miércoles, 18 de abril de 2012

Mujeres

Este mediodía he comido con una persona muy relacionada con el mundo del deporte (sobre todo fútbol) y la noche. Me comentaba que, cada vez que un futbolista entra en un local nocturno y se corre la voz vía Twitter (ya sabemos que estas cosas se corren muy fácilmente), a los diez minutos está la puerta llena de cuasi adolescentes pujando por entrar, tocar y, si se puede, besar al santo. Tal parece que los padres encomiendan a sus hijas la sagrada misión de arrejuntarse con futbolistas y otros señores de buen comer, olvidando lo que, hasta ahora, era casi ley de vida.
Entiendo y comprendo. Antes, cuando los campos estaban más floridos, lo que los padres aconsejaban era casarse con un médico, abogado o ingeniero. Ahora, maridar con cualquiera de estos tres significa comerse los mocos y sufrir penurias. Es lo que tiene la crisis que todo lo arrasa, que hasta las profesiones más laureadas parecen predestinadas al más cruel desempleo. Pero no es esto lo que me tiene en un sinvivir. Al margen de a quién quiera meter mano cada una y cada uno, me preocupa esa sensación de que la condición femenina empieza a experimentar una vuelta atrás. Y, más que ese regreso al pasado, me escuece la posibilidad del no retorno.
Intuyo que ahora lo que se intenta afianzar es la condición de mujer, mujer, ésa que indica que la hembra, donde más a gusto se encuentra es en casa, con la pata quebrada, la mirada huidiza y la barriga convenientemente fecundada. Supongo que todo es producto de los tiempos conservadores que vivimos, con un gobierno errante en la progresía, que ha mandado a tomar viento la paridad femenina en los altos cargos (no hay más que ver el precario número de señorías del sexo femenino sentadas en el consejo de ministros) y oscila entre el concepto de dama de hierro (Cospedal, Soraya... ) y el de dama errada (no voy a dar nombres porque me quedo sola). Esta percepción del sexo opuesto como "individuas" que gozan cual orgasmo múltiple del trabajo del hogar y del cuidado de su familia da entre repelús y ganas de tirarse al monte en el más puro estilo Thelma y Lousie. Por si fuera poco, las encuestas señalan un alarmante aumento del conservadurismo entre los jóvenes, empeñados, al parecer, en tener una sola pareja durante toda su vida, justificar el maltrato y creer que la virginidad es un bien supremo en lugar de un auténtico incordio.
Me molesta esa visión, no ya conservadora, sino retrógrada de la mujer, como si nuestra capacidad intelectual fuera un extra, porque lo que se quiere de verdad es lo que viene de serie: aparato reproductor, voluntad de cuidar el hogar y buena disposición para lo que se tercie. Parece que, después de dos pasitos pa'lante, ahora nos dedicamos a dar zancadas hacia atrás, retomando los hábitos más arcaicos de la especie humana.
Hoy leía la noticia de esas 150 niñas afganas envenenadas por talibanes por el solo hecho de ir a la escuela. No puedo definir la sensación de asco y de horror que me entró. Y lo peor es que, mientras en otros países las mujeres se juegan la vida por aprender a leer, nosotras, chicas con estudios, aguantamos casi con una media sonrisa a ese hombre de las cavernas que ejerce de Ministro de (in)Justicia. Soportamos sus humillaciones como si se le hubiera ido la perola, sin pensar que las reflexiones son tan suyas como de aquellos que le rodean y que, desgraciadamente, hoy en día tienen mucho que mandar.
He oído también que varias mujeres de relumbrón le han pedido a Asma al Assad, esposa de este dictador sirio de tres al cuarto empeñado en amargarnos los telediarios, que le diga a su marido que se ha hartado de que mate a sus paisanos porque, principalmente, a este ritmo en Siria no va a quedar ni el señor que iza la bandera. Pero el problema no es que ella lo entienda, sino que no lo haya entendido aún, que a estas alturas de la sangrienta película, Asma no haya tenido el coraje de gritarle cuatro frescas a su marido y dejarle ahí, jugando a su absurda guerra, mientras ella pide perdón por asentir y acompañar a un hombre capaz de cometer semejantes tropelías. Supongo que, a pesar de las protestas, eso es lo que se espera de nosotras: callar y asentir. Claro que, luego, no es de recibo que vengan los abanderados de la libertad duradera exigiéndonos susto donde otros dijeron muerte.
Islandia, ese país tan mono y tan endeudado, está saliendo del pozo gracias a las mujeres. No a la mujer, mujer, sino a la persona que piensa, analiza, compara y toma decisiones sin que le tiemble la mano. La misma que otros intentan ahogar porque -es una sospecha- no sabrían estar a su altura. Si lo permitimos, es nuestra culpa; ya les hemos consentido demasiado. Va siendo hora de quitarles los juguetes y obligarles a comer las verduras.
Y, dicho esto, aparco mi blog unos días, los mismos que andaré dedicada a asuntos muy propios. Tratadlo con cariño. Volveré....

No hay comentarios:

Publicar un comentario