas que los otros den a un comportamiento que ya los adultos que les rodean se encargan de clasificar y penalizar. Al introvertido no le importa salir ahí fuera y bregarse lo que haga falta con lo que encuentre; al tímido esto mismo le horroriza y traumatiza.
Las personas introvertidas somos como un grano en el culo de esta sociedad que casi te obliga a tener un millón de amigos para calibrar tu éxito como ser humano y animal social. La extroversión se convierte en premio, el contarlo todo se sobreentiende y se agradecen las relaciones públicas como arma de inclusión en el grupo. Y en medio de este panorama casi circense, los introvertidos hacemos aguas. No es que no tengamos amigos, es que los que tenemos son poco y escogidos y no creemos que encontrar más nos convierta en personas más felices y realizadas. Tal y como los psicólogos proclaman ahora a los cuatro vientos, solemos contar con personalidades más fuertes y bien estructuradas, tal vez porque pasamos mucho tiempo a solas con nuestro interior, analizamos muy bien lo que nos ocurre y somos capaces de hallar dentro de nosotros mismos la ayuda que otros necesitan buscar en el exterior.
Solo ahora, lo teóricos de la personalidad se dan cuenta de que los que pensamos hacia dentro somos piezas claves. Los seres humanos, cada vez más frívolos, tendemos a tachar de carismáticos a quienes hablan y no dicen nada porque admiramos su capacidad de desenvolverse en ambientes de varios individuos. Es también ahora cuando se empieza a dudar de que conceptos como el brainstorming, que tanto nos martirizó durante los últimos años, es una pérdida de tiempo. Sobre todo para los introvertidos, que nos adherimos sin complejos a la primera idea que se presenta para que la función acabe rápido y podamos volver a nuestros puestos a pensar en lo que verdaderamente importa. Porque es en el tú a tú donde funcionamos, en el encuentro directo y sin intermediarios. Somos creativos, pero nuestra creatividad medra en el espacio individual y se diluye en la esfera social.
A la gente introvertida no nos gusta hablar de chorradas. Preferimos invertir el tiempo en conversaciones profundas, que nos aporten algo tanto a nosotros como a nuestro interlocutor. Y eso es el germen de la confianza. También somos de los que pensamos antes de hablar, escuchamos mucho y contemplamos los factores desde todos los puntos de vista posibles para poder sentenciar. Quizás por ello, cuando decimos algo solemos estar completamente seguros de ello, porque lo hemos analizado tanto que ya no queda resquicio en el que no hayamos buscado el fallo. No nos gusta discutir a no ser que nos veamos obligados a hacerlo: no nos complace perder las formas ni hundirnos en fondos pantanosos que solo llevan a la desazón y al desafecto.
No digo yo que ser introvertido sea lo mejor te puede pasar; de hecho, en la adolescencia resulta muy incómodo. Pero cuando uno se acepta a sí mismo, mira a su alrededor y comprueba que está lleno de personas que hablan y no dicen nada, gente que se esmera en hacer ver a los demás que es otro distinto a quien realmente es, individuos cuyo mayor mérito parece ser el tener relaciones superficiales con "amigos" igualmente superficiales... cuando eso ocurre, agradece disponer de un mundo interior bastante bien amueblado; el perfecto refugio para las tormentas y tornados que nos asolan de vez en cuando. Bienvenidos a la república independiente de mis/nuestros pensamientos.
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