En estas horas tan contritas que vivimos, no paran de surgir iluminados que tienen solución para todo. Y no me refiero a adivinos, videntes, sanadores y gente de semejante ralea: cualquier formación política que no esté en el gobierno sabe perfectamente cómo solucionar la crisis. Tampoco es que nos cuenten mucho más de lo que los demás habíamos descubierto a base de sentido común (si acaso lo adornan con un poco de literatura invocando a los clásicos de la economía), pero el dogmatismo y la persistencia con las que tratan de erigirse en salvadores de la patria me está empezando a oler a chamusquina. Porque está claro que todos tenemos teorías muy válidas, incluso proyectos, pero el camino para llevarlos a la práctica puede ser muy bonito en apariencia, aunque extraordinariamente complicado de recorrer en la práctica. Ocultar al mundo las variables conociéndolas o fingir que no existen teniéndolas delante es un fraude. Imagino que la gloria política, aunque sea efímera, trae consigo ese cajón desastre de medias verdades y, por supuesto, votantes dispuestos a creérselas.
Todo a esto viene a cuento porque, cuando nos enfrentamos a algo, por mucho que tengamos claro el fin y la solución, es importante observar y calibrar las distintas variables, respetando el objetivo subyacente de no engañarnos a nosotros mismos y tampoco a los demás. En la medida de lo posible, lógicamente. Con el caso éste de de Julian Assange y el asilo que le concedió Ecuador me pasa un poco lo mismo: mi postura no ha variado en lo esencial, pero las diferentes perspectivas y los intereses alrededor del asunto son ya tantos que me sentiría incapaz de emitir ningún juicio público sobre el tema ni convencer a nadie de que pensara como yo.
Ecuador tiene bastante de razón cuando dice que hay que salvaguardar la libertad de expresión. Eso ha quedado meridianamente claro. Estamos ante un caso muy mediático cuyo protagonista es un individuo que le ha sacado los colores a los gobiernos más poderosos de la tierra, y aunque lo que es a mí, que me descubran que los mandatarios internacionales se burlaban de Aznar o Zapatero no me sorprende o directamente me la bufa, imagino que rebelar determinados secretos de los gordos tiene que hacer mucha pupa a quien se cree más allá del bien y del mal.
Julian Assange es un pirata. Puede ser un pirata bueno o un pirata malo, depende de quién lo mire. Recordemos que este hombre ya tuvo problemas en su Australia natal por dedicar demasiado tiempo a hackear y poco a disculparse por ello. Eso además de su juicio pendiente por abusos y violación en Suecia. Respecto a este último, hace tiempo leí una crónica que desmontaba, coma a coma, las acusaciones vertidas contra Assange por sus supuestas víctimas suecas. Recuerdo que acabé de leer y me entraron ganas de hacer una cacerolada ante la embajada de Suecia y, ya que me ponía, delante de Estados Unidos también. Luego, en la reflexión posterior a la tormenta, me di cuenta de que tal oda a la inocencia de Assange se publicaba en un medio que se había beneficiado muy mucho de las filtraciones del australiano y su entorno. Entonces me entraron las dudas. Y hasta hoy.
No sé qué pasó en Suecia y me temo que no lo vamos a saber nadie si no hay juicio por medio, un proceso al que Julian Assange teme mucho tildándolo de vendetta política. Nunca averiguaremos si está en lo cierto. Se trate de una encerrona o no, lo que queda claro es que a ningún país de Occidente le interesa tener a ese grano en el culo opinando libremente y pagando los servicios de los fontaneros más osados de los parlamentos y mansiones presidenciales. Y si afrontamos el asunto partiendo de la única óptica desde la que lo ha mirado Ecuador (la de la persecución por motivos ideológicos), la verdad es que este país tiene toda la razón en su concesión de asilo. Otra cosa es que quienes no lo secundan estén dispuestos a recurrir a no sé cuántos tratados internacionales para revocar la decisión.
Lo más florido de este caso, a día de hoy, es ver cómo Ecuador ha invocado a sus vecinos para unir sus voces a favor de Assange y de la capacidad de decisión e independencia del gobierno ecuatoriano en el caso. Tenemos, por tanto, una supuesta violación llevada a cabo por un tipo muy políticamente incorrecto que se ha convertido en una gran bola de nieve hasta el punto de amenazar con erosionar momentáneamente las relaciones diplomáticas entre una parte del mundo (ésa que ahora mismo disfruta de una economía en crecimiento) con la otra (que parece vivir en perpetua crisis financiera y de valores). Un pulso interesante de ver y que, con su miríada de manglares, bosques y junglas nos acaba ocultando la raíz del problema.
Porque, en todo caso, Wikileaks debería ser algo más que Julian Assange. Tanto personalismo me confunde; tal parece que la organización era él y unos cuantos empleados de turno contratados ad hoc. Reconozco que me gusta la idea de un pequeño grupo tocándoles los bongos a los más poderosos y haciéndolo donde más les duele. Ojalá todos tuviéramos la santa moral de aguantar lo que se dice de nosotros. Y si creemos que nos están difamando, denunciarlo, pero no hasta el punto de perseguir a nuestro verdugo hasta el linchamiento.
El affaire Assange me sorprende por lo complejo, y creo que él mismo debería ser capaz de disipar muchas dudas. Desde el punto de vista del hombre, su miedo a no tener en Suecia un juicio justo da que pensar y parece más una huida muy torticera hacia delante. Desde perspectivas más elevadas, el merdel diplomático, Obama, Correa, Cameron, Garzón y otros chicos del montón convierten la película de sexo y mentiras de serie B en un thriller de espías a tiempo real que promete gran derroche de pirotecnia y efectos especiales. Yo, al menos, no me lo pierdo.
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