"Demasiada educación para las mujeres puede perjudicar la calidad de vida de la nación". No lo ha dicho Gallardón, aunque muchos (y sobre todo muchas) estamos seguras de que lo piensa. Semejantes perlas han salido de la boca del rabino Zvi Tau, un señor tan religioso como tradicionalista, que ha escrito un tratado en el que describe la vida ideal separada por sexos y, claro, a las hembras les ha tocado lo que ya viene de serie: el cuidado del hogar y de los hijos.
Este rabino, nacionalista de gran prestigio internacional, ha puesto por escrito lo que viene siendo la última vuelta de tuerca del machismo intelectualoide al que que tantos recurren por temor a no sé muy bien qué. O si lo sé, ya que, a pesar de los avances que hemos experimentado en los últimos años, todavía nos sobreviven hombres que temen una posible superioridad femenina, como si las mujeres, en una conspiración sin precedentes, estuviéramos preparándonos para tomar las agujas de calceta y, acto seguido, conquistar la sede de Bankia para montar una mercería.
Pues siento mucho desilusionarles diciéndoles que esto no va a ser así. Andamos demasiado ocupadas cuidando del hogar, los hijos y arreglando los entuertos de nuestros queridos varones como para ponernos el pasamontañas y tomar los mercados (si es el de frutas y verduras podemos, ¿a qué sí?). A lo mejor somos lo suficientemente listas para pensar que hay cosas que se resuelven con la inteligencia y no con la fuerza, pero, bueno, ésta es una idea disparatada sin fundamento alguno, como todo rabino de bien pensaría.
Volviendo al judío iluminado, decir que su tratado de buenas maneras y mejores costumbres se basa en que la mujer es más emocional y el hombre más cerebral. Vamos, que ha descubierto América en lo que yo tardo en hacer zapping. Lo que sí ha entendido el buen hombre es que, conforme a dicha diferencia intelectual, la mujer no está preparada para ocuparse de las profundidades de la ciencia y la moral. Imagino que, en su prodigiosa mente, Marie Curie descubrió el radio de casualidad, mientras estaba preparando una salsa chimichurri para agasajar a sus cuñadas. Siguiendo esa misma regla de tres, Rosalind Franklin se encontraba reciclando tiritas usadas cuando se entrometió en el asunto del ADN (mujeres.... siempre enredando) y los primates a los que dedicó su vida Jane Goodall no eran tales sino una simpática banda de peluches suicidas.
No tengo nada contra el rabino Tau porque, entre otras cosas, no nos conocemos, pero me siento en el deber de poner en solfa su concepto tan misógino de la ciencia, que eliminaría de un plumazo a varias de mis compañeras de colegio, quienes tuvieron la osadía de escoger la rama científica cuando su femenina misión era irse por letras. Incluso yo, que en su día acaté la rama mixta y profeso una profunda y mal disimulada devoción por las matemáticas y la lógica, me estoy dando de cabezazos contra la pared por ser solo una mujer a medias. Ay no, que las medias me dan alergia... En fin, una porquería.
Y luego está el asunto de la moral. Tantos años encargándonos de la educación de los hijos, de la inculpación de los principios fundamentales de la bonhomía, intentando favorecer la sociabilidad y la convivencia para que luego venga un señor en 2012 a decirnos que lo hemos hecho todo mal y que de eso de la moral se encargan los hombres. Sí, incluidos todos aquellos de que, como decía Loquillo son "de otra época y corte moral; resuelven sus problemas de forma natural. Para qué discutir si puedes pelear". Será por dicho motivo que las políticas islandesas, tras empezar a sacar al país del agujero al que le habían condenado los bancos y los mercados, perdieron las últimas elecciones en favor de los de siempre, encabezados por un tal Grimsson que, aunque tomó un par de decisiones muy mediáticas, fue en su día cómplice de los empresarios que arruinaron la nación. Pero, claro, como él es un señor recto y moral y la líder de la oposición una madre de seis hijos (de dos padres diferentes) que encima tiene la mala costumbre de salir de casa y pelear por su país... No hay color.
En fin, que tal como están las cosas, una ya no sabe si dedicarse a sus bordados o convertirse en Hipatia y dejar que, algún día, un Amenábar de andar por casa venga, y le haga la película. Y confiar en que el guión no lo escriba un hombre. Para progre y moderna, yo misma me sobro y me basto, gracias.
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