domingo, 26 de agosto de 2012

Lo tres cerditos

Los países más perjudicados de Europa hemos tenido el dudoso honor de formar el rumboso grupo de los PIGS. Dichas siglas engloban por tanto a Portugal, Irlanda, Grecia y España, aunque algunos prefieren cambiar a Irlanda por Italia a voluntad. Lógicamente, semejante palabreja no la inventó un mediterráneo ya, que, de haberlo hecho, se hubiera sacado de la manga un tal PSIG o un SIPG. Pero no, con la mala leche que caracteriza a algunos de nuestros vecinos, los países dolientes nos hemos visto englobados en la muy baja casta de los "cerdos", destinados a comernos las sobras que dejan nuestros amos más ricos.
A lo mejor es que nos lo merecemos. Durante un tiempo nos creímos grandes protagonistas del cuento de los tres cerditos. Pero, en un alarde de inteligencia que otros no nos suponen, y espoleados por los líderes de la piara, en lugar de construir nuestras primeras casas de paja o madera, decidimos lanzarnos directamente a por el ladrillo, donde el lobo solo podría colarse a través de la chimenea quemándose lo que viene siendo el rabo. Y nos gustó tanto la experiencia que decidimos ampliar nuestras propiedades. Con la connivencia de hienas y comadrejas, siempre dispuestas a echar una mano al cuello, dimos rienda suelta a nuestro acopio de ladrillo y construimos más viviendas: a pie de playa, en plena montaña, en los eriales abandonados de las grandes ciudades... Llegamos incluso a externalizar tan lucrativo negocio haciendo museos enormes con mármoles de Carrara, edificios prestos a albergar todo nuestro patrimonio cultural bajo oropeles, enormes recintos deportivos y hasta aeropuertos que distribuyeran el turismo del Universo conocido. Todo era poco para nosotros, recién coronados príncipes de los cerdos.
Tal y como nos decían nuestros padres, acostumbrados a tener una cochiquera para toda la vida, invertir en ladrillo era hacerlo sobre seguro; después de todo, la paja nunca había sido material de categoría (en nuestro afán lucrativo no recordábamos que las pallozas y las cabañas de nuestros antepasados habían llegado hasta nuestros días) y que la madera (muy utilizada en las construcciones americanas) era pronto pasto de las llamas y las termitas. Como nuevos ricos merecíamos lo mejor... Y muchos lo tuvieron.
Pero el lobo, que con el tiempo se hizo sabio y zorro, nos atacó por donde menos lo esperábamos. No entró por la chimenea para amargarnos la sobremesa, sino a través de nuestra cuenta corriente y nuestras cartera; se infiltró en el centro del trabajo, en el supermercado y hasta en el bar. Y cuando ya nos tuvo a sus pies, suplicando por la vida, nos lo quitó todo. Ni siquiera necesitó soplar  para acabar con nuestros sueños; le bastó con despertarnos.
Estos días, el primer ministro griego Samaras, tragándose su orgullo y sacando la careta de PIG, ha hecho una gira por la misma guarida del lobo. Ha estado en compañía de alemanes, franceses y las autoridades económicas europeas más boyantes, prometiéndoles que, si le dan un mendrugo de pan, él les entregará su país entero. Imagino que sabrá que el lobo del cuento es tan taimado como avaricioso, pero le da igual. Ahora mismo, somos como animales: nuestro instinto de supervivencia nos puede y nos conformamos con poco: un plato de comida y un techo donde dormir. Eso sí, construido con ladrillo. No importa que éste sea de ínfima calidad y lo paguemos como si estuviera bañado en oro: reivindicamos lo que creemos necesario para sobrevivir.
Si lo queremos lo podemos tener, pero necesitamos acciones conjuntas y solidarias. A fin de cuentas, somos más de tres. Y, sobre todo, exijámoselo a esos cerditos mayores que nos metieron en el cuento. Los mismos que, a día de hoy, todavía nos siguen aletargando con cuentos para mantener su culo alejado del lobo y, el nuestro, a merced del viento. Sí, el mismo viento que, de seguir así, "soplará, soplará y nos derribará".


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