Eso de que la música amansa a las fieras debe de ser un cuento chino que nos relataron de pequeños como tantos otros. Al ejemplo ruso me remito. En ese país se juzgó estos días a un grupo punk femenino por enfrentarse a Putin, la fiera del cuento, que más que amansada parece en estado de efervescencia.
Desconozco si al amigo Vladimir el gusta el punk, el cha-cha-chá o se dedica a tocar la balalaika en la intimidad, pero lo que está claro es que no le complace un pelo que tres chicas se desmelenen delante de una iglesia para implorar a su Dios, sea cual sea, que Putin no sea reelegido. Infructuoso intento por otra parte. En el momento de autos, no solo Dios estaba apagado y fuera de cobertura, sino que Vladimir se llevó la medalla de oro en la contienda y las chicas de las Pussy Riot están a punto de pasar tres añazos en el trullo escribiendo rapsodas. Y todo eso sin ni siquiera caer en el horrible pecado de componer la canción del verano. Tiembla, Pitbull.
El juicio a estas jóvenes se ha convertido en epicentro de atención mundial. Todo el que es alguien en el mundo de la música (desde Björk a Madonna) se ha hecho cruces clamando al cielo la injusticia de que el grupo haya sido acusado por cantar su opinión: la de que Putin es un memo y un dictador que no merece estar al frente de Rusia. No lo merece él y tampoco sus "súbditos". Lógicamente, ante tanto alarde de compañerismo famosil, las chicas se han venido arriba y han acusado a su presidente de estalinista, entendiendo por estalinismo esa época tan bonita de la historia soviética donde un puñado de tipos muy amables y considerados se dedicaba a hacer purgas y cargarse a gentes casi por el mero hecho de respirar.
No creo que Putin se atreva a jugar semejantes cartas, más que nada porque perdería. Pero sí es cierto que, en esta ensaladilla rusa de punk, faldas, cánticos y estrellas solidarias, a Vladimir le ha faltado un poco de saber estar. Porque el resto del mundo no nos enteraríamos de que las Pussy se acordaron de su familia en una iglesia si la policía no las hubiera detenido y el caso se propagara más rápido que el fuego. Entiendo que a nadie le sienta bien que menten a sus muertos cuando anda liado preparando chanchullos electorales, pero hay que pensar que tú tienes todo el poder y esas chicas no son más que unas jóvenes a las que les ha dado por el cante y, ya que estamos, tocarte las meninges. ¡Ni que fueran las primeras! Un poquito de por favor...
Como resultado de esta estupenda película de intriga, tenemos a tres artistas de buen ver convertidas en heroínas y musas de la canción (categoría que no sé si se merecen porque no las he escuchado jamás) y a un presidente reafirmando lo que todos ya sabíamos: que es un pedazo de dictador al que no le tiembla el pulso para echar mano a todos los medios que sean necesarios hasta conseguir sus fines. Ocurra lo que ocurra tras la sentencia del día 17, tres mujeres le han puesto la vida del revés a Vladimir Putin: han adquirido fama internacional (fortuna vendrá que ricas las hará) y han denunciado ante la comunidad internacional la impiedad y las malas pulgas que se gasta el presidente de todas las Rusias.
A menudo pienso que el hombre no se hace a sí mismo, sino que se deshace. O será que a los dictadores ya no los fabrican como antes... En fin, cosas mías.
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