La noticia del día es la renuncia de Guardiola a seguir entrenado al F.C. Barcelona. Imagino que no se trata precisamente de una jornada de fiesta para la afición culé, igual que supongo que los madridistas de pro andarán dando palma con las orejas y bebiendo hasta perder el control para celebrar la próxima ausencia de su, según ellos, enemigo número uno. Cosas del fútbol. Porque me niego a pensar que, si no hubiera mediado ese sentimiento casi irracional por los colores o la falta de ellos, alguien pueda dedicarle a Pep los mismos insultos que ciertas personas quienes, para más inri, se declaran "amantes" del deporte. Insisto en una de mis frases favoritas: no me quieras tanto y quiéreme mejor.
No puedo decir que me extrañe la marcha de Guardiola. Lo que me llama la atención es que no hubiera plegado velas a finales de la temporada pasada. Cada vez soy más partidaria de abandonar las fiestas en su punto álgido, porque si te vas cuando ya la cosa está, más que muerta, incinerada, el mal rollo te acompañará en la resaca y aun después. Creo que el entrenador del Barça hubiera hecho lo correcto marchándose el año pasado, en loor de multitudes, después de haberles sacado lustre a unas cuantas copas. Y me reafirmo en mi idea porque sé que muchos de exabrupto fácil van a decir que ahora, cuando las cosas van mal o no tan bien como hace meses, es el primero en abandonar el barco.
No way. Pep Guardiola ha demostrado ser un entrenador con todas las letras, un hombre que no se preocupa solo de los resultados, sino de formar un equipo y preparar a los suyos para las victorias y para las derrotas, forjando extraordinarios deportistas donde encontró niños (Messi, Iniesta) y haciendo realidad aquello de que el Barça, más que un club, es un equipo mítico. Sería injusto negarle el derecho a cambiar, a transformar, a dedicarse a otras cosas, otros lugares y otras personas, cuándo y como él decida. El Barça se lo ha dado todo, pero él no se ha quedado corto. Por eso precisamente resultaría absurdo exigirle que se preste a ser fagocitado por una cúpula directiva que ha aprendido a ver en él, sobre todo, un grandísimo negocio.
Por mucho que les duela a los madridistas, sin Pep es muy posible que la selección española ahora mismo se estuviera arrastrando por campeonatos de tercera. Sin su modelo, sin la calidad de los jugadores que él ayudó a educar, este equipo nacional que todos creemos nuestro, hubiera sido otra cosa. No sé si mejor ni peor, sino diferente y, probablemente, bastante más mediocre en sus planteamientos.
Me hacen mucha gracia aquellos que acusan al catalán de pseudointelectual, prepotente y hasta de gurú sectario. Palabras absurdas que salen a colación cuando no puedes enfrentarte a la verdad: que el Barça ha tenido un entrenador sumamente inteligente, educado, listo en el juego, correcto casi siempre y con un amor por el fútbol inmenso en el saber estar, una relación pasional que no se demuestra precisamente haciendo el hooligan, pegando broncas en los estadios y criticando a alguien solo por el hecho de existir y meter más goles que tú.
Imagino que, para todos ellos, el que seres como Mourinho respiren y nosotros lo veamos debe de suponer un regalo del cielo. Así sí que tiene que ser el fútbol: gañán, chulesco, peleón (entendido en el sentido más zafio de la palabra); espectáculo de bar sujeto a broncas interminables y odios infinitos. Varios de los que opinan que Guardiola nos ha lavado el cerebro a los que de vez en cuando pensamos son de esa ralea, personajes dados al todo negro o, mejor, todo blanco, de genio fácil y afinidades interesadas, prestos a sacarte tarjeta roja en cuanto no les bailas el agua y que desahogan sus miserias con quien menos lo merece.
El fútbol mundial tiene que estarle siempre agradecido a Pep. Por mucho que les duela a algunos, él creó el mejor equipo que hemos tenido el gusto de contemplar en años, otra manera de entender y seguir el deporte del balompié. Estoy convencida de que, dentro de una década e incluso más, los afortunados nos jactaremos de haber visto jugar al Barça de Guardiola. Siempre he pensado que, por suerte o por desgracia, el tiempo pone a cada uno en su lugar, convirtiendo lo que hasta entonces era justicia cómica en justicia cósmica. Ojalá podamos disfrutar nuevamente de esta manera tan hermosa de concebir el deporte, de esta filosofía de hacer fácil lo difícil, de motivarte ante la derrota, de un fútbol sin insultos, sin provocaciones, todo juego, técnica e inteligencia, parecido en el espíritu y la fiesta a aquel Brasil que hace tanto que no nos deleita. Queda mucho Barça por delante y, sobre todo, queda mucho Pep. Suerte la nuestra.
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