Decididamente, el tema del día hoy en la corte ha sido la herida autoinfligida por el nieto de su majestad, que, a la tierna edad de 13 años, se encontraba manipulando un arma de fuego con tan mala fortuna de tirotearse el real pinrel. Aparte de infligir varias normas, que para eso la monarquía es herencia divina y puede hacer lo que le salga de las antípodas, muy mal tienen que pintar las cosas cuando nuestras testas coronadas consienten en armar a sus tiernos infantes. El asunto pariría (y parirá) innumerables chascarrillos populacheros si no fuera tan absurdo y lamentable.
Dado el cariz que han tomado los acontecimientos sociales, casi olvido el que iba a ser mi tema estrella del post de hoy y que retomo antes de que se me pase el arroz. Resulta que Rajoy y los suyos viven empeñados en que el resto de Europa nos vea como hombres y mujeres de bien, equiparables a esos señores de bombín que pasean su galanura por las calles londinense o a aquellos responsables germanos que solo se permiten cierto comportamiento desviado durante la fiesta de la cerveza de Munich. Quieren que el resto de los países que nos acompañan en la desventura entiendan que no somos una nación de peineta y pandereta, que la siesta es un resquicio del pasado y que lo único que hemos heredado de nuestra historia más farandulera es el "sangre, sudor y lágrimas" que jalona la leyenda del Cid Campeador. Pero hete aquí que no contaban con el punto débil escondido en la villa de Madrid y personificado por la inimitable alcaldesa Ana Botella.
El semanario alemán Der Spiegel parece tenérsela jurada a la señora Botella. Tanta es su mofa y befa que hasta a una le dan ganas de agarrar un chorizo de Cantimpalos y batirse en duelo de colesterol con el primer alemán que se cruce por el camino. Echando sal en la herida, Der Spiegel acusa a doña Ana de tener un despacho enorme y un mayordomo que le sirve el café diligentemente. Dice que ambos han sido heredados del derrochador y muy rancio alcalde que hasta hace bien poco hemos tenido, Alberto Ruiz Gallardón, a quien ya imagino maniobrando en la sombra para trasladar su despacho de ministro de Justicia al Santiago Bernabéu. Por lo menos. A los hombres grandes les va todo lo grande: grandes oficinas, grandes fortunas y grandes meteduras de pata, mayormente. Parece que, leyendo entre líneas, Der Spiegel echa en cara a Botella el no haber renunciado a prebendas tan superficiales. Nada que objetar. El problema viene cuando la acusa de acumular una deuda municipal de 6.400 millones. Y ahí sí que no. Puede que esté renunciando a bien poco por disminuirla, pero el que se dedicó a gastar como si no hubiera un mañana fue el amigo Alberto, con sus sueños faraónicos y los dislates olímpicos. Bastante tiene la alcaldesa con ir a la peluquería, salir en las fotos comprando en el Mercadona e intentar entender algo de números, porque, sinceramente, yo no me la imagino dándole a los logaritmos neperianos como si le fuera la vida en ello.
Para más inquina, el semanario dice que nuestra Hilaria (como la llaman, muy a lo Hilary Clinton) va vestida de mercadillo. Con lo que ella ha sido y lo mucho que le ha gustado siempre salir en el Hola... Esto es un atentado brutal contra su honor. ¡Qué digo! ¡Contra el honor de todos los españoles! Comparado con aquella otra marrullera acusación de jugar al Monopoly con los activos de Madrid, los trapillos de la Botella constituyen una afrenta nacional. A la señora le gusta trapichear con los edificios y calles de la capital... ¿y? Nada que nosotros no podamos hacer en ese Eurovegas que tanto le complace. Todo por el pueblo pero sin el pueblo.
Der Spiegel insiste en que Ana Botella es un grano en las asentaderas de Rajoy, que tiene intelectuales en la sombra encargados de preparar los discursos para evitar su tendencia natural a meter la pata, y que, a poco que la dejen suelta, esta señora convierte la villa y corte en un rimbombante feudo de izquierdas sin ni siquiera darse cuenta. Y por ahí sí que no. Tremendo dilema. Me temo que de aquí a poco veremos a dos grandes estadistas, Aznar y Rajoy, batiéndose en duelo por la dama. Me pido butaca de patio.
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