En lo posible, estoy intentando desligarme de esta campaña electoral que jalona nuestros días y nuestras noches. Sé que no debería admitirlo en público, pero como me expreso siempre desde las tripas, no lo puedo evitar. Es... no sé... como un sentimiento que me mantiene alejada de los arrumacos electorales casi etílicos de unos y las desesperadas bocanadas cual pez fuera del agua de los otros.
Motivos para mi desapego haberlos, haylos. Para empezar, no me gusta ver los encuentros deportivos en los que ya me han soplado el resultado con diurnidad y alevosía. Me parece un fraude. Del mismo modo, no le acabo yo de pillar el compás a aquellas películas cuyo final te lo han radiado mil veces (lo siento chicos; pero el personaje de Bruce Willis está muerto). Con esta campaña electoral me ocurre lo mismo: como ya sé quién va a ganar me lo tomo con desgana y prefiero hasta hacerme las uñas si se tercia en lugar de intentar averiguar quién es el asesino en esos emocionates debates Rubalcaba vs. Rajoy y viceversa.
Insisto: no voy a presenciar debates electorales a no ser que se celebren entre partidos minoritarios que, a lo mejor y mire usted por dónde, sí tienen algo que decirme. Más que nada porque de ellos no sé ni las siglas. Las dos grandes formaciones, máximas beneficiarias de esa cosa intangible e inexplicable al entendimiento humano llamada Ley D'hont, ya me han contado todo lo que me tenían que contar: nada. No soporto ese aturdimiento socialista, el intentar justificarse cuando no hay justificación posible. Del mismo modo, no aguanto el cansino desgranar pepero de un programa previsible, que yo misma hubiera podido anticipar con una servilleta y un lápiz de labios en momentos de sopor. Qué le vamos a hacer: yo era buena por naturaleza, pero la vida me ha hecho así.
Escribía ayer Vargas Llosa en El País que él va a votar a Rosa Díez. Felicidades. No le faltaba razón al comentar lo oportuno y lógico de las opiniones de Díez sobre los nacionalismos (un lastre absurdo en un mundo global) o la devolución al Estado de competencias básicas como Educación, Sanidad y Justicia. Sí, las mismas que quitan el sueño -y los dineros- a Cospedal y Aguirre, deseosas de sacarse esos tres "mojones" de encima a como de lugar para invertir en privatizaciones varias. En fin... antes de que pierda el hilo, estoy de acuerdo con todo aquello que sea de sentido común, venga de donde venga, pero el perpetuo cabreo de Rosa Díez, su empeño en personalizar todo alrededor de su figura y su comportamiento agresivo e intolerante en aquellas primarias socialistas que yo, al menos, sí recuerdo, me producen rechazo. Mea culpa... o no.
Admiro el esfuerzo ímprobo de los medios a la hora de subirse al carro de una campaña electoral que despierta entre tedio y aprensión. Me parece muy loable ese invento del diario Público consistente en retransmitir a tiempo real los tweets de los candidatos. Se ve que todo el mundo lo agradece mucho. Pero para mí, a quien le ha tocado el papel de oveja negra en este sainete, es como sentarte delante de una máquina tragaperras a ver parpadear las luces: hipnótico y desesperante a un tiempo.
Confieso que no sé a quién voy a votar. Estoy segura de a quién no, lo que reduce enormemente mis posibilidades. Y soy de esos extraños seres convencidos de que su voto es importante, porque sale de su conciencia, de su derecho a patalear o a confiar si se tercia; algo por lo que lucharon mis mayores, que les honra a ellos y me dignifica a mí. Pero, insisto, me gustaría saber más de aquellos partidos que no ocupan minutos en la televisión, ni tienen cuñas en la radio, ni salen en los periódicos. Sin embargo, esta democracia que tenemos, tan generosa para algunas cosas y tan avara para otras, solo da voz a quien más grita. Y mayores sacas de dinero pone en el empeño, pero eso es harina de otro costal y material de blogs intereconómicos.
Sí, lo sé, toca campaña. Aunque esta vez, y sin que -espero- sirva de precedente, no toca por mí.
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