Hoy escribo sin ganas y con muy poco espíritu. De hecho, no tendría que hacerlo porque mi estado de ánimo no es proclive a la expresión lógica, pero cada uno recurre a sus singulares formas de terapia.
Ha sido un día con un fin de fiesta de esos que te parten en dos y que ma ha devuelto a esa reflexión que siempre hago con quienes me rodean y consistente en por qué a la gente buena le pasan cosas malas y al revés. O, todavía mejor, por qué las desgracias parecen caer siempre del mismo lado de la tostada.
No estoy harta; estoy lo siguiente. Y me rebelo. Me rebelo ante toda esa panda de indeseables que se escapan de rositas de las villanías que cometen sin que nadie, ni los más listos, ni los más valientes, ni siquiera los más poderosos, les paren los pies. Caracteres envidiosos, hipócritas, malas personas a las que no les llegaría una vida para pagar todas las barbaridades que perpetran con quienes les rodean. Esos seres que de empatía tienen lo que yo de millonaria, ni tan siquiera unos apellidos medianamente pintones. Es injusto que sigan gozando de parabienes y reconocimiento cuando lo único que saben hacer medianamente bien es cebarse con quienes menos lo merecen.
Me rebelo contra esa manía que tiene la realidad de recordarte que, por muy bueno que seas, por mucha alegría que repartas y maravillosas energías des al universo, cuando alguien te quiere dar por culo te da, pero bien. Es un asco que personas buenas, cuyo único delito ha sido siempre apoyar a los demás, echarte una mano, compartir contigo los malos momentos y los mejores, permanecer a tu lado incluso esos días en que ni siquiera puedes sospechar que están ahí, vigilando, cuidándote... es un asco, decía, que sufran cosas que no se merecen, como si el cosmos se empeñara en hacerles la puñeta.
Me rebelo ante la tontería ésa de no desearle mal a nadie. Imposible. Tu vida no gana calidad con ello, de acuerdo, pero a veces es el único recurso que te queda y tenemos todo el derecho a ser condescendientes con nosotros mismos. Si no podemos permitirnos ciertas licencias, no sé qué tipo de disciplina universal tan absurda hemos jurado acatar.
Me rebelo, faltaría más, contra esa estupidez del poner la otra mejilla, una de las razones por las que la cosa religiosa empezó a parecerme de otro planeta, más florido tal vez, pero muy poco fermoso. Imposible justificar que el sufrimiento lleve a la salvación, como también imposible que a una vida llena de pecados se le pueda perdonar todo el mal causado en un último aliento. Si te arrepientes, demúestralo entre los hombres primero y, luego, si quieres y te apetece, hazlo frente a tu dios.
Y, por último, me rebelo contra aquellos que, en cuanto requieren de tus servicios, no dudan en recurrir a ti, pero ay si algún día los necesitas a tu lado, porque no estarán. En ese momento descubres que no les interesas absolutamente nada. Y ni se te ocurra quejarte, porque la razón siempre estará de su lado. Ese lado feo que enseñan en los momentos en los que menos te gustaría verlo. A todos estos, un mensaje clarito: que os den.
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