martes, 7 de agosto de 2012

Tiempo de amargura

Hace ya tiempo vi una película protagonizada por un tipo cuyo mayor mérito era haber vivido la vida rodeado de personas interesantes. Allá donde iba topaba con personajes populares por su carisma, pero también por su talento. No soy capaz de recordar mucho más de la historia salvo la envidia sana que me empezaron a dar ese tipo de afortunados individuos, capaces de ejercer de imán con gente relevante y, sin embargo, conseguir brillar como nunca a su lado.
Un caso parecido es el de Chavela Vargas, con la particularidad de que "la chamana" ha brillado en muchas ocasiones más que la estrella que tenía a su vera. A la Vargas, hija adoptiva de México, se le pueden adjudicar muchos méritos pero, a mi parecer, el más importante es la libertad con la que vivió su vida, el factor definitivo para aglutinar a su alrededor tantos y tan buenos artistas, tanta gente singular.
Comprendo que haya a quien la música de Chavela le traiga al pairo, y estoy convencida de que mucha de la gente que la rodeó no serían precisamente amigos míos llegado el caso, pero lo que la ha hecho grande es haber dicho lo que pensaba tal y como lo pensaba y haber convertido cada letra entonada por ella en arte. Porque, a pesar de que muchas de sus canciones lleven las firmas de los autores más diversos, en boca de Vargas se convierten en cantos del alma, una especie de filosofía de vida que a todos, incluso aquellos más alejados de este tipo de ritmos, nos convendría repasar en nuestros días más difíciles.
A diferencia de otros que dicen que no y que sí siempre a los mismos, Chavela dijo no cuando procedía y si cuando le apetecía. Y esto me parece mucho más fundamental que las mil y una noches perdidas en los brazos de una botella de tequila. Ella se dejó acompañar por los más fuertes, los más carismáticos, los que más sufrían y también los que más se comprometían. Y a su lado Chavela se hizo grande, se convirtió en mito porque aprendió de las personas, de los hechos y de la historia que le tocó vivir a su lado. Por eso es una de las pocas mujeres en el mundo a la que se le permitió dar lecciones de vida sin ser enjuiciada por ello. El respeto es lo que tiene, que no se gana haciéndole la rosca a los demás y diciendo sí siempre a quienes menos lo merecen, sino significándote y consiguiendo que tus propias ideas calen en quienes están cerca de ti, haciéndolas suyas.
Chavela Vargas vivió los últimos años de su vida en Tepoztlán, el que para mí es el lugar más mágico sobre la tierra. Creo que se merecieron el uno a la otra y la otra al uno, porque este pequeño pueblito mexicano, que descansa a la sombra del cerro, es un lugar lleno de fuerza y de energía, que te hace sentir diferente en cuanto pones un pie en él. No me imagino un lugar más especial para vivir y para morir.
Con Chavela no solo se nos ha ido parte de su música, sino también de una personalidad única. Nos queda el consuelo de que, como ella bien dijo días antes del óbito "yo no muero sino que trasciendo". Es la suerte de quienes son especiales, que el fallecimiento físico engrandece su recuerdo y fija su huella en quienes le sobreviven.
Y aun así, buscando consuelo en su música, en su vida y en su legado, sigo pensando que las amarguras son más amargas ahora que ya no las va a cantar Chavela Vargas. Ojalá vengan muchos más que sigan su estela y vuelvan a poner voz al dolor y al desamor con la sabiduría de la gran dama.
P.D.: Esta noche, a eso de las 21:30, Canal + emite el programa Epílogo con una entrevista a Chavela que no se podía programar hasta después de su muerte. El homenaje lo completan uno de sus conciertos y un documental. Imprescindible.

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