En un principio iba a titular esta entrada La cena de los idiotas o, más rimbombante aún, la Última Cena. Pero no procede. En el primer caso porque no todos los convidados son tontos del culo y tampoco hay que faltar sin motivos y en el segundo porque eso de última suena muy apocalíptico e, históricamente, ha tenido mal pronóstico, por mucho que le busquemos el lado brillante de la vida.
Semejante dilema para comentar esta noticia de nada, una de esas informaciones calzadas a capón en las crónicas veraniegas cuando el calor sofoca y la sed agobia. Y es que al parecer, la canciller alemana, Angela Merkel, ha lanzado al aire, como quien no quiere la cosa, que le gustaría cenar con nuestro seleccionador nacional de fútbol Vicente Del Bosque. Así, sin roneo telefónico ni ramo de flores que engrandezca el momento. Y como lo que Angela quiere, Angela tiene, me temo que, próximamente, Del Bosque deberá abandonar las tortillas de patatas que le prepara su santa para probar las exquisitas salchichas alemanas.
Confieso que soy más de Luis Aragonés que de Del Bosque. Tal vez porque, como el primero, tiendo más a la explosión o a la implosión cuando alguien me toca la moral, sea en forma de injusticia, traición, deslealtad o las tres juntas. A mí el carácter moderado y tranquilo de Vicente no me va, lo cual no quiere decir que no lo envidie. Ya me gustaría mantener la calma y la frialdad en esos momentos extremos en los que lo que te apetece es arrearle un buen zurriagazo al que tienes enfrente. Por supuesto que no lo hago, pero si procede doy rienda suelta a toda mi dialéctica. La más chunga.
Así que puedo llegar a comprender que Del Bosque se haya mesado el bigote y haya dicho que vale, que estaría encantado de cambiar impresiones con la canciller; ella en alemán y él en español de Salamanca, imagino. Pero, ay amigo, lo que te propone Merkel no es un derroche de palabrerío sino una cena. No quiere hablar de negocios en una comida de ídem, sino partir la pana, llevarte a su terreno bajo la luz de la luna teutona. Y eso sí que no procede. No porque usted, don Vicente, sea un hombre de bien incapaz de lanzarse a la lujuria en brazos de una señora que tiene de sexy lo que yo de monje franciscano, sino porque esta mujer pretende convertirle a su causa, hacerle partícipe de la vida austera, convencerle de que no se puede ganar todo y que España tiene solo derecho a lo mínimo o, lo que es peor, que usted, señor Del Bosque, haría un digno papel como preparador en la liga alemana. Tanto que si logra unos resultados medio decentes hasta le recompensarían con un bonito apartamento de dos habitaciones en Benidorm, en primera línea de playa. ¡Toma regalazo!
Lo peor, don Vicente, es que regrese usted de Alemania abducido para la causa germana, con ganas de buscarles las cosquillas a la Federación, quitarles las primas (no las de riesgo sino las buenorras, las de muchos millones) a los futbolistas y cambiar a Iniesta por un tipo muy moreno que renquea por los campos de Segunda B. Si hay que ahorrar, hay que ahorrar. Las señoras estupendas como Angela no se merecen menos.
Y lo más malo es que, entre repollo y coliflor, se de cuenta de que Merkel es en el fondo una madrastra buena que solo quiere nuestro bien, aunque sea poniéndonos el culo morado a base de azotes. Por eso, los españoles de a pie, que tanto le admiramos y hasta nos creemos todos sus anuncios de la tele, le pedimos que no vaya a cenar; que, si acaso, acérquese a Buckingham a tomar un té con pastas en compañía de la reina, que si James Bond pudo usted con más razón y, encima, se trata de una familia de ésas que tiene mucho cotilleo para entretenerle.
¿No le convence la idea? No se preocupe: yo le llevo a Burger King y entre Whopper y Long Chicken le canto aquello de Yo soy español, español con la boca llena. Unas risas. Eso sí, si me hace el favor, pague usted...
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