A lo mejor es cosa mía, que retengo extraordinariamente bien lo anecdótico y tengo más dificultades para lo principal, pero en los últimos días he oído hablar, tal vez demasiado, de un libro que se llama Fifty Shades of Grey y que, en España, se publica bajo el muy conciso título de Cincuenta sombras. Así dicho, una no sabría muy bien si es una novela épica, un libro de autoayuda o un manual sobre cómo hacer figuras chinescas, pero el caso es que, tras semejante nombre, se esconde la que parece ser la novela rosa más trascendental de lo que llevamos de siglo. Eso sí, de un rosa erótico bastante subido o, como diría una amiga mía, "rosa putón".
Fifty Shades of Grey es el primer volumen de una trilogía que está haciendo cresa a su creadora, la australiana E.L. James, una señora que así, en las fotos, parece de lo más normal. Se ve que la mujer, viendo que lo que vende ahora es publicar novelas por entregas (a Harry Potter o la muy celebrada Canción de hielo y fuego, madre de Juego de Tronos, me remito), ha decidido regalarle a las mujeres de medio mundo una serie de píldoras con mucho rollo, entendiendo por rollo la cosa meramente sexual. No seré yo quien critique sus buenos propósitos; de hecho, ya me gustaría a mí parir una buena historia al calor de la barra de un bar, aunque fuera la de una panda de conejos revolcándose a las puertas de la Casa Blanca. Lástima que, a estas alturas, mi imaginación dé para poco más que para elaborar la lista de la compra.
No he leído Fifty Shades of Grey, lo que no quiere decir que no haya hojeado una novela rosa o erótica en mi vida. Ello tampoco implica el que ambos géneros me "pongan", siempre que "poner" signifique el despertar de los sentidos estrictamente relacionados con el intelecto. Pero, claro, en la vida también me he visto obligada a leer numerosos ensayos de los cuales, la gran mayoría, no me han aportado nada. Quizás soy de esas personas que piensan que solo pueden decir que algo no les gusta después de haberlo probado; será entonces por eso que las novelas rosas me aburren soberanamente, tras comprobar que el común del género sigue un esquema tan previsible y manoseado como una peli porno.
Y, sin embargo, a pesar de mis reticencias, estoy absolutamente en contra de banalizar a las mujeres por leer novelas rosas. Sinceramente, creo que este tipo de literatura es muy útil a la hora de evadirte y desestresarte si no buscas historias complicadas y sigues confiando en que el amor llegará y que a todas nos puede pasar eso de que un día entre un príncipe azul por la puerta y nos ponga moradas. Ya he dicho muchas veces que esta idea tiene mucho de ensoñación y poco de realidad (hablo desde el punto de vista estrictamente personal), pero puedo entender que nosotras, como mujeres concienciadas desde la infancia, nos empeñemos en creer en la existencia del hombre perfecto, o del imperfecto al que podemos cambiar, aunque un hombre solo cambia cuando él lo desea y no cuando lo pretende su dama. Aun así, burlarse de las mujeres por tener cierta querencia hacia las historias de amor es como mofarse de un hombre por leer únicamente ciencia-ficción (no sé qué es más probable, que El juego de Ender se haga realidad o que al cruzar la calle nos encontremos con un escocés melenudo y tatuado como el de la saga Highlander mirándonos con arrobo). Al igual que opino que ciertas revistas del corazón se equiparan a muchos diarios deportivos ya que ambos son el opio del pueblo, pienso que un tipo muy concreto de literatura masculina no tiene nada que criticarle a la femenina. Es más: algunas novelistas del género rosa son mucho más coherentes y creativas que los autores de ciertos best-sellers capaces de hacer babear a muchos machos. Y a Dan Brown me remito.
Por lo que he leído en las reseñas, las novelas de las sombras serían algo así como un cruce entre Historia de O y Crepúsculo. O sea, Bella conoce a Edward siendo Edward un pedazo de elemento tan atormentado como salidorro. No me extraña que haya tema (en el sentido absolutamente literario, insisto) porque si tenemos en cuenta que en la exitosa saga Crepúsculo, obedeciendo a criterios religiosos y al sentir puritano, no mojaba casi nadie ni por equivocación, ya tocaba tirar el pudor por la ventana y permitir que la lujuria invadiera nuestros trayectos en metro. Sobre todo en época de crisis, que da así como mucha alegría.
Dicho lo cual, estoy convencida de que no voy a leer el libro de las sombras. Y, sin embargo, invito a todas las mujeres a que lo hagan, lo luzcan orgullosas bajo el brazo y, además, lo disfruten en la intimidad si ello es posible. Yo, como soy raruna y, a lo mejor, hasta un poquito tonta, ando enfrascada en el género fantástico y, salvo para recrearme en las divertidas actas de los Consejos de Ministros y los discursos existenciales de Mourinho, no tengo tiempo de nada. Lástima de mujer...
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