Reconozco que me he equivocado. En mi apreciación de las elecciones presidenciales franceses estaba convencida de que Marine Le Pen iba a jugar un mero papel de convidada de piedra, tal vez porque no me parece un personaje de una entidad política de relumbrón y sus propuestas me resultan, directamente, demenciales.
Pero hete aquí que esta Europa en la que vivimos no es precisamente una Europa ideal, donde idearios más allá de la ultraderecha, como los que defiende Le Pen, serían relegados a las últimas páginas de las revistas satíricas. La Europa que nos ha tocado sufrir está desquiciada, tiene miedo y es caldo de cultivo para programas absurdos, abiertos a propuestas tan inmorales como algunas de las que alberga el Frente Nacional.
Gracias a su extremismo, a su apología del miedo y a sus alardeos apocalípticos, Marine se ha convertido, creo que incluso para su propia sorpresa, en la bisagra que va a articular el duelo final entre el socialista Hollande y el desgastado Sarkozy, a quien hasta su principal valedora, Angela Merkel parece que le ha dejado de mirar con ojitos tiernos.
Así están las cosas: un duelo entre dos fajadores arbitrado por una mujer, cuyas propuestas racistas, cavernícolas y antieuropeístas sobrevuelan lo que les queda de campaña, como una nube que amenaza con ponerse a jarrear en cualquier momento. Ante este panorama, la estrategia está clara: Hollande no puede abrazar ninguna de las consignas de los nacionales porque iría en contra de los principios más básicos del socialismo francés. Por su parte, a Sarkozy, moviéndose a la desesperada, parece que le da igual que le da lo mismo hacer una caída de ojos a los seguidores de Le Pen, quienes se han venido arriba tras los magníficos resultados conseguidos por su "lideresa".
Estoy convencida de que Marie Le Pen carece de carisma y personalidad política. Es una de esas figuras surgidas al calor de un líder (en este caso su propio padre, lo que tiene aún más delito) y aupadas a lo más alto ante la carencia de alguien mejor, uno de los patrones que se repite mucho últimamente en el continente (salvando las grandísimas distancias, aquí tenemos a Pajín o a Chacón, de lo bueno lo mejor). Pero, sin embargo, cuenta a su favor con unas propuestas reaccionarias y una ideología capaz de calar hondo en los más desfavorecidos y descastados, que cada día son más.
Siguiendo dicha línea, resulta impensable que una Marie Le Pen surja en época de bonanaza, pero, para mi descrédito, se ve que consigue reunir un gran número de palmeros en épocas de crisis. No sé por qué debería extrañarme algo así después de haber sido testigo de la absurda mayoría absoluta del Partido Popular en España... Nunca aprendo.
Dicho lo cual, el problema no está en esta lucha fratricida por ganarse a los votantes de Le Pen, sino en comprobar qué partido promete hacer realidad alguna de sus propuestas si llega al poder. Sarkozy, quien parece haber perdido el Norte, el Sur, el Este y el Oeste en su pelea ya personal por perpetuarse en el republicano trono, parece dispuesto a todo. Y no debería, porque semejante aceptación de imposibles implica cargar con una hipoteca que jamás podrá cumplir y que le acabará pasando factura. Una cosa es decirles a los ultraderechistas "os escuchamos y valoraremos vuestras inquietudes; en nosotros siempre vais a tener un interlocutor atento" y otra "si me votáis os pongo un piso".
Y mientras Hollande anda con la mosca tras la oreja y a Sarkozy solo le falta poner a la Bruni en tanga a cantar en los mítines, Marine Le Pen se convierte en chica de póster y una de las mujeres más influyentes de su país. No, Nicolas, no solo tu muy mentada España tiene la enorme capacidad de hacer el ridículo delante del mundo mundial... Sigue con tu desquiciada caza de votos y ya veremos quién ríe aquí el último.
No hay comentarios:
Publicar un comentario