miércoles, 8 de agosto de 2012

Aparentemente

Si no es porque estamos en agosto y aún nos quedan unos cuantos meses para acercarnos a la señalada fecha del Día de los Inocentes, diría que la noticia con la que me he despertado esta mañana es una broma o un fake. En realidad ya estaba despierta, pero semejante información me ha abierto lo que aún estaba cerrado: las orejas, media pestaña y la mala leche.
Se trataba -se trata- de una nueva relacionada con ese aeropuerto de Castellón que, salvo para anidar pájaros, no sirve absolutamente para nada. Según cuentan los teletipos, ya tenemos el primer vuelo operativo en semejante dislate. Y no, no se trata de aviones de papel ni de un grupo animado de juguetes manejados por control remoto: estamos ante una aeronave tripulada, de las que aterrizan e, imagino, también despegan. Pero no arrojemos todavía las serpentinas y guardemos el confeti en el cajón de los calcetines, porque dicho acontecimiento no ocurrirá hasta finales de año. Entonemos todos a coro un oh muy grande.
Imagino que el señor Carlos Fabra, después de contribuir a arruinar la Comunidad Valenciana y pasear palmito y caradura por los juzgados, estará que se le saltan las gafas de sol de puro gozo. Al fin, esa obra mastodóntica, inútil y vergonzosa, va a perder su virginidad a manos de un aparato. Enhorabuena a los premiados y mi más hondo pesar a los contribuyentes, que han sufragado de su bolsillo una megaconstrucción a todas luces inapropiada e inútil, para gran contento del hombre al que más veces ha tocado la lotería en este santo país.
En mi humilde entender, y juro que no me mueve la envidia, Fabra no es más que un gañán de pueblo, uno de esos ricos sin base cultural ni ética para sustentar su riqueza, que es feliz vanagloriándose y mostrándole al mundo sus muchas posesiones. Solo uno más de una especie que se reproduce muy rápido en este país y que, incluso, hemos tenido la desdicha de exportar a otros lugares de América Latina hace ya siglos: el de aquel que subsistes única y exclusivamente por y para aparentar, tipos a los que rascas y lo único que te encuentras es mugre. Como las monedas de chocolate: goloso oro por fuera pero se deshacen por dentro.
Lo que no entiendo es que, si todos tenemos la capacidad de distinguir a este tipo de ejemplares a kilómetros, cómo existe quien todavía se deja embaucar por sus delirios de grandeza. Imagino que no hay como alardear de fortuna para atraer a los tontos pudientes. En caso contrario, no puedo explicarme el que, a estas alturas, en España aún estemos obligados a mantener a semejante colección de individuos ocupados en medrar a la sombra de la teta del Estado. Me refiero, por supuesto, a aquellos reyezuelos de la Comunidad Valenciana, Marbella o Madrid, entre otros, que se creyeron señores del cortijo cuando no eran merecedores ni de vivir en una cochiquera.
Y no nos olvidemos de lo mejor: al imputado Fabra, además de todas las alegrías que nos ha dado, le debemos el detalle de haber colocado a su hija Andrea en el Parlamento de la nación para que nos jodiéramos todos. Se ve que la cultura no se hereda, pero la tontería viene de serie.
Nuestra ventaja es que ya nadie se cree las algaradas de este señor y su panda de amigotes. Cualquier actividad que acometa está y estará bajo sospecha. Es lo que tiene vivir solo de apariencias convencido de que los demás no miraremos bajo las alfombras. Mucho peor lo tenemos con aquellos que aparentan ser quienes no son, tipos interesantes, de atractiva personalidad, ética solida y solidaria e inteligencia despierta, y que un día pierden el compás y se rebelan como seres absurdos, obstinados en fingir para sobrevivir, aunque en semejante afán no les duelan prendas a la hora de destrozar a quienes tienen al lado. Comparado con esta raza, Fabra y sus imputaciones resultan hasta simpáticos. Y ahora, con aeropuerto y avión incluidos, ya solo le falta la gasolinera, el parking y la estación de bomberos para completar el Lego. Un par de premios gordos más y tenemos todos los bloques. ¡Tú puedes!

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