La actriz Jessica Lange estuvo estos días en Madrid para presentar su exposición de fotografías, Secuencias de México, que se podrá ver en la Casa de América hasta el 20 de mayo. No sé cuándo iré por allí, pero seguro que algún día me pasaré a analizar esos retratos de la realidad de Chiapas que la actriz ha ido coleccionando gracias a lo que parece haber sido su gran hobby de estos últimos años: la fotografía en blanco y negro.
Decía Lange, durante la presentación de su criatura ante la prensa, que lo mejor de dedicarse a captar la realidad cámara mediante e interpretarla a través de una lente es que te permite el privilegio de mirar sin ser visto. No dudo que ése sea uno de los grandes atractivos de la fotografía: el ofrecerte la posibilidad de contemplar la realidad escudado tras un aparato, con lo que tu calidad de observador se ve difuminado; no eres tú directamente el que mira al mundo a la cara, sino que lo hace tu objetivo. El fotógrafo, no solo se esconde, sino que juega a reinterpretar lo que ve conforme a sus gustos, sus encuadres, su manera de afrontar la vida. Supongo que ésa es una de las magias de esta actividad y lo que la hace tan atractiva, porque las imágenes son, en realidad, opiniones encriptadas en un mundo de luces, figuras y composiciones. Cuando vemos una fotografía no solo nos enfrentamos a lo que en ella ha sido representado, sino que, si tenemos tiempo y ganas, podemos intuir lo que su autor ha visto, cómo lo ha recogido su retina e incluso cuál es su concepción del universo. Lástima que, como cuando vemos a otra persona, nos quedemos solo en su belleza exterior y no intentemos averiguar qué nos dice la obra.
Admito que cada vez me resulta más intrigante e hipnótico el arte de la fotografía y estoy convencida de que algún día probaré, porque mi visión de las cosas es muy peculiar, los juegos de luces y sombras que me atraen es tremendamente personal y las cosas que yo quiero plasmar responden, casi, a una inquietud exclusivamente íntima. Y, además, creo que se trata de un vicio sano, porque todos deberíamos tener la oportunidad de mirar a nuestro alrededor sin ser mirados.
Recuerdo que, cuando era pequeña y me preguntaban si quería ser una periodista famosa decía que no, porque me horrorizaba que la gente no me quitara los ojos de encima cuando iba a comprar el pan o mientras caminaba por la calle. Sigo pensando lo mismo. No me atrae especialmente ser el centro de atención; prefiero observar y sacar conclusiones, aunque para ello tenga que representar un papel que no es el mío. Y opino sinceramente que se trata de un ejercicio tan atractivo como revelador. Si nos dedicáramos más a mirar al otro y no solo a verlo entenderíamos muchas cosas: necesidades que se nos escapan, comportamientos que no llegamos a comprender... incluso podríamos contemplar a las personas como realmente son y no como dicen ser porque, e insisto en lo que he dicho tantas veces, estamos en un mundo que nos obliga a representar un personaje concebido a mayor gloria social, cosa que a algunos se nos da rematadamente mal. He visto a demasiados impresentables ir de buen rollo y a demasiada buena gente amilanada ante comportamientos desvariados como para no pensar que algo está pasando cuando las personas se construyen un álter ego íntimo y otro público sin que ambos lleguen a coincidir salvo en lo básico.
Leía estos días la noticia de que el torero José Miguel Arroyo, Joselito, había publicado una biografía en la que contaba su afán de superación, su viaje de niño educado en las calles y en el trapicheo a hombre de éxito. Y me daba cuenta de que la expresión "hombre hecho a sí mismo" (lo de "mujer hecha a sí misma" parece que no se contempla en la Real Academia de la Lengua) es una expresión que aplicamos a nuestros mayores, pero difícilmente a alguien que haya nacido a partir del boom de la natalidad de los años 60. Tal vez porque a las generaciones que vinieron al mundo a partir de esa fecha se les ha dado todo hecho y muchos de sus integrantes no han tenido ni la necesidad, ni la valentía, de enfrentarse al mundo por objetivos que, tal vez al principio, resulten dolorosos de conseguir pero que, a la postre, te ennoblecen y enorgullecen a partes iguales. No voy a extenderme en este asunto porque sería redundante pero, retomando el tema de las imágenes, confieso que a veces he querido estar detrás de una cámara para intentar que la lente me disfrazara la realidad que estaba obligada a ver. Hablo de situaciones y, sobre todo, de personas incapaces de sacar lo bueno que llevan dentro y empeñadas en esparcir solo lo malo o lo mediocre.
Echando un ojo a algunas de las fotografías que Lange expone en Madrid siento envidia. Envidia, porque ha retratado un México que a mí me gustaría ver y tocar, pero también una realidad que durante un tiempo ha sido la suya. Todos deberíamos tener alguna vez la oportunidad de elevar la subjetividad a la categoría de arte y mostrarle al mundo nuestra concepción del universo. Estoy convencida de que, por muy desalentador que pareciera, sería mucho mejor y más revelador que el que vemos a cara descubierta.
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