Dicen quienes nos gobiernan que van a efectuar alegres recortes en dos de los servicios básicos que tanto nos enorgullecen como país: sanidad y educación. Perdón, nosotros los llamamos recortes, pero ellos los llaman ajustes; ajustes de 10.000 millones de euros. Vamos, lo que cualquiera de mis paisanos lleva cada día en el bolsillo.
Hay quien ha entrado en modo cabreo infinito al comprobar que esa cantidad se aproxima muy mucho a la que el Estado destina a la Iglesia católica anualmente. No me voy a poner de mal café comentándolo, sobre todo porque hoy llevo un día de esos de hacer el bien sin mirar a quien, pero así, contemplado por encima, me parece una desvergüenza. Recortar en algo que afecta a muchos para hacer lo impropio con algo que concierne a pocos es de una caradura impresionante. Y no sigo porque sino lo mismo me doy la vuelta y se me manifiesta el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá, con sus modernas consideraciones sobre la libertad sexual del ser humano.
El caso es que, a raíz de este ajuste, recorte o castración (que cada cual elija la palabra que mejor le convenga), el ministro De Guindos, siguiendo la línea pepera de primero asustar y después meter miedo, dice ahora que todo tiene arreglo, y que, a lo mejor, el temido copago no colisiona con nuestro planeta del bienestar, sino que los más ricos pagarán por los servicios sanitarios y los menos favorecidos disfrutarán por la patilla de las numerosas atracciones que ofrece la salud pública. Para empezar, hay que ver lo que el señor De Guindos entiende por rentas más elevadas, porque, de cara a la exención fiscal, estoy segura de que dichas rentas están, más o menos, a niveles inalcanzables, pero si trata de pagar por los servicios básicos, lo mismo la vara de medir se sitúa así, como rozando la clase media. Si no, a mí no me salen las cuentas, y eso que las matemáticas siempre han sido mi asignatura favorita.
A pesar de todo, he de reconocer que el PP se lo está montado maravillosamente bien. Hoy, cotilleando en un foro en el que se debatía precisamente la última jaimitada de De Guindos, el personal, temiéndose el ataque por la espalda de la prima de riesgo, ha decidido quedarse con lo menos malo, y pensar que el pago por renta no es lo peor que nos puede pasar. Como ya dije en otro post, este lavado de cerebro que nos están haciendo es un gran mérito de Rajoy y compañía, que primero nos proponen el asesinato a cómodos plazos y luego la muerte sin dolor. Y, claro, nos quedamos con lo segundo. Yo no soy tonto. O sí.
Lo que me parece demencial es que, a estas alturas de la película de terror en la que vivimos, veamos los recortes como un mal necesario. Por favor, ¡se trata de derechos que nos han alumbrado durante décadas y por los que nos hemos dejado la piel! ¡No deberíamos permitir que se nos quitara ni media receta ni medio pupitre! Esto me recuerda al drama de los convenios laborales: los delegados y comités de empresa que nos precedieron lucharon para que nosotros tuviéramos unos derechos, los mismos que ahora tiramos por la borda ante la amenaza de despido. Acatamos verdaderos atentados contra las leyes laborales para eliminar daños mayores cuando, en realidad, sabemos que nada, absolutamente nada, podrá frenar a la empresa si decide hacer una limpieza étnica. La reforma laboral les ampara. Podemos aceptar horarios infames, abusos de autoridad, bajadas inmisericordes de sueldo, que al final, seguramente, no va a servir absolutamente para nada salvo para que estemos aún más desprotegidos, vendidos y humillados. El despido llegará, pero solo después de habernos dejado el ser y el estar por el camino. ¿De verdad compensa?
Pues parece ser que sí. En caso contrario, no entiendo por qué nos agarramos como a un clavo ardiendo, no a lo malo conocido, que ahora sería buenísimo, sino a lo que nos han dicho que es lo menos malo. Nos la están metiendo doblada, cuarteada y envainada. Y aquí seguimos, tan pichis, intentando espantar esa idea macabra que a algunos nos pasa por la cabeza: por donde estos cabalgan, seguramente no van a volver a crecer los derechos.
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